El Pontífice detalla a los superiores y alumnos el Pontificio Colegio Urbano de Propaganda Fide las tres características más importantes que considera para ser realmente discípulos-misioneros cercanos a Dios y a los hermanos.
(vaticannews.va).-En 1627, el Papa Urbano VIII decidió fundar en Roma un seminario para la formación del clero destinado a los territorios llamados «de misión». Hoy, Francisco, recuerda a los estudiantes del Colegio Urbano de Propaganda Fide que “fue una intuición importante que aún hoy conserva su validez” y por tanto “están llamados a acoger e interpretar creativamente”, dejándose interpelar por las múltiples necesidades e interrogantes del tiempo en que vivimos. Este año, la fundación de la Congregación De Propaganda Fide celebra su 400 aniversario reflexionando sobre el tema de la relación viva y personal con Jesús como fuente espiritual de toda misión, inspirándose en el lema: «Para que estén con él… y para que sean enviados a predicar» (Mc 3,13). Por ello, el Papa se ha centrado durante su discurso en las tres características más importantes para cuidar y fortalecer durante el tiempo de formación inicial, para que puedan ser realmente discípulos-misioneros cercanos a Dios y a nuestros hermanos.
El valor de la autenticidad
La primera característica que ha destacado el Pontífice es el valor de la autenticidad, señalando que nuestra cercanía a Dios y a nuestros hermanos y hermanas se realiza y se refuerza en la medida en que tenemos el valor de despojarnos de las máscaras que llevamos, “quizá para parecer perfectos, impecables y obsequiosos”. “¡Las máscaras no sirven de nada! – ha expresado Francisco a los alumnos del Colegio Urbano, aconsejándoles que tenemos que presentarnos a los demás “sin pantallas”, “tal como somos”, “con nuestras limitaciones y contradicciones” y “superando el miedo a ser juzgados por no corresponder a un modelo ideal, que a menudo sólo existe en nuestra mente”. Destaca la petición del Papa a los alumnos: “Por favor, no tengáis miedo de mostraros como lo que sois, especialmente a esos hermanos y hermanas mayores que la Iglesia pone a vuestro lado como formadores”. De hecho, insiste en que, aunque a veces puede surgir la tentación del formalismo, o el encanto del «papel», como si esto pudiera asegurar la plena realización, no deben dejarse engañar por estas soluciones, “tan cercanas, pero falsas”.
La capacidad de salir de uno mismo
La segunda característica que subraya Francisco es la capacidad de salir de uno mismo. “La vida de fe es un «éxodo» continuo – dice – una salida de nuestros esquemas mentales, del encierro de nuestros miedos, de las pequeñas certezas que nos tranquilizan”. De no ser así – advierte el Papa – “corremos el riesgo de adorar a un Dios que sólo es una proyección de nuestras necesidades, y por tanto un «ídolo», y de no vivir tampoco encuentros auténticos con los demás”.
Francisco les recuerda que es bueno “aceptar el riesgo de salir de uno mismo, como hicieron Abraham, Moisés y los pescadores de Galilea que fueron llamados a seguir al Maestro” y que precisamente ellos tienen la oportunidad de hacerlo en la vida comunitaria, “especialmente en una comunidad de formación tan rica y variada como la vuestra, con tantas culturas, lenguas y sensibilidades”. Por tanto, Francisco los anima a “a vivir sin miedo el desafío de la fraternidad, incluso cuando exige dificultades y renuncias” e insiste en que el mundo y también la Iglesia necesitan “testigos de fraternidad: que vosotros lo seáis, incluso ahora y cuando volváis a vuestras diócesis y países, a menudo marcados por divisiones y conflictos”.
La apertura al diálogo
Por último, el Papa se centra en la apertura al diálogo. En primer lugar, destaca la importancia de “dialogar con Dios, en la oración, que es también un éxodo de nuestro ego para acogerle, mientras Él habla en nosotros y escucha nuestra voz”. Y luego “el diálogo fraterno, en una apertura radical al otro”. En este sentido recuerda que San Juan Pablo II nos enseñó que el diálogo debe ser el estilo propio del misionero y señala que “el mundo necesita diálogo, necesita paz y necesita hombres y mujeres que sean sus testigos”. “Os animo a poneros en la escuela de esos «mártires del diálogo» que, incluso en algunos de vuestros propios países, han recorrido valientemente este camino para ser constructores de paz. No tengáis miedo de recorrerlo también hasta el final, yendo a contracorriente y compartiendo a Jesús, comunicando la fe que Él os ha dado” concluye.