La Cultura Digital es toda expresión que nace o se ve afectada por el hecho de vivir en un entorno influido por las tecnologías de información.
(CEDAL – Gladys Daza Hernández, Colombia) – “La cultura abarca toda la realidad y las relaciones que el hombre establece con ella y surge como respuesta del hombre mismo a sus necesidades y aspiraciones desde las más elementales hasta las más sofisticadas” (P. Carlos Bravo).
La cultura es por su naturaleza un fenómeno social y su actualización es posible a través del individuo y de las relaciones intersubjetivas. Es un fenómeno complejo, cuyas manifestaciones en el orden material, espiritual o simbólico están sometidas a un proceso, o sea, se forma y modifica con base en la dinámica histórica y vital de los pueblos.
Aunque se suele hacer la distinción entre cultura y civilización, configurada esta última por la técnica al servicio de necesidades externas y utilitarias, sabemos que cuando la civilización contribuye a un auténtico desarrollo del ser humano, pasa a ser factor cultural.
La cultura es un proceso dinámico de construcción permanente a través de la historia, en el cual los entornos materiales técnicos han tenido su repercusión en las simbologías, creencias y valores de los pueblos. Y en este cambio de época del siglo XXI, lo más característico de la ciencia y la tecnología es que se han fusionado como un sistema ciencia-tecnología. Por ello algunos analistas hablan de la tecnociencia y de cómo la educación es para una ciencia y una tecnología responsable.
La revolución de la tecnología digital y la información modifican la relación con el conocimiento, con el espacio y el tiempo. La compleja interacción socio – técnico cultural que integra la idea de cultura digital exige investigar adecuadamente sus consecuencias. (Lêvy Pierre, 2007, 9), de tanto o mayor alcance y trascendencia que la revolución cultural operada por la escritura. Se considera la cultura digital como un híbrido inseparable de entornos materiales electrónicos y entornos simbólicos digitales. Así se diluye la frontera ente civilización y cultura, en la medida que la educación de las tecnologías digitales se oriente hacia la emancipación del ser humano.
Las tecnologías no sólo transforman al mundo, sino que influyen en la percepción que los sujetos tienen de ese mundo (Scolari, 2008, 273).
Se crean nuevas subjetividades espacio – temporales.
Ese espacio resignificado donde interactúan comunidades virtuales y la distancia se mide en clics, es el lugar donde evolucionan las nuevas formas de comunicación; las tecnologías móviles están transformando nuestras percepciones del tiempo y el espacio. Las tecnologías de la información y la comunicación unidas a otros factores son mediadoras de la percepción del mundo. Así, la cultura digital en construcción, es un fenómeno de cambio informacional, comunicacional, cognitivo, emocional, sensorial, interactivo y de comportamiento humano social provocado, dinamizado y promovido por el desarrollo tecno científico y otros múltiples factores. En ese cambio de comportamiento se resaltan las maneras de conocer, de ser, de hablar, de escribir, de leer, de creer, de sentir, de ser y de estar en el mundo. Ese nuevo espacio de pensamiento de la dimensión humana es, a la vez, un nuevo espacio de construcción social de la realidad, de comprensión de los nuevos lenguajes.
La digitalización y la interactividad han planteado un desafío a la hegemonía del lenguaje y la escritura como únicos medios de expresión de la racionalidad (Vizer, 2009, 240).
La cultura digital así entendida se populariza en la medida en que se amplíe la inclusión digital, o sea, se generen propuestas que no marginen a diferentes integrantes de la comunidad de escasos recursos. Para ello, se requieren políticas públicas relacionadas con la construcción, administración, expansión, ofrecimiento de contenidos y el desarrollo de capacidades locales y apoyos cognoscitivos en las redes digitales públicas, académicas e inalámbricas en cada país o región.
Esta inclusión digital no se reduce a la disponibilidad de computadores y teléfonos, sino a la capacitación de las personas para el uso efectivo de estos recursos tecnológicos mediante una educación tecnológica con sentido. Así se puede realizar el acceso a la sociedad del conocimiento como un derecho universal.
La inclusión digital implica la conjunción de diversos mecanismos originados en organizaciones, sector público, sector productivo, instituciones educativas y la comunidad misma (Vega, 2009, 120).
El trabajo activo del usuario de la tecnología suele pasar por cuatro etapas:
La adquisición del artefacto tecnológico, la ubicación en un espacio físico y mental, la interpretación, como construcción de significado del artefacto dentro del contexto del usuario y el valor simbólico que le otorga, y por último, la integración, o inserción de la tecnología en las prácticas sociales. Esto no se da en forma lineal consecuente, sino que estas etapas pueden superponerse y demostrar una dimensión compleja de las funciones cognitivas, prácticas y simbólicas del sujeto.
