Aunque suene autoritario y casposo, es fundamental poner y hacer cumplir en casa estas reglas para el uso de la tecnología.
(aleteia.es).-Parece de Perogrullo, pero algunos aún no se han enterado: para educar bien en Internet hay que poner reglas y hacerlas cumplir. En general, no nos gusta ni una cosa ni la otra.
Poner reglas suena autoritario, casposo, rancio. Preferimos el bueno rollo y el flower power de los consejitos blandos, del padre dialogante. Hacerlas cumplir también es difícil, ya que siempre es más apetecible sonreír y hacer una excepción, quedando como el padre o madre flexible que entiende a sus hijos.
Lo que pasa es esta estrategia “buenrollista” conduce habitualmente a la anarquía, en la que cada uno hace lo que le da la real gana. Y un niño que hace lo que le da la gana –lo que le dictan sus caprichos y sus antojos- termina siendo un maleducado, un mimado y, lo que es mucho peor, un infeliz.
Así que por mucho que te cueste, deberías establecer unas reglas de uso de la tecnología en casa, y hacerlas cumplir con decisión.
En primer lugar, es preciso decidir qué reglas quieres poner. Habla con tu marido, con tu mujer, con tu pareja, y decidid juntos qué normas de uso os parecen razonables en casa. Habrá familias que prefieran poner muchas reglas; otras son más hippies y estarán cómodas con dos o tres normas muy básicas. No es mejor una opción que la otra: lo importante es que cada familia encuentre su estilo y establezca algunas normas claras. ¿Algún botón de muestra?
- durante las comidas no hay teléfonos en la mesa;
- mientras se estudia no se escucha música;
- a las once de la noche se apagan los móviles;
- no se ven más de dos capítulos de Netflix seguidos;
- sólo se juega al FIFA o a Fortnite media hora, después de estudiar y con la cocina recogida.
Una vez decididas, deberás explicar las normas a tus hijos, para que las tengan claras y conozcan su sentido. Esto quizá te exija un esfuerzo de argumentación no pequeño, sobre todo porque “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Así, no pretendas que tu hijo aplauda las normas y te diga sonriendo que sois los padres más razonables del mundo. (Si reacciona así, llama a un psicólogo o a un exorcista).
Lo habitual será que la regla le parezca estúpida –al menos eso te dirá-, de forma que la explicación de la norma a tus hijos se asemeje al debate sobre el Estado de la Nación en tu cuarto de estar. No pasa nada: una vez explicada –y publicada en el BOE de la nevera con un imán, como hacen en algunos hogares- la norma está vigente, por lo que habrá que cumplirla.
El tercer paso es el más difícil: de legislador pasas a policía o juez, y deberás hacer cumplir la norma, exigir su respeto. Esto va a resultar cansado, ya que los niños son expertos en jugar en el “borde” de la ley y en pedir una y otra vez la derogación de la norma. Pero hay que mantenerse firme en la línea de defensa, y estar dispuesto a decir tantas veces como haga falta la palabra No:
- No al móvil en la mesa.
- No a tres horas de videoconsola.
- No a ver Instagram en la cama de madrugada.
- No a criticar por Whatsapp.
Evidentemente, decir que “no” resulta cansado, desgasta. ¡Qué te voy a contar! Pero saber decir que no es una de las obligaciones de un buen padre o madre. Un niño sin nos, sin límites ni reglas, se convierte en una mezcla exacta de salvaje, tirano y bruto. Tu hijo se merece más.
Por supuesto, las reglas admiten excepciones, y no pasa nada por dejar de cumplirlas algún día. Pero las excepciones deben ser excepcionales: si son demasiado frecuentes, la regla deja de ser tal y pasa a ser una bonita declaración de intenciones un papá o una mamá flojos, a quien nadie hace ya caso.
Vamos terminando. Como dijimos al comienzo, en nuestras sociedades las reglas tienen mala prensa. Parecen una maldición que quita la alegría y mata la espontaneidad. Las asociamos a orfanatos de las novelas de Dickens, que asfixian a los niños con una disciplina irrespirable. Nos parecen herramientas educativas dictatoriales, asociadas a señores grises y aburridos, que aman lo previsible y quieren tenerlo todo bajo control. Y nosotros no somos así. Somos padres y madres del siglo XXI. Nos gustan las gafas de colores y las faldas estilosas. Dialogamos. Queremos ser colegas de nuestros hijos. “Debajo de las aceras hay playas”, “prohibido prohibir”, y toda la pesca. Pues bien. Buena suerte con esas teorías educativas ingenuas o adolescentes.
Prueba a meter a veintidós niños en un campo de fútbol sin reglas, a ver qué hacen. Intenta leer una redacción de un adolescente que ignora las reglas de ortografía y gramática. Siéntate a la mesa con cuatro niños sin normas de educación, a ver cómo acaba el mantel y cuánta comida termina en el suelo. Será el aburrimiento máximo, el sinsentido, el caos y la destrucción… (perdón si me he puesto un poco cáustico).
Ya es hora de superar ese miedo escénico a las reglas, que convierte a los niños en esclavos de sus caprichos y en marionetas de quienes quieren aprovecharse de su debilidad. Asumamos que para educar personas libres –también en Internet- hay que poner reglas, explicarlas bien y hacerlas cumplir. Hay que saber decir que no.
Con cariño. Con flexibilidad. Y con fortaleza.