(eldía.es).-Nacido en la Nochebuena de 1956, José Domingo Ulloa inició sus estudios universitarios en Agricultura en su Panamá natal y, en el tercer curso, irrumpió en su vida la vocación sacerdotal. En 1983 fue ordenado sacerdote diocesano y cuatro años después entró en la Orden de San Agustín, donde realizó sus votos solemnes el 28 de agosto de 1991. El 17 de abril de 2004 fue ordenado obispo por Juan Pablo II, si bien su sucesor, Benedicto XVI, lo puso al frente de la diócesis más antigua «en tierra» firme de América como arzobispo en 2010.
Inmerso en los preparativos de la Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará del 22 al 27 de enero en Panamá, recaló la semana pasada en Tenerife con motivo de la boda de un amigo, pero acabó como el mejor embajador de la JMJ en el encuentro de Pastoral Juvenil Vocacional que se celebró el domingo en el Seminario.
¿Por qué hay que ir a la JMJ?
Este encuentro con jóvenes de 192 países de los cinco continentes da la fuerza para poder dimensionar lo que somos en la universalidad de la Iglesia, en la diversidad de costumbres, de lenguas… Hay algo que nos une y nos da la fuerza para seguir soñando y hacer realidad esos sueños de que un mundo nuevo y una Iglesia nueva son posiblea. Una JMJ viene a confirmar el llamado que hace el Señor a cada uno de nosotros desde historias y lugares tan distintos. Es una oportunidad para encontrarnos con el Señor. La mejor tecnología no puede suplir el encuentro personal.
¿Solo para jóvenes?
Estamos en un tiempo de gracia. Cada parroquia es una misión y cada cristiano, un misionero. Ser joven no es solo tener entre 18 y 30 años. También somos jóvenes todos los que somos soñadores. Una Iglesia y un mundo nuevo son posibles con el concurso de cada uno de nosotros.
Está de moda América, de donde procede el Papa y donde se celebrará la próxima JMJ.
Es signo de la madurez de una Iglesia que ha ido caminando en estos 500 años, que siempre ha puesto a punto, sobre todo el Concilio Vaticano II y la diversidad de conferencias para adecuar el concilio, como Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida. El papa Francisco no puede perder lo que es, con una gran experiencia de Iglesia. Todo eso bueno que vive la Iglesia latinoamericana es lo que también el papa quiere proponer a la Iglesia universal desde los parámetros del evangelio: un modo de ser Iglesia.
Primero fue sacerdote diocesano y luego agustino.
Sí, primero me hice diocesano y luego ingresé en la Orden de San Agustín en el monasterio de El Escorial, hasta que en 2004 Juan Pablo II me llamó para que pudiera servir como obispo auxiliar
¿Por qué se metió a cura?
Desde que tenía uso de razón no visionaba otra cosa que querer ser sacerdote, pero no había los medios. Toda mi vida fue un querer soñar, un sueño que parecía imposible. Llegué a la Universidad, me incorporé a un grupo de pastoral juvenil y se me abrió el mundo y cambió mi vida totalmente. Dejé la Universidad por el Seminario.
¿La evangelización de América vive una etapa de madurez? Antes era la nueva evangelización; ahora parece que está en África.
Una de las misiones de América es salir de nuestras fronteras. Es una deuda que tenemos y un signo de madurez no quedarnos nosotros solos, sino también pensar en otras regiones donde también hacen falta agentes. La vocación «ad gentes»: América tiene una responsabilidad de poder llevar esa Buena Nueva a otros continentes.
¿Qué le diría a un joven que no ve sentido a su vida?
Le invitaría a hacer una experiencia, de encontrarse con la vida en los más pobres, en los necesitados. Que pueda descubrir que hay muchas personas que están necesitando de él. Es como el primer paso para ir llenando esos vacíos que la vida nos va dando. Aquello que el papa como hombre de fe nos dice: tocar la carne herida de Cristo es tocar al hermano desde otra perspectiva. Desde ahí viene el ir encontrando la respuesta a los interrogantes sobre la fe.
Ante la situación que vive la Iglesia Católica en Chile, Nicaragua… ¿Hay consuelo?
Sí, hay consuelo. Tal vez hemos reaccionado tarde, pero lo importante es que hemos asumido responsablemente la realidad que vivimos. Sin justificar ninguno de esos actos, al final, lo que dice Jesús a Pedro: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré la Iglesia y el poder del mal no va a poder superarlo. ¿Que el mal se ha metido? Sí se ha metido, pero no va a vencer porque en la cruz Cristo venció al mal.