De este modo, la cultura digital supone una apropiación técnica, como dominio de la información y el control sobre técnicas y objetos, así como una apropiación simbólica, o sea, dominio de la expresividad y la comprensión, como formación de la intersubjetividad.
El mundo simbólico expresivo implica una relación entre sujetos, relación intersubjetiva, eminentemente comunicativa.
La mutua afectación entre sociedad, tecnología y cultura requiere una reflexión más allá de la imagen instrumentalista que ha imperado, concibiendo las tecnologías como simples herramientas o artefactos para unas determinadas tareas (Rueda, 2007, 28).
Un análisis filosófico y antropológico cultural más profundo permite estudiar esta afectación desde tres dimensiones: ontológica, pragmática y fenomenológica.
¿Qué hacemos con la tecnología? ¿Qué capacidad tienen las tecnologías para impregnar el conjunto de todas nuestras dimensiones sociales y culturales?
La cultura es vida y es, por tanto, dinámica, en movimiento y transformación permanente, tiene la propiedad de conservar, innovar, desechar y renovar los elementos que la constituyen en el devenir histórico de las comunidades, de los pueblos. Al no ser lineal, ni estática como el mundo mismo, no puede ser comprendida la identidad cultural como lo inmutable, lo inamovible, sino todo lo contrario, como lo que permanece cuanto todo se destruye.
La cultura digital no abarca sólo los nuevos medios de información y comunicación como Internet, el correo electrónico, las redes sociales, etc., sino a todos los medios tradicionales, ahora digitalizados, TV, radio, prensa, cine. Las nuevas comunidades comunicativas que nacen por la universalización del acceso a Internet presuponen la ocupación de nuevos espacios sociales cada vez más diversificados (Wilches, 2001, 12).
¿Es la cultura digital una amenaza para la identidad cultural de las comunidades?
Sabemos que las culturas evolucionan de acuerdo con la capacidad crítica de las diversas generaciones que ejercen una actividad selectiva, generalmente polémica, respecto a lo transmitido; rechazan ciertos valores tenidos en gran estima por las generaciones precedentes y desechan diversos puntos de vista, criterios y formas de convivencia que quedan sometidos a la prueba de la experiencia histórica, que hará posible valorar su autenticidad (Bravo, 1993, 75).
Por tanto, es todavía prematuro hacer un juicio sobre lo que significa esta prueba de la experiencia histórica, aunque algunos estudios empíricos realizados en diversas latitudes permitan aproximaciones sobre los cambios que ya se experimentan, incluida la concepción de identidad, por su complejidad y evolución dinámica. Ni la cultura objetiva como suma de realizaciones del ser humano, ni la cultura subjetiva como formación y capacitación de individuos y grupos pueden separarse entre sí, ni del proceso histórico en que surge, evoluciona y se transmite y que constituye la tradición. De otra parte, la identidad se concibe hoy como raíz en movimiento, en permanente cambio.
El eje transversal de la cultura digital es la comunicación, más allá del intercambio de la información y del paso de lo analógico a lo binario de 0 y 1 de lo digital.
Es la capacidad humana del encuentro, la relación expresiva, la búsqueda del sentido del ser solamente en comunicación con el otro. Nos dice Manuel Martín Serrano que todos los comportamientos comunicativos son actuaciones expresivas, es decir indicativas y que la experiencia comunicativa se convierte en el objeto de la interacción comunicativa, de modo que no se concibe la posibilidad de intercambiar con otras personas sin que intervenga la comunicación (Martín Serrano, 2007, 190).
Aunque en la comunicación se maneje información, no todas las informaciones se obtienen por vía comunicativa. Según este autor, cuando cualquier relación se considera pertinente para construir modelos de la comunicación, se hace todología de la comunicación.
Mientras que la información materializa la realidad, la espacializa, la comunicación la desmaterializa, transformándola en un proceso eminentemente intersubjetivo, regido por otras modalidades de tiempo.
Así, comunicación y cultura son dos dimensiones indisolublemente unidas, ya que la cultura se constituye a base de comunicaciones repetidas; es preciso buscar la cultura en la comunicación y no a la inversa, por cuanto es la capacidad simbólica, expresiva la que configura el ser cultural.
El debilitamiento de las identidades puede verse también como la posibilidad de transitar al establecimiento del diálogo intercultural, interreligioso, interdisciplinar, interideológico, intergenérico, etc. (López, 2009, 12).
