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Para el Papa, lo importante en la comunicación es que el mensaje llegue.

Para el Papa, lo importante en la comunicación es que el mensaje llegue.

(Ecclesia digital).-El reciente, valiente y hermosísimo viaje de Francisco a Myanmar y a Bangladesh estuvo polarizado, quizás hasta la demasía, por la, eso sí, vergonzosa e inaceptable situación de marginalidad a la que el Gobierno del primero de estos dos países del sudeste asiático tiene sometida a la comunidad rohingya. Y los medios de comunicación hicieron de la cuestión tal causa y tal test que todo el interés y valoración se centraba en si el Papa pronunciaba o no y cuándo la palabra “rohingya”.

Durante todo el viaje, en los discursos y conversaciones del Papa y, gracias a ello, también en la opinión pública mundial, esta etnia musulmana, a la que nadie parece querer, estuvo permanentemente presente. En su penúltima jornada viajera, tal y como estaba previsto, Francisco, recibió a 16 rohingya, acogidos en Bangladesh y atendidos por Cáritas, y no solo pronunció su nombre, estrechó sus manos, escuchó sus dramas y los bendijo, sino que les dirigió a ellos y, de paso, a la entera comunidad internacional, unas conmovedoras e interpelantes palabras (página 3), que el mundo entero debería hacer suyas y llevar a la práctica.

El tema, además, capitalizó también la rueda de prensa en el avión de regreso a Roma. Y lo hizo desde la primera pregunta, a la que Francisco respondió de este modo: “Su pregunta es interesante porque me lleva a reflexionar sobre cómo busco comunicarme. Para mí, lo más importante es que el mensaje llegue y por esto buscar decir las cosas paso a paso y escuchar las respuestas a fin de que llegue el mensaje”. Y puso un gráfico ejemplo de la vida cotidiana: “Un joven, una joven en la crisis de la adolescencia puede decir lo que piensa, pero tirando la puerta en la nariz del otro…, y el mensaje no llega, y la puerta se cierra…”.  Y abundando más en la idea, añadió: “A mí me interesa que este mensaje llegase. Para esto he visto que si en el discurso oficial hubiese dicho esa palabra daba la puerta contra la nariz. Pero he descrito las situaciones, los derechos, ningún excluido; y así, después, pude en las conversaciones privadas ir más allá”, “sin renunciar a la verdad”.

Tras todo esto, ¿cabe alguna duda de que ha sido el Papa quien ha puesto en el mapa y en la agenda de la preocupación mundial la vulneración de los derechos humanos impuesta a los rohingya? ¿Ha habido alguien que ha hecho más que él, que Francisco, por ellos? ¿No es, sobre todo, Cáritas Internacional quien más comprometida está en su acogida y sustentación? ¿Qué habría sido más eficaz hacer lo que el Papa hizo y cómo lo hizo, haberse negado a viajar a Myanmar o haber, ilusamente, exigido utilizar su nombre desde el primer momento y encontrarse ya allí con ellos?

Este modo de comunicar del Papa y con él de la Iglesia católica se puso también de manifestó pocos días después a propósito de la cuando menos irresponsable y temeraria decisión -¡una vez más y llevamos con él menos todavía de un año…!- del presidente Donald Trump de anunciar el traslado a Jerusalén de la embajada norteamericana en Israel. Francisco habló del tema en la mañana del miércoles 6 de diciembre (ver página 42). Lo hizo con claridad y también con prudencia, no echando más leña al fuego, pero sin renunciar tampoco  en este caso a la verdad. “Mi pensamiento –confesó- se dirige ahora a Jerusalén (…) por la situación creada en los últimos días; y, al mismo tiempo, quiero dirigir un apremiante llamamiento para que sea compromiso de todos respetar el status quo, en conformidad con las pertinentes resoluciones de Naciones Unidas”.

Más allá de caso omiso que a estas palabras hizo horas después Trump, la obviedad es que Jerusalén es ciudad única y sagrada tanto de los judíos como para los palestinos y los cristianos. Y la obviedad es asimismo que sin respetar esta realidad la paz en Tierra Santa y en todo Oriente Medio es una quimera. Y que decisiones como la tomada por el presidente Trump no sirven sino para prender aún más la mecha en un sangrante y abochornante conflicto que exige gestos de paz y no de prepotencia unilateralista. Como tampoco de actitudes comunicativas agresivas por parte de nadie y menos aún por parte de la Iglesia.

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