En el Portal web de la Enciclopedia Treccani, un especial sobre las palabras de Francisco se centra en los grandes documentos del Pontificado. Para el Papa, comunicar es ante todo compartir y compartir requiere escuchar.
(vaticannews.va).-¿Se puede comunicar escuchando? Vivimos en una época en la que parece que si no tenemos la última palabra hemos «perdido» en la comunicación. Lo vemos todos los días en los programas de televisión y en los debates entre políticos. Lo experimentamos personalmente en las redes sociales (el espacio más frecuentado hoy en día), donde si no publicamos el último tweet o el post de conclusión, parece que salimos derrotados de una conversación, sea cual sea el tema.
El Papa Francisco ha volcado este paradigma funcionalista de la comunicación, que considera el comunicar, como un arma para ganar contra el otro, y le ha devuelto su valor principal: un regalo, una oportunidad, que nos ayuda a crecer junto con el otro. La consecuencia inmediata de esta lógica «altruista» es que el comunicador no prevalece sobre el mensaje que quiere transmitir. Por el contrario, este mensaje aumenta en fuerza cuanto más se «aparta» la persona que lo anuncia.
El silencio que habla
Es aquí, entonces, cuando en Francisco, el silencio e incluso la inmovilidad (una paradoja en la era de los medios de comunicación siempre en busca de sonido y movimiento) se convierten en amplificadores de sentido.
Los que tuvimos el privilegio de seguir la visita de Francisco a Auschwitz-Birkenau el 29 de julio de 2016, nos conmovió su silenciosa oración, que pareció durar un tiempo interminable.
Mejor que cualquier discurso, ese silencio fue capaz de transmitir el sufrimiento y la consternación por el dolor que ese lugar siempre llevará consigo, pero al mismo tiempo también la necesidad de hacer memoria, para no olvidar el horror sin precedentes de los campos de exterminio.
Pasan cuatro años. Otro «silencio que habla» en otro momento dramático de nuestra historia. Es el 27 de marzo de 2020: el Papa solo, en una plaza vacía de San Pedro, reza bajo el Crucifijo de madera de San Marcello y el icono de la Salus Populi Romani.
Esa celebración, en un contexto casi surrealista, sigue siendo una de las imágenes más fuertes de la pandemia. Al día siguiente, la foto del Papa en oración apareció en las primeras páginas de los periódicos de todo el mundo. El mensaje fue más allá del perímetro de la fe católica y se convirtió en el intérprete de la angustia y las esperanzas de toda la humanidad.
Las llamadas del pastor
Para la «comunicación a contracorriente» de Francisco, la escucha es un componente fundamental, emergente. No es casualidad que, en este período marcado por la imposibilidad de moverse y la drástica reducción de encuentros con personas, el Papa – con esa «creatividad de amor» a la que hace referencia a menudo – haya dedicado mucho tiempo a llegar a la gente a través de una antigua herramienta de comunicación que no pasa de moda: el teléfono.
En los meses de encierro, Francisco hizo innumerables llamadas a personas que sufrían, pacientes de Covid-19, ancianos e incluso enfermeras y jóvenes (por ejemplo, los del oratorio de Nembro, una de las zonas más afectadas por el virus), que se pusieron manos a la obra para ayudar a los que estaban en dificultades. Son llamadas telefónicas, las de Jorge Mario Bergoglio, realizadas más para escuchar experiencias que para ofrecer indicaciones. «Esto», dijo el Papa cuando fue entrevistado por una revista española, «me ayudó a mantener el pulso de cómo las familias y las comunidades estaban viviendo este momento».
La terapia de la escucha
Por otra parte, ya en 2016, Francisco subrayó que escuchar «es mucho más que oír», «escuchar significa prestar atención, tener el deseo de comprender, dar valor, respetar, guardar la palabra de los demás». Y también en ese año, durante su viaje internacional a México, hablando con los jóvenes de la ciudad de Morelia dijo que cuando un compañero está en dificultades, hay que ponerse a su lado, escuchando. «No digas te daré una receta», enfatizó el Pontífice, «pero dale fuerza escuchando, esa medicina que se está olvidando, la terapia de la escucha».
Se necesita un «apostolado de la oreja», dijo de nuevo durante el Jubileo de la Misericordia. Una fórmula que parece hacerse eco de la exhortación de Francisco de Asís a sus frailes: «Inclina el oído del corazón». Pier Paolo Pasolini, después de conocer a la Madre Teresa, dijo de ella que «su ojo donde mira, ve».
De alguna manera, Francisco, en su dimensión de comunicador, «donde siente, es decir donde oye, escucha». Escuchar, para él, tiene que ver con el «ABC» de las relaciones humanas. Requiere tiempo, requiere paciencia, la cantidad adecuada de tiempo para acercarse al otro, acortando las distancias y superando los prejuicios. Una actitud que a veces desconcierta, pero que es perfectamente coherente con la visión de una Iglesia en salida y Hospital de campaña del que es intérprete y testigo en primera persona. «Comunicar», escribió Francisco, «significa compartir y compartir requiere escuchar».
El poder de la cercanía
Muchos se preguntan dónde está el secreto del éxito comunicativo del Papa, que casi 8 años después de su elección permanece intacto, como lo demuestran, entre otras cosas, las homilías de las misas matutinas que se celebraron durante la pandemia, seguidas por millones de personas en todo el mundo. Tal vez el «secreto» radica precisamente en que vuelve a poner en el centro el auténtico valor de la comunicación, centrado en el hombre y no en los medios. El valor de un poder «paradójico» que crece cuanto más se reduce, al ponerse al servicio del otro, un poder de cercanía.
También en la comunicación, por lo tanto, el Pontífice nos pide que sigamos el modelo del Buen Samaritano. No por casualidad, en su primer Mensaje para la Jornada de las Comunicaciones Sociales, escribe que la parábola del Buen Samaritano «es también una parábola del comunicador» porque quien comunica «se hace prójimo». Con palabras y gestos, Francisco nos dice diariamente que debemos «arriesgarnos» para comunicarnos, arriesgarnos por nuestro prójimo como lo hizo el hombre de Samaria en el camino de Jerusalén a Jericó.
Para el Papa, no hay que tener miedo de dar lugar a la opinión del otro, a sus propuestas, incluso a sus preguntas, aprovechando el bien del que cada uno es portador. Sólo así, de hecho, reconociéndonos todos como hermanos, «Fratelli tutti», podemos construir un futuro mejor, digno de nuestra humanidad común.