Es innegable que las tecnologías digitales ofrecen a los individuos una mayor amplitud de opciones para comprometerse social y culturalmente, y tienen acceso a elementos culturales que les llegan del todo el mundo.
Así, Internet es más que un medio, es un nuevo modo de relacionarse con los públicos y en él prima el diálogo, se ha pasado progresivamente de las transacciones a la relación, de la información en una dirección a la conversación, del control a la participación, del video doméstico al video on line y de entornos reducidos a la eclosión de las redes sociales.
Todos estos cambios exigen la intervención educativa para humanizar las tecnologías y ponerlas al servicio de la emancipación del ser humano en su interacción comunicativa.
En síntesis, más que una definición reduccionista de la cultura digital, necesitamos una conceptualización holística del fenómeno inscrito en este mundo complejo, cambiante y caótico, como posibilidad de entender la renovación creativa de la realidad y de la íntima conexión entre comunicación y ética.
Es una relación intrínseca y esencial que las debe mantener como necesariamente complementarias. De allí los esfuerzos de reflexión que se han dado en el mundo académico en lo referente a la tecno ética, net ética, ciber ética, etc., para llegar al gran consenso de que el punto de partida de toda ética es el reconocimiento del otro como diferente. (Hoyos, 2009, 22).
Ese reconocimiento en la diferencia nos conduce a la esencia de la dignidad humana que subyace en la interacción comunicativa independientemente del medio a través del cual se establezca la relación o diálogo.
Manuel Castells nos llama la atención sobre la galaxia Internet como nuevo entorno de comunicación, considerando ésta como la esencia de la actividad humana. Así una nueva estructura social, la sociedad red se está estableciendo en todo el planeta en formas diversas y consecuencias diferentes para la vida de las personas, según su historia, cultura e instituciones (Castells, 2001, 305).
Aquí la diversidad cultural marca la diferencia y el temor a la homogenización carece de sentido, por cuanto, la cultura es una construcción colectiva que trasciende a las preferencias individuales, a las imposiciones del mercado y a las modas del momento.
Desde la década de los ochenta, la tecnología electrónica condujo a todos los sistemas de comunicación a un gran sistema convergente, según analistas como Ithiel de Sola Pool, y ahora que hablamos de convergencia digital, se está reafirmando que la digitalización ha facilitado la convergencia tecnológica como la capacidad de las infraestructuras para adquirir, procesar, transportar y presentar simultáneamente voz, datos y videos sobre una misma red y un terminal integrado y así surgen aplicaciones y servicios que confluyen en los sectores de la informática, las telecomunicación y el audiovisual (García, 2009: 105).
En todos los medios hay sitios para las culturas locales y también para las expresiones de la cultura transnacional, conformando un entorno plenamente convergente en el que se puede acceder con gran variedad de contenidos.
Para los analistas del fenómeno de la cultura digital, nos encontramos ante transformaciones tecnológicas de la cultura contemporánea en un proceso de fuerte individualización de la subjetividad. Somos parte de la mundialización de la cultura digital, no es un fenómeno externo, lejos de nosotros, sino que somos parte de ella en la medida en que penetra la vida cotidiana de la gente. Es un proceso que se hace y se deshace incesantemente desde las propias dinámicas y transformaciones de las culturas nacionales o locales.
Conclusión
Este acercamiento a una conceptualización de la cultura digital conduce a unos planteamientos conclusivos.
La peculiaridad de la revolución digital no reside tanto en la cantidad de máquinas que se han introducido en la sociedad, sino en la configuración de nuevos entornos comunicativos y simbólicos, en los nuevos modos de percepción, lenguaje, sensibilidades y escrituras y en las nuevas formas de circulación del saber.
Está en proceso de cambio la capacidad de la humanidad para procesar símbolos. Ni el determinismo tecnológico, ni el pesimismo cultural ayudan a comprender el fenómeno en profundidad.
Una cultura digital centrada en una visión humanista y emancipadora exige una educación permanente de las personas que se mueven en los flujos migratorios digitales (nativos y emigrantes) para que la apropiación de la tecnología conduzca a la promoción, a la equidad de oportunidades y a una convivencia social de calidad.
Investigar cómo incide esta nueva cultura en construcción en nuestras sociedades latinoamericanas es una tarea inaplazable de las ciencias sociales, de las instituciones educativas y evangelizadoras para responder más acertadamente con nuevas estrategias pedagógicas a las exigencias de las nuevas generaciones. Hoy se hace ineludible una nueva forma de ejercer la docencia, de comprender la mutua afectación entre tecnología, sociedad y cultura.
Fuente original del artículo: http://www.cedal.org.co/
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