En la era de la inteligencia artificial, existen ya casos reportados de personas que se han enamorado de identidades virtuales, creadas con inteligencia artificial. Entre éstas pueden citarse los llamados “bots” que responden preguntas u obedecen órdenes por audio. O avatares -imágenes muy realistas de personas virtuales que conversan-, con los que se interactúa por ordenador. O los robots, que a todo lo anterior añaden una forma de “presencia”, aunque sea sintética o metálica… Lo que suele olvidarse es que esa sofisticación tecnológica no crea un auténtico “tú”. No hay un sujeto en esos bits. No hay auténtica comunicación por su parte. Hay automatismos. Son algoritmos, bits que simplemente adaptan sus respuestas según las reacciones del sujeto humano.
Es importante recordar que toda esa precisión, ingenio, capacidad de adaptarse a nuestras necesidades y expectativas, está vacía de sujeto. No hay un “yo” que pueda ser un auténtico “tú” para el “yo” humano, que siempre tiene la innata necesidad de comunicación y de comprensión. Por eso se enamora. Proyecta su “yo” sobre la imagen del personaje virtual y le atribuye un «tú» inexistente. Se genera una ilusoria relación, que por naturaleza es insatisfactoria. No hay reciprocidad auténtica. No puede haberla.
Nuestra época tiene muchas paradojas, entre otras ésta: millones de personas están conectadísimas y con frecuencia solísimas. Su búsqueda de un “tú”, comprensivo, cercano, se puede orientar tanto a animales como a objetos, o en este caso, en creaciones digitales. ¿Aprenderemos de nuevo a comunicarnos tú a tú con personas -eso sí, menos cómodas- de carne y hueso?
Leticia Soberón Mainero