(revistare.com).-Estamos a punto de entrar en una fase nueva de lo que llamamos “sociedad digital”, que inició con la creación de Internet y se popularizó a finales del siglo XX, y que ha avanzado a toda velocidad en el XXI ampliando su alcance y sofisticación. Las redes sociales, los satélites, la geolocalización, las compras digitales… todo ello y mucho más revoluciona la vida de más de medio planeta.
Pero dentro de esta sociedad digital existen ámbitos en particular desarrollo, como el de los videojuegos, cada vez más sofisticados y con cientos de millones de usuarios. O las criptomonedas, que generan un creciente movimiento de dinero de manera completamente no-física, sino únicamente digital. O el “internet de las cosas”, un entramado de dispositivos personales que interactúan entre sí, como relojes, zapatillas, camisetas, cámaras ciudadanas, puertas, televisores, frigoríficos, lavadoras, automóviles, etc. Un verdadero tejido digital que configura la vida física de cada uno de nosotros. Más allá de la cuestión sobre los algoritmos y quién gestiona nuestros datos -un tema crucial de nuestro tiempo-, vemos que se está intensificando una línea de gigantescas inversiones sobre lo que empezó como “realidad virtual». Mark Zuckerberg, creador de Facebook, ha cambiado el nombre de su empresa y la ha llamado Meta. De Metaverso.
El llamado “metaverso” (de “meta” o “más allá” y “universo”), permitirá a millones de personas sumergirse en realidades paralelas en tres dimensiones e interactivas, creadas digitalmente. Entraremos en entornos imaginarios o reales creados con gran detalle, a través de un sistema informático al que se accede no mirando una pantalla, sino interactuando por medio de unas gafas y otros dispositivos corporales, como guantes, zapatos, cinturones, que incorporan el movimiento de la persona y ésta se “mueve” en ese entorno, a través de un avatar o personaje, viviendo una experiencia totalmente inmersiva y envolvente. Podremos ser otras personas. O ser personajes imaginarios creados por nosotros mismos. Podremos visitar nuestra futura casa que aún no se ha construido, entrar en el sistema digestivo de un paciente, pasear por la antigua Roma y ver a Julio César, o conocer personalmente a Tutankamen, volar por el espacio sideral o ser aplaudidos por miles de personas en un estadio… Cualquier escenario real o ficticio estará al alcance de un clic. Cualquier personalidad y apariencia nos ocultará o expresará.
¿Cómo entender, qué priorizar, cómo educar en este contexto?
Un desarrollo tan veloz como novedoso pone en cuestión todo nuestro modelo educativo, nuestro modo de entender a las personas y sus relaciones. El aprendizaje a través de transmisión oral interminable a personas pasivas queda totalmente desfasado. Y se requerirán en el futuro no sólo conocimientos, sino también y sobre todo habilidades y competencias humanas muy bien cimentadas. Por eso propongo ver todo este entramado con una mirada centrada en la persona, la familia y la comunidad físicas, y por supuesto la espiritualidad, además de la tecnología. A partir de ahí, entendiendo lo más posible al ser humano y sus características más propias, localizar los valores más importantes que debemos cultivar, siendo capaces al mismo tiempo de participar en la sociedad de nuestra época y más aún, darle sentido y crear ámbitos de convivencia.
