UNESCO Montevideo entrevistó al científico uruguayo especializado en área de la biomedicina y la bioquímica, actual presidente de la Academia Nacional de Ciencias del Uruguay, miembro del Grupo Asesor Científico Honorario que asesora al gobierno de su país en el abordaje de la pandemia, y primer uruguayo destacado por la Academia de Ciencias de Estados Unidos como científico extranjero asociado a la organización.
(es.unesco.org).-El reconocido científico Rafael Radi, actual presidente de la Academia Nacional de Ciencias del Uruguay, fue uno de los tres panelistas que tuvo el primer coloquio de ciencia, tecnología, innovación y sociedad que se celebró el 12 de agosto de 2020 en el marco de la campaña #CienciaEnMovimiento que impulsa el Foro CILAC, con el apoyo de la Oficina Regional de Ciencias de la UNESCO para América Latina y el Caribe.
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En una entrevista exclusiva para UNESCO Montevideo, Radi valoró el estado actual de la ciencia latinoamericana, sus principales desafíos y los aspectos que se deben incorporar para que la ciencia pueda capitalizar de forma favorable el aprendizaje que supuso la pandemia.
¿Considera que el COVID-19 permitió que la población pueda familiarizarse con el conocimiento científico?
Lo que trajo la pandemia fue un fuerte shock. Si nos centramos en nuestra sociedad latinoamericana, y no en Europa que es una región con una tradición científica mucho más profunda, y contestando desde una perspectiva amplia -porque existen subsectores dentro de la sociedad que están naturalmente más cerca de la ciencia y tecnología-, el COVID trajo un shock que afectó a tres partes claves.
Primero, a la sociedad general, porque la gente pudo descubrir que había un montón de capital científico silenciado dentro de sus países. En segundo lugar, fue un shock para los científicos, porque debimos atacar un problema emergente muy grave e interactuar rápidamente con la sociedad y con las soluciones. Y, por último, también supuso un shock para el sistema político, porque encontró que la ciencia vehiculiza soluciones a la sociedad.
¿Qué consecuencias deja para el futuro ese triple shock?
Todavía estamos en proceso. Debemos ver cómo decanta, cuánto de esto se transforma en una manera de funcionamiento permanente a nivel de la sociedad. Lo positivo es que, en cualquier caso, la decantación va a dejar a la ciencia en un escalón más alto de lo que estaba antes. No creo que en el futuro el entusiasmo y la visibilidad sea tanta como ahora, porque en la actualidad transitamos el pico de un fenómeno muy impactante. Aún así, entiendo que mucha gente abrió los ojos. Con esas puertas abiertas, sumado a un poco de colaboración del sistema político, podríamos pasar a una etapa más sencilla para consolidar esa conexión entre sociedad, ciencia y política. No podemos decir que ahora mismo la ciencia se encuentra definitivamente instalada en el funcionamiento de la sociedad, pero hubo un empujón muy significativo que no podemos ignorar.
Los abordajes científicos pueden impactar positivamente en la calidad de vida de la gente, en la expansión de sus derechos, como el derecho a la salud, a la vivienda, a la educación, entre otros.
¿De qué depende que ese relativo éxito se sostenga como un pilar fundamental?
Todos hemos aprendido en este sentido. Las tres partes deben jugar un rol proactivo en el futuro, si deseamos que la ciencia se mantenga como un aspecto importante para la sociedad. Los científicos deben esforzarse en sostener la conexión con los tomadores de decisiones y con la sociedad, para brindar una parte de sus conocimientos al abordaje de problemas agudos. Los políticos deberían reconocer que la ciencia tiene muchos elementos para ofrecer en el momento de tomar decisiones claves en un mundo que es súper complejo de abordar. Y la sociedad debería incorporar el quehacer científico. Los abordajes científicos pueden impactar positivamente en la calidad de vida de la gente, en la expansión de sus derechos, como el derecho a la salud, a la vivienda, a la educación, entre otros. Tienen que saberlo. Eso es el resultado de un trabajo permanente.
¿Es optimista frente a eso? ¿Se conseguirá la consolidación científica en el corto plazo?
Soy moderadamente optimista. Para el caso de Uruguay, esto que ha pasado le da la oportunidad al gobierno de hacer un camino que, eventualmente, termine en la generación de un Ministerio de Ciencia, cosa que no existe en nuestro país. Realmente sería un paso superador desde el punto de vista institucional. Le daría a la ciencia una representatividad máxima a nivel de gobierno, dentro del consejo de ministros y en todo los ámbitos desde donde los ministerios hacen cosas por nuestros países.
