(desdelafe.mx).-Amparados en el anonimato, animados por el mal ejemplo de otros, empujados por prejuicios propios y ajenos, y encendidos por una ira profunda que les brota incontrolable a la menor provocación, sin pensarlo dos veces ni detenerse a verificar si lo que están leyendo en la pantalla es verdad o mentira, un preocupante y creciente número de usuarios de redes sociales se lanza a participar en ciber-linchamientos que son cada vez más comunes y también cada vez más agresivos y peligrosos.
Por ejemplo, en enero, en la Marcha por la Vida en Washington, entre los miles de asistentes, había unos adolescentes de un colegio católico, que iban con su maestro. Al terminar la marcha, esperaban que pasara por ellos su autobús. Había allí miembros de grupos étnico-religiosos lanzando insultos. Un hombre se acercó y se paró frente a un estudiante, tocando su tambor y cantando a voz en cuello. El joven se sintió agredido, se puso nervioso y decidió quedarse inmóvil, sonriendo. Pensó que así mostraría que no quería problemas ni respondería a una provocación. Cuando llegó el camión, él y sus compañeros se fueron. Pero el asunto no paró ahí. Alguien subió al internet un video del joven sonriente frente al hombre del tambor, y lo calificó de racista, asegurando que se estaba burlando de aquel hombre. El video se hizo ‘viral’, es decir fue reenviado y compartido, hasta que millones de gentes lo vieron e hicieron comentarios que fueron subiendo de tono contra el joven. Incluso hubo quienes dieron los datos personales de éste y propusieron que se le diera ‘su merecido’. Pronto llegaron a su casa mensajes con insultos y amenazas de muerte. Fue inútil que subiera a internet el video completo que muestra lo que realmente sucedió. Inútil también que publicara una extensa explicación. Esto ya no se hizo ‘viral’. Y ahora él y su familia temen por su vida.
Asusta la gran cantidad de usuarios de redes sociales que, en un abrir y cerrar de ojos, se convierten en furibundos jueces de la conducta ajena, se creen con autoridad moral para señalar a los demás, y, rompiendo récord de expresiones soeces, los condenan con verdadera saña. Olvidan las muchas veces en que ellos mismos han cometido errores, y escaparon de ser exhibidos porque tuvieron la suerte de que no hubiera nadie cerca armado con un celular, filmándolos.
Es lamentable que en aras de la libertad de expresión se permitan estos virulentos ataques, que en no pocas ocasiones han provocado que quienes los sufren se sientan tan acosados y desesperados que terminen suicidándose.
Como católicos, hemos de preguntarnos: ‘¿Qué nos enseña Jesús?, ¿Qué nos aconsejaría?’ Y en este caso, de seguro nos diría lo mismo que recomendó a Sus discípulos cuando éstos estaban cayendo en actitudes de rivalidad, envidia, indignación y enojo, y Él les hizo ver que así se comportan en el mundo los que creen tener cierto poder, y les pidió: “que no sea así entre ustedes”.
Que no sea así entre nosotros. Que como católicos reaccionemos de manera distinta a como reacciona el mundo, y, al menos en lo referente a internet, nos guiemos por estos 3 principios:
1. Infórmate
No creas todo lo que lees. Antes de reenviar algo, averigua si es verdad. Todo asunto tiene dos versiones, busca conocer ambas. Copia el texto, pégalo en tu buscador y ve si la fuente es confiable.
2. Ten empatía
Pregúntate: si fueras tú esa persona que está siendo exhibida y atacada, ¿qué sentirías?, ¿qué mensajes te ayudarían y cuáles te hundirían? El mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo, sigue vigente y no tiene letreritos que digan: ‘aplican restricciones’. Jesús nos pide amar, comprender, perdonar y recordar que dijo: “el que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra” (Jn 8,7).
3. Examínate
Pregúntate: ¿cuál es tu intención?, ¿qué medio empleas?, ¿cuál será el resultado? Si la motivación es la ira, el medio los insultos y el resultado sembrar odio, miedo, caos, destrozar la reputación o autoestima de alguien, no lo escribas ni reenvíes.
El mundo podrá no saber que somos nosotros los que escribimos o reenviamos un mensaje, pero Dios lo sabe, y Él, que un día nos pedirá cuentas, espera de nosotros que lo ayudemos a construir, no a destruir, a edificar puentes; a tender la mano, a no olvidar que los demás pueden parecernos desconocidos, pero son nuestros hermanos.