(vaticannews.va).- En el primer Domingo de la Palabra de Dios, monseñor Darío Edoardo Viganò, Vicecanciller de la Pontificia Academia de Ciencias y de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, analiza cómo la relación entre la Biblia, el cine y los medios de comunicación de masas afectan a la «percepción de la misma experiencia religiosa». El prelado revisa cómo la figura de Jesús es presentada tanto en súper producciones religiosas como en películas con una orientación cristológica.
por Mons. Darío E. Viganò
El Dios cristiano es un Dios encarnado en la trama de los acontecimientos de los hombres; así, la narración es «el testimonio obligado de un Dios que se da a conocer en la profundidad de una historia de hombres y mujeres ‘de carne y hueso’, una historia vivida cuyo significado es siempre polifacético y cuyo horizonte nunca se cierra del todo. Por eso la salvación se dice en un relato: la narración es el vehículo privilegiado de la Encarnación y, al mismo tiempo, el relato de nuestra historia» (Sapori del racconto biblico, EDB 2013, p. 19).
El relato bíblico ha sido plasmado varias veces en forma audiovisual, constituyendo un verdadero género en sí mismo; pensemos, por ejemplo, en las pasiones de principios del siglo pasado, propuestas por los pioneros del séptimo arte como los hermanos Auguste y Louis Lumière con Vues représentant la vie et la passion de Jésus Christ (1897) o las representaciones de matriz teatral de Ferdinand Zecca con La Vie et la Passion de Jésus Christ (1902-1907). Posteriormente fue el estadounidense Cecil B. De Mille, pionero de las súper producciones religiosas, quien dio fuerza visual a la historia bíblica, con las dos versiones de Los Diez Mandamientos (1923 y 1956): un cine que favorecía el carácter espectacular de la historia más que captar la articulación de matices del Texto Sagrado.
Cuando el cine se encuentra con Jesús
La figura de Jesús también ha sido abordada varias veces por el cine. Lo que se llama la veta cristológica, ha visto, en más de cien años, las más diferentes perspectivas de fórmulas narrativas y de desarrollo. En el ámbito académico (cf. Gesù e la macchina da presa, Lateran University Press 2005) una de las teorías más recientes ve cuatro posibles caminos de interpretación visual: películas que son «historias» de la historia de Jesús, es decir, obras que tratan directamente de la historia de Jesús, teniendo en cuenta la necesidad de desambiguar entre películas que toman el texto bíblico (evangélico) como fuente directa y películas que, en cambio, adoptan y reelaboran la imagen difundida sobre Jesús a partir del inmenso e indefinido material sobre Jesús. Es el caso de obras como El Rey de Reyes (1927) de Cecil B. De Mille, La Túnica (1953) de Henry Koster, El Evangelio según Mateo (1964) de Pier Paolo Pasolini e, incluso, La Pasión de Cristo (2004) de Mel Gibson.
Una segunda vertiente es la historia de las «narraciones» de Jesús: obras que han dado forma a relatos cortos (novelas), que pretenden contar la historia de Jesús; un caso emblemático es La última tentación de Cristo (1988) de Martin Scorsese, de la novela de Nikos Kazantzakis. La tercera área está compuesta por obras que tocan la historia de Jesús solo tangencialmente, pero no significativamente: un ejemplo es la película La dolce vita (1960) de Federico Fellini, que se abre con la imagen de una estatua de Cristo transportada en helicóptero que casi parece querer acariciar los nuevos edificios de las periferias de Roma.
La última vertiente narrativa de interés cristológico está constituida por las llamadas películas parabólicas, textos cinematográficos que, en los hechos que narran, tienen la figura de Jesús en el centro de su discurso, que aparece, sin embargo, como una referencia, a veces más evidente y a veces menos evidente: desde Au Hasard Balthazar (1966) de Robert Bresson hasta Gran Torino (2009) de Clint Eastwood.
La Biblia en TV: una obra de divulgación
Más allá de estas reflexiones, que para los estudiosos son particularmente interesantes hasta el punto de estructurar una rama disciplinaria bien definida en los Estudios Religiosos, no hay duda de que para muchas personas la Biblia antes de ser un libro es ante todo una película o una ficción. Pensemos, en particular, en la gran obra televisiva La Biblia, realizada por Lux Vide junto con Rai en los años noventa y dos mil: desde Abraham en 1993, sin olvidar el episodio cinematográfico Génesis. La creación y el diluvio de 1994 del director Ermanno Olmi, hasta San Pablo y San Juan y El Apocalipsis, de 2000 y 2002.