Más allá de que son estructuras burocráticas, permite tomar decisiones al máximo nivel. Permite discutir mucho más intensamente el tema del presupuesto y la financiación para la ciencia, además de generar programas transversales en diferentes áreas de actividad. Yo creo que es un camino viable de concretar en nuestro país. Además, obviamente, se deberían también desarrollar mucho más las instituciones de promoción de investigación científica a nivel nacional.
Los coloquios sobre ciencia, tecnología, innovación y sociedad impulsados por CILAC y UNESCO Montevideo se diseñaron con ese mismo espíritu, el de consolidar la figura científica en las comunidades. Usted participó del primer encuentro. ¿Qué aportes le dejó?
Sí, coincido. Me pareció una actividad muy valiosa. Las miradas que se presentaron abarcaron múltiples dimensiones del problema que se había planteado: el derecho a la ciencia. Estuvo muy bien abordado desde la organización y su moderación. Los elementos que se compartieron fueron interesantes desde lo teórico y también desde lo práctico. Se dieron un sinfín de ejemplos que conectaban con la enunciación del derecho a la ciencia, que está en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, hasta ejemplos súper concretos, donde el sentido del derecho a la ciencia se visualizaba desde el marco de la pandemia a través de acciones de la ciencia y de los científicos, con impacto directo sobre los derechos humanos de la sociedad, en particular el derecho a la salud.
Abarcó desde temas muy técnicos y jurídicos, de los que habló nuestro colega colombiano Rodrigo Uprimny, pasando por aspectos de instrumentación, como los que mencionó la directora de la Oficina Regional de Ciencias de la UNESCO, Lidia Brito. Y también asuntos de lo que fue la reacción del sistema científico uruguayo en apoyo a las acciones gubernamentales y cómo eso colaboró con el control de la pandemia en nuestro país. Fue una experiencia por demás interesante.
Los científicos no somos un subsector de la sociedad con cualidades diferenciales, simplemente nos dedicamos a una tarea que tiene valor, y ese valor debería incorporarse de forma sólida al funcionamiento de toda la sociedad.
¿Estamos frente a un nuevo paradigma científico que comulga desde otra perspectiva con la sociedad?
Hay una mayor voluntad y necesidad de integración de la ciencia al funcionamiento de la sociedad. Esto son cosas que siempre ocurrieron. El caso de la pandemia fue un ejemplo para visualizar que los científicos permiten tomar decisiones mejor fundadas, y eso impacta en cómo se desarrolla una epidemia con todos los costos sociales, humanos y económicos que arrastra.
No estoy seguro que se trate de un nuevo paradigma porque, en realidad, la base científica siempre estuvo y está la conexión de la ciencia con el resto de la sociedad. Es cierto que actualmente existe un entendimiento cada vez más amplio sobre la necesidad de incorporar la dimensión científica a todo el quehacer de la comunidad. Los científicos no somos un subsector de la sociedad con cualidades diferenciales, simplemente nos dedicamos a una tarea que tiene valor, y ese valor debería incorporarse de forma sólida al funcionamiento de toda la sociedad.
Como nosotros decimos dentro del comité asesor, donde la ciencia asiste a las decisiones de gobierno, nosotros proveemos la evidencia científica. Tratamos de que el gobierno la aproveche para la mejor toma de decisiones, que en última instancia dependen de los políticos, es decir, de la democracia. Pero si los representantes están mejor informados, mejor ilustrados, con un mejor entendimiento de un mundo complicado, de cambio global permanente, de crisis sanitaria, de necesidades energéticas, la calidad de las decisiones será mejor.
Hay que generar una apertura del sector político a la ciencia. La ciencia debe poder dialogar con fluidez y que todo esté en conectividad con los problemas de la gente.
Pero repito, habiendo dicho todo esto, reitero que hay un espacio del quehacer científico que hay que proteger y que es importante como tal.
¿Qué rol juega el periodismo científico en ese diálogo fluido?
Uno muy importante. Hay que desarrollar mucho más el periodismo científico en América Latina. Es vital. Porque nosotros como científicos podemos hacer algo de divulgación, y a algunos nos va peor y a otros mejor, pero no es nuestro rol. No nos dedicamos a comunicar. Nosotros realmente debemos dedicar muchísimo tiempo a nuestros proyectos, a nuestros laboratorios. La situación actual no es normal, ni tampoco es una situación que sea permanente para la comunidad científica. Estamos en un estado de emergencia, pero después habrá que volver a trabajar en los proyectos que teníamos todos, en mi caso áreas biomédicas y áreas degenerativas. Entonces, no hay que perder de vista que los científicos han dado un paso importante pero hay que seguir construyendo institucionalidad que permita que esto perdure en el tiempo.
