Si bien la inteligencia a menudo se celebra como el pináculo de la capacidad humana, es solo una faceta de nuestras facultades mentales. Tenemos una capacidad diferente y más profunda.
(aleteia.org).-La mente humana no es solo una máquina de cálculo o comprensión. Si bien la inteligencia, la capacidad de intellegere, a menudo se celebra como el pináculo de la habilidad humana, es solo una faceta de nuestras facultades mentales. La palabra latina intellegere deriva de inter (entre) y legere (elegir o discernir), lo que apunta a la capacidad de la mente para «leer entre» y resolver situaciones mediante la identificación de patrones y la obtención de conclusiones.
Sin embargo, darle sentido al mundo, agregarle significado, es una capacidad diferente y más profunda. No surge del razonamiento analítico sino, digamos, de la intuición, una «función» más expansiva de la mente que trasciende la resolución de problemas para tocar el núcleo de la experiencia humana.
Inteligencia y pensamiento: una distinción necesaria
Comprender es procesar el mundo lógicamente. Es lo que nos permite leer instrucciones, resolver ecuaciones o discernir patrones. La inteligencia, en este sentido, es una herramienta, poderosa, pero de alcance limitado. Está impulsado por preguntas como «¿Cómo funciona esto?» o «¿Qué se debe hacer?» Responde a los problemas, guía las decisiones y sirve a los objetivos del florecimiento humano.
El pensamiento, por el contrario, trasciende esos confines utilitarios. No está ligado a resultados inmediatos, sino que se mueve libremente a través de reinos abstractos, estéticos y espirituales. Pensar es detenerse en la belleza de una puesta de sol, reflexionar sobre el sentido de la vida o contemplar el infinito. El pensamiento se atreve a preguntar «¿Por qué?» y se contenta con detenerse en la pregunta misma, valorando el viaje por encima del destino.
La IA y el reto de la inteligencia humana
El nuevo documento del Vaticano sobre la IA, Antiqua et Nova, se compromete profundamente con esta distinción, ofreciendo una reflexión oportuna sobre la inteligencia artificial (IA).
Si bien la IA puede imitar ciertos aspectos de la inteligencia humana, no puede pensar. Procesa datos, identifica patrones y genera soluciones, pero solo dentro de los parámetros establecidos por los creadores humanos. La «inteligencia» de la IA es funcional y derivada; Carece de la libertad, la creatividad y la profundidad relacional del verdadero pensamiento humano.
Esta distinción es fundamental para evaluar el papel de la IA en la vida humana. El Vaticano nos recuerda que la inteligencia, ya sea natural o artificial, siempre debe servir a los fines más grandes del pensamiento humano: la contemplación, la creatividad y la comunión. En la educación, el trabajo, la salud y otros ámbitos, la IA es incapaz de eclipsar las dimensiones contemplativas y relacionales que nos hacen humanos.
El pensamiento como un camino hacia Dios
La Iglesia ha celebrado durante mucho tiempo el pensamiento como un acto espiritual. Meditar en las Escrituras, meditar en los misterios de la creación, orar, todas estas actividades revelan el llamado más elevado de la mente. El pensamiento alinea el alma con lo divino, acercándonos a la fuente de toda verdad y belleza.
En la era de la IA, es fundamental preservar y nutrir esta capacidad. Si bien las máquinas pueden ayudarnos a comprender el mundo, no pueden contemplar su significado. Ese sigue siendo el privilegio sagrado de los seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios, dotados de la libertad de pensar y llamados a una sabiduría que trasciende la mera utilidad.
Como nos ha recordado el Papa Francisco, la verdadera sabiduría no proviene de las máquinas, sino del Espíritu, que nos guía a usar nuestra inteligencia al servicio de la humanidad y de lo divino. Desde este punto de vista, el pensar no es simplemente una actividad, sino una vocación, un camino para llegar a ser más plenamente nosotros mismos, más plenamente humanos y, en última instancia, más plenamente unidos a Dios.