Historias, entre telefilmes y miniseries en dos episodios, que son la expresión de un renacimiento del Texto Sagrado sobre todo entre las nuevas generaciones – las series se ha vendido en todo el mundo en más de 130 países -, han propuesto como clave para acceder a la complejidad del texto bíblico, la identificación de un personaje de referencia, un verdadero «héroe». Esto ha implicado un largo trabajo de preproducción y el asesoramiento de biblistas y estudiosos de diferentes religiones monoteístas. Este proceso de escritura y producción redujo necesariamente la polifonía del Texto Sagrado, simplificándolo y unificándolo desde el punto de vista de un solo narrador: no se accede, por ejemplo, a la vida y al camino de todo un pueblo, tal como se cuenta en el libro del Génesis, sino al camino de Abraham o de Jacob, del mismo modo que no se accede a la totalidad del texto del Éxodo, sino a la historia de Moisés.
El encuentro entre la Revelación y los medios de comunicación
Se trata una obra de gran importancia divulgativa, sin embargo, al menos por lo que se refiere a los relatos contenidos en la Biblia, tiene en cuenta el hecho de que «las palabras de Dios […], expresadas en lenguas humanas, se asemejaron al hablar del hombre, como el Verbo del Padre eterno, habiendo asumido las debilidades de la naturaleza humana, se asemejó al hombre» (Vaticano II, Constitución dogmática Dei verbum, n. 13). El mismo Juan Pablo II, con ocasión del Congreso Internacional sobre el Estudio del Lenguaje Bíblico en la Comunicación Contemporánea en 1998, dijo: «Este encuentro providencial entre el Verbo de Dios y las culturas humanas está ya contenido en la esencia misma de la revelación y refleja la ‘lógica’ de la Encarnación». Y también: «El encuentro entre la Revelación divina y los modernos medios de comunicación social, cuando se realiza respetando la verdad de los contenidos bíblicos y el uso correcto de los medios técnicos, produce abundantes frutos de bien». Por un lado, de hecho, implica elevar los medios de comunicación social a una de las tareas más nobles, lo que en cierta medida los redime de usos impropios y a veces triviales. Por otra parte, ofrece posibilidades nuevas y extraordinariamente eficaces para acercar al público en general a la Palabra de Dios comunicada para la salvación de todos los hombres» (28 de septiembre de 1998).
¿Valen la pena el riesgo?
Todo esto no significa, como se ha evocado, ser inmunes a cualquier peligro en el proceso de traducción -o más bien de transmutación, recuperando las reglas de la semiótica- y, sin embargo, hay que reconocer que se ha realizado una gran labor de mediación y divulgación del Texto Sagrado que, tal vez, de otro modo, habría permanecido completamente en silencio para los más jóvenes. Especialmente con respecto al Antiguo Testamento.
El trabajo de traducción audiovisual siempre implica riesgos: el texto bíblico, los símbolos religiosos y, en general, el lenguaje religioso, implicado o asumido en el proceso del universo mediático, está de hecho sujeto a desgaste (Dizionario della comunicazione, Carocci 2009, bajo el título: Lo religioso en los medios de comunicación). Además, los medios de comunicación, al tiempo que representan, reestructuran y reorganizan el lenguaje del creyente, contribuyen a modificar la forma en que se percibe la experiencia religiosa en sí misma. Pensamos, de hecho, cómo en el proyecto de la Biblia por televisión, la historia de Dios y su pueblo contada por el Antiguo Testamento se ha convertido más simplemente en la historia de algunos protagonistas: Abraham, Moisés, David, Salomón o Jeremías. Todo esto muestra el riesgo continuo de la doble función representativa y reguladora de los medios de comunicación. Francesco Casetti señala, a este respecto, cómo el cine es «una mirada profundamente reveladora: al desarrollar una cierta forma de observar las cosas, el cine nos ha ayudado a verlas, y a verlas en el espíritu de los tiempos. Pero también es una mirada vinculante: al abrirnos los ojos, las películas nos han sugerido qué ver y cómo verlo» (L’occhio del Novecento, Bompiani 2005, p. 15).
La comprensión de la figura de Cristo
En esta perspectiva, pensemos en cuántas generaciones se han acercado a la figura de Jesús a través de la película Jesús de Nazaret (1977) de Franco Zeffirelli; y cómo la misma película (de hecho, también con guion en la televisión) tuvo un fuerte impacto en la comprensión de la figura del propio Cristo.
Pero también hay un proceso inverso a tener en cuenta o a poder seguir: el camino no es solo desde el Texto Sagrado hasta las traducciones audiovisuales, sino viceversa. Es posible, de hecho, partir de la visión de las películas para volver a saborear las páginas de la Biblia, decididamente más ricas, llenas de matices, con un aliento polifónico. Y, por lo demás, hoy se han multiplicado las escuelas de la Palabra, los momentos de catequesis bíblica, la participación del pueblo de Dios en los cursos de ejercicios espirituales que son momentos en los que la Palabra inspirada es captada por un corazón calentado por el Espíritu Santo.