Nicola Lagioia escribe este artículo en el periódico de la Santa Sede, L’Osservatore Romano, a propósito de la inminente celebración, el próximo 24 de mayo, de la 54ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Jornada para la cual el Papa Francisco eligió este tema: “Para que puedas contar y grabar en la memoria (cf. Ex 10,2). La vida se hace historia”
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(vaticannews.va).- El reciente Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales puede contribuir a reavivar el debate sobre cuál es la tarea de la literatura y qué distingue esta forma de contar historias de otras con megáfonos mucho más potentes. Nunca antes se ha escrito ni leído tanto como en la época de los medios de comunicación social. Nunca se ha tergiversado tanto como en la era de las fake news. Y – ante el storytelling del poder – uno se deja manipular exactamente como siempre ha sucedido. William Shakespeare, Gustave Flaubert o Elsa Morante siguen siendo óptimos antídotos frente a los engaños (incluso lingüísticos) de quienes hacen del engaño y la prevaricación su propia razón de ser.
“Hay palabras y palabras…”
Una novela. Un tweet. La reunión de un político. Un escandaloso scoop. Una campaña de desprestigio por medio de la prensa. Una campaña de odio online. Un eslogan publicitario. Son todas formas narrativas hechas de palabras. Pero hay palabra y palabra. ¿Qué distingue, por ejemplo, o debería distinguir, las palabras utilizadas para la construcción de una buena novela de las palabras del llamado lenguaje manistream que domina el discurso público hoy en día? En primer lugar, el propósito. El lenguaje del poder (de eso estamos hablando) tiene como propósito la persuasión, el lenguaje literario, por el contrario, se esfuerza ante todo por entender.
“El poder quiere, la literatura busca”
El poder quiere, la literatura busca. El poder pretende persuadir a sus potenciales súbditos mostrando sólo respuestas (inevitablemente falaces) a los problemas del mundo. La literatura trata de explorar la complejidad del hombre planteando las preguntas adecuadas. Traducir misterios con otros misterios.
“¡Compren! ¡Odien! ¡Adoren! ¡Voten!”
El lenguaje del poder es publicitario (básico, bidimensional, engañoso, en definitiva violento cuanto más reduce la naturaleza humana a un solo impulso: ¡Compren! ¡Odien! ¡Adoren! ¡Voten!), la literatura es compleja y de múltiples capas incluso en los escritores que hacen de la sencillez su propio espesor.
“Desde los tiempos de Barrabás”
Sobre todo el lenguaje del poder anhela juzgar y, si es posible, castigar, o más bien incitar a sus súbditos a hacerlo: la condena y la lapidación son su supremo placer. Las multitudes henchidas de odio, manipuladas sin darse cuenta, cometen trágicos errores desde los tiempos de Barrabás, y continúan haciéndolo hoy en día con un smartphone. La literatura, por el contrario, prefiere comprender antes que juzgar, y si realmente quisiéramos traducirlo en términos judiciales, diríamos entonces que es una investigación interminable, una investigación no dirigida a grados de juicio.
“Romper cadenas”
El lenguaje del poder, liberando los bajos instintos de sus súbditos, en realidad los encadena a sí mismo. El lenguaje literario, al relatar profundamente a los seres humanos en su soledad y en sus comunidades, al escenificar de manera compleja el dolor, el deseo, las derrotas, la ira, las ilusiones, las alegrías, las debilidades, el agobio, la humildad, la violencia, la compasión, el miedo y los sueños que nos hacen ser lo que realmente somos, rompe temporalmente estas cadenas, logra inesperadamente liberarnos.
“La puerta estrecha de algunas palabras”
Es esta última, creo, la diferencia fundamental entre la palabra que engaña y vuelve esclavos, y aquella otra – la puerta estrecha de la poesía y de las grandes novelas – capaz de hacernos hombres.