Hay que trabajar de forma muy profesional desde el periodismo científico, de la misma manera que se debe trabajar más en el ámbito educativo para que cada vez haya más incorporación de la ciencia en las escuelas, en los liceos, un proceso que se está dando, pero es necesario intensificar y no descuidar.
¿Ciencia para el desarrollo?
Yo prefiero hablar de ciencia y desarrollo. Porque cuando uno dice “para” puede dar la mala idea que solamente debemos trabajar aquella ciencia que, de manera directa, muestra que sirve para el desarrollo social y económico. Pero, en realidad, tarde o temprano, hasta la gente que estudia los primeros microsegundos después del bigbang aportan elementos importantísimos. Entonces, hay que dejar un espacio de protección para la creación científica. Los sistemas científicos deben tener esa flexibilidad y esa capacidad de acoger en sí mismos a personas con perfiles muy concentrados en lo que hacen.
Muchos lugares con muy poquita cosa no logran cambiar la pisada de la ciencia.
¿Cree que la ciencia de la región alcanzó a posicionarse en un lugar destacado a nivel global tras la pandemia?
Es difícil referirse a América Latina como si fuera un único escenario homogéneo. Es muy grande y sus realidades son muy disímiles.
Si uno mira Argentina, Chile y Brasil, cuyos sistemas científicos conozco bastante bien, encuentra ciertas áreas que son extremadamente potentes. Chile desarrolló en los últimos 20 años un conjunto de programas y herramientas que potencian significativamente la ciencia de ese país. Argentina ha tenido una tradición ininterrumpida de por lo menos 70 años, lo mismo con la ciencia brasileña, en donde la academia, además de historia, tiene grandes institutos y destacados equipamientos.
Personalmente, creo que a la región le hace falta conectar mucho mejor el quehacer científico con el funcionamiento de todo el resto de la sociedad: desde el asesoramiento científico, hasta la incidencia en procesos productivos, la incidencia en temas de salud. Todavía es muy escaso y cuesta mucho consolidarlo. América Latina necesita conectar mejor la ciencia con la sociedad.
Si comparamos con otras regiones, en esta parte del mundo siempre hubo un mismatch en los países, entre la producción de la ciencia y el aprovechamiento del conocimiento científico, cosa que, muchas veces, supuso varias críticas para los científicos y para las instituciones de ciencia.
La ciencia tiene un quehacer endógeno y propio, no todo lo que se hace en el ámbito científico necesariamente se transfiere de manera inmediata a la sociedad. Hay un montón de estudios que, muchas veces, transcurren décadas hasta que surge un elemento de interés social. Evidentemente, para todos los países, y en particular los que están en vías de desarrollo, es un factor importante que esa conexión crezca y que la sociedad visibilice más claramente cuál es la utilidad de aprovechar al sistema científico. Creo que en América Latina todos adolecemos un poco de ese problema, pero reitero, entiendo que se está avanzando para que eso se suavice.
¿Los desafíos latinoamericanos suponen capitalizar mejor los aportes científicos y disminuir la desigualdad de capacidades que existe entre los países que conforman la región?
Sí. La desigualdad no es únicamente entre países, sino también interna, dentro de cada país. Es notorio que hay zonas de los países más grandes de la región que tienen un muy alto nivel científico, y otras, con nivel científico muy bajo.
Este es un desafío mayor porque no es posible tener la mejor infraestructura y la gente más calificada dispersa por todo el territorio. Ahí los países deben tomar opciones. Opciones muy difíciles. Quizá la distribución de las capacidades científicas haya que hacerlas de forma muy inteligente. No pensar en que hay que hacer de todo en todos lados. Sería mejor que, si se quiere tener varios lugares donde se haga ciencia, que cada sitio consiga especializarse al máximo en determinadas áreas, y ahí concentrar la mejor gente y el mejor equipamiento. Muchos lugares con muy poquita cosa no logran cambiar la pisada de la ciencia.
El caso de Uruguay es un ejemplo en ese sentido, se ha descentralizado la ciencia de la capital. Se crearon centros del interior y grupos de actividades científicas, que no son todas, las que se eligen se desarrollan con todo el potencial.
¿Cuánto nos queda de pandemia hasta que aparezca la vacuna?
En un escenario optimista, yo creo que en el primer semestres de 2021 podría empezar a vacunarse el sector salud y poblaciones vulnerables de Uruguay, y para la segunda mitad del año, al resto de la población.
Las ideas y opiniones expresadas en esta entrevista son las de los entrevistados y no reflejan necesariamente el punto de vista de la UNESCO ni comprometen a la Organización. Los términos empleados y la presentación de los datos que en ella aparecen no implican toma alguna de posición por parte de la UNESCO en cuanto al estatuto jurídico de los países, territorios y ciudades ni regiones, ni respecto de sus autoridades, fronteras o límites.