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La RIIAL y los excluidos. Documento del 2007 presentado por mons Juan Luis Ysern

La RIIAL y los excluidos

Durante el encuentro de la RIIAL en Tegucigalpa, el 20 de Septiembre, mons. Juan Luis Yser de Arce, Obispo emérito de Ancud, Chile, presentó esta reflexión sobre La RIIAL y los excluidos.


La RIIAL y los excluidos

Después de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en Aparecida, es un deber para todos los miembros de la Iglesia en América Latina y el Caribe, especialmente para los agentes de pastoral, reflexionar sobre nuestra labor, nuestras organizaciones y estructuras a la luz del mensaje que nos llega desde Aparecida, con el fin de crecer como “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan Vida”. Fijando nuestra mirada totalmente en el Señor que nos dice “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6)”.

 

Con esta actitud vamos a detener nuestra atención en algunos aspectos de la labor de la RIIAL, tratando de ser fieles al mensaje de Aparecida. Esto nos resulta más apremiante por el mismo hecho de ser considerada la RIIAL, por parte de los Obispos, entre los medios y esfuerzos de la Iglesia que “nos llenan de esperanza” (A. 99, f).

 

Toda nuestra reflexión referente a la labor de la RIIAL ha de mantenerse dentro del marco que corresponde a la vida y misión de la Iglesia. La RIