El Papa encuentra a los pastores de Perú. Poniendo como ejemplo a San Toribio propone el retrato del obispo ideal: denuncia las injusticias sociales, promueve la unidad de la Iglesia, habla los lenguajes actuales de los jóvenes. Y no está detrás del escritorio.
(La Stampa, Roma).- “Queridos obispos… nos toca”. Toca aprender a hablar el lenguaje de los otros. Como hizo San Toribio de Mogrovejo, arzobispo de Lima a caballo entre el siglo XVI y XVII, ejemplo de pastor «callejero». Y entre estos lenguajes que nos toca aprender está ese “totalmente nuevo como es el digital, por poner un ejemplo”. Es necesario “conocer el lenguaje actual de nuestros jóvenes, de nuestras familias, de los niños…. El papa Francisco, hablando a los obispos de Perú reunidos en la capilla del arzobispado de Lima, indica como modelo el de Toribio, representado en los cuadros como un “nuevo Moisés”. “Esta hermosa imagen me «da pie» para centrar en ella mi reflexión con ustedes. Santo Toribio, el hombre que quiso llegar a la otra orilla”.
“Quiso llegar a la otra orilla –ha dicho Bergoglio– en busca de los lejanos y dispersos. Para eso tuvo que dejar la comodidad del obispado y recorrer el territorio confiado, en continuas visitas pastorales, tratando de llegar y estar allí donde se lo necesitaba, y ¡cuánto se lo necesitaba! Iba al encuentro de todos por caminos que, al decir de su secretario, eran más para las cabras que para las personas. Tenía que enfrentar los más diversos climas y geografías, «de 22 años de episcopado, 18 los pasó fuera de su ciudad recorriendo por tres veces su territorio»”.
“Sabía –ha continuado el Papa– que esta era la única forma de pastorear: estar cerca proporcionando los auxilios divinos, exhortación que también realizaba continuamente a sus presbíteros. Pero no lo hacía de palabra sino con su testimonio, estando él mismo en la primera línea de la evangelización”.
“Hoy le llamaríamos un Obispo «callejero». Un obispo con suelas gastadas por andar, por recorrer, por salir al encuentro para «anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, sin asco y sin miedo”.
Bergoglio ha explicado que Toribio “quiso llegar a la otra orilla no sólo geográfica sino cultural. Fue así como promovió por muchos medios una evangelización en la lengua nativa”, haciendo traducir catecismos en quechua y aymara e impulsando “al clero a que estudiara y conociera el idioma de los suyos para poder administrarles los sacramentos de forma comprensible. Visitando y viviendo con su Pueblo se dio cuenta de que no alcanzaba llegar tan sólo físicamente, sino que era necesario aprender a hablar el lenguaje de los otros, sólo así, llegaría el Evangelio a ser entendido y penetrar en el corazón”.
“¡Cuánto urge esta visión para nosotros, pastores del siglo XXI!, que nos toca aprender un lenguaje totalmente nuevo como es el digital, por citar un ejemplo. Conocer el lenguaje actual de nuestros jóvenes, de nuestras familias, de los niños… Como bien supo verlo santo Toribio, no alcanza solamente llegar a un lugar y ocupar un territorio, es necesario poder despertar procesos en la vida de las personas para que la fe arraigue y sea significativa. Y para eso tenemos que hablar su lengua. Es necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de nuestras ciudades y de nuestros pueblos”.
Francisco ha subrayado que para Toribio “la evangelización no podía darse lejos de la caridad. Porque sabía que la forma más sublime de la evangelización era plasmar en la propia vida la entrega de Jesucristo por amor a cada uno de los hombres. Los hijos de Dios y los hijos del demonio se manifiestan en esto: el que no practica la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano. En sus visitas pudo constatar los abusos y los excesos que sufrían las poblaciones originarias, y así no le tembló el pulso, en 1585, cuando excomulgó al corregidor de Cajatambo, enfrentándose a todo un sistema de corrupción y tejido de intereses que «arrastraba la enemistad de muchos», incluyendo al Virrey”.
Un ejemplo que nos muestra al pastor “que sabe que el bien espiritual no puede nunca separarse del justo bien material y tanto más cuando se pone en riesgo la integridad y la dignidad de las personas. Profecía episcopal que no tiene miedo a denunciar los abusos y excesos que se cometen frente a su pueblo. Y de este modo logra recordar al interno de la sociedad y de sus comunidades que la caridad siempre va acompañada de la justicia y no hay auténtica evangelización que no anuncie y denuncie toda falta contra la vida de nuestros hermanos, especialmente de los más vulnerables”.
Toribio defendió la ordenación de sacerdotes mestizos y fue muy cercano a sus curas. Recordó a sus curas que “eran pastores y no comerciantes y por lo tanto, habrían de cuidar y defender a los indios como a hijos. Pero no lo hace desde «el escritorio», y así puede conocer a sus ovejas y ellas reconocen en su voz, la voz del Buen Pastor”. Finalmente, el santo arzobispo de Lima “promovió de manera admirable y profética la formación e integración de espacios de comunión y participación entre los distintos integrantes del Pueblo de Dios”.
“No podemos negar las tensiones, las diferencias –concluye el Papa refiriéndose a la realidad de la Iglesia peruana–, es imposible una vida sin conflictos. Estos nos exigen, si somos hombres y cristianos, mirarlos de frente y asumirlos. Pero asumirlos en unidad, en diálogo honesto y sincero, mirándonos a la cara y cuidándonos de caer en tentación, o de ignorar lo que pasó o quedar prisioneros y sin horizontes que ayuden a encontrar caminos que sean de unidad y de vida”. La invitación es a trabajar “por la unidad” sin permanecer presos de divisiones: “No se olviden que lo que atraía de la Iglesia primitiva era cómo se amaban. Esa era, es y será la mejor evangelización”.