- El ancla es el cuerpo y la vida física natural. Es necesario comprender que todo ser humano está enraizado ónticamente en su cuerpo. Lo más importante y definitivo de nuestra existencia tiene raíz corporal, siendo quienes somos y como somos. Nacimos como fruto de un encuentro físico que dio como resultado nuestro irrepetible código genético. Nacer, ser acogidos, alimentados, cuidados… todo esto es físico. Respirar, comer, digerir, dormir, amar… en un entorno interpersonal y también natural (urbano o rural) que nos configura. Todo esto es físico, aunque en el ser humano todo tiene además una dimensión psíquica, simbólica, de significado, de sentido. Y es clave cultivar la aceptación de uno(a) mismo(a) tal cual es. Todo lo que vivamos en cualquiera de las dimensiones simbólicas, aspira a tener su aterrizaje y concreción en ese yo corporal irrepetible. El hambre y la satisfacción alimentaria son físicas. El sueño es físico. La proximidad y la caricia, el abrazo, son físicos. La vida y la muerte, son físicas. Las necesidades básicas de todo ser humano se desarrollan en su cuerpo (por eso la solidaridad empiezan por lo físico). Las relaciones humanas auténticas reclaman presencia física. No lo olvidemos. Pero, al mismo tiempo:
- El ser humano siempre ha creado experiencias mentales que le dan sentido. Pensemos en los mitos, las leyendas, las narraciones (orales o escritas) que han transportado a nuestros antepasados mundos imaginarios que explicaban su situación, les proponían un sentido, les daban claves de comprensión que finalmente se traducían en acciones en la vida física, individual y social. La imaginación es propia del ser humano, y ha sido tanto posibilitadora de nuevas realidades, como riesgosa cuando le hace perderse en ensoñaciones. Esas narraciones siguen existiendo y se transmiten en todo tipo de formato. Pueden ser tan atractivas y fantasiosas que de algún modo hagan “escapar” a los individuos hacia mundos inexistentes, tanto a través de los libros como de la radio, la televisión y el cine, y hoy día los videojuegos. Todos ellos cumplen esa múltiple función: entretener, explicarnos el presente, abstraernos de la realidad personal de nuestro yo corriente, hacernos protagonistas de mundos y situaciones creadas por nosotros mismos. El riesgo de todas estas maneras de sumergirnos en esas historias, es que nos gusten tanto que no queramos ya volver a lo que llamamos “realidad física”, a nuestra personalidad real, a nuestro entorno concreto de espacio y relaciones. Ese riesgo ha existido siempre y de diversas maneras. Lo que sucede ahora es que la realidad virtual es mucho más envolvente. Engaña nuestros sentidos al hacernos partícipes también con nuestro cuerpo, de lo que estamos viendo y nos rodea. De ahí su mayor capacidad de absorbernos y perdernos.
- Es necesario educarnos en la gestión del deseo. Ante el indudable atractivo de estas tecnologías envolventes, parece una obviedad pero se menciona muy poco: es imprescindible que desde los primeros años de vida enseñemos a los menores a conocer y gestionar sus deseos. Éste ha sido, probablemente, uno de los grandes huecos que ha tenido la educación de los niños crecidos en los últimos 20 años, pues se ha evitado al máximo “contrariarlos” -¡son niños!, se dice- y les hemos dejado abandonados a los vaivenes de sus caprichos y deseos, que no tienen brújula. Todo ser humano tiene que aprender a gestionar sus deseos, tanto por su propio bien, como para facilitar una convivencia sana y gratificante con los demás. Gestionar el atractivo de los dulces, del ocio, de las sustancias adictivas, del atractivo sexual… Buscar y adherirse a todo este conjunto de satisfactores, es un riesgo a todas las edades, pero si los menores han sido educados sin acotarles límites y enseñarles a discernir, serán arrastrados por sus propios deseos sin saber hacia dónde van. La realidad virtual será sin duda un satisfactor de gran alcance ante el cual se pondrá a prueba la capacidad de la persona de gestionar sus deseos sin aplastarlos ni ignorarlos.
- Educar en la programación digital. Hace ya tiempo que se dice que la nueva alfabetización es la programación. No podemos dejar a las nuevas generaciones totalmente indefensas ante los pocos “magos de la tribu” capaces de programar en lenguajes digitales. Las asignaturas de informática, robótica, programación, deberían ser habituales en todas las escuelas. Eso permitirá de algún modo conocer cómo se crean y desarrollan esos mundos paralelos, y poder “gestionarlos” de manera más activa en vez de totalmente pasiva.
- Usar la realidad virtual como herramienta educativa. Imagínense que podamos hacer pasear a los niños por la ciudad precolombina de Tenochtitlán. O que acompañen a Ghandi en sus viajes por la India promoviendo la concordia y la no-violencia. O vean a Luis Pasteur experimentar con las primeras vacunas, o interactuar con Platón en la Academia de Atenas. Como siempre, las instituciones educativas tendrán que acelerar el paso, desanclarse de sus antiguas formas y zonas de confort, y ponerse al día para no perder el tren de la educación. Nuestros jóvenes ya están muchas horas en los videojuegos, y son pocas las entidades que se han atrevido o han tenido los recursos para crear espacios educativos realmente interactivos.
¿Nos pasará lo mismo con la realidad virtual? Estamos a tiempo, en este naciente mundo llamado Metaverso. Por lo menos sigamos la pista y mantengámonos informados y alertas para entrar en esta nueva fase, para humanizarla y facilitar su mejor expresión educativa, con creatividad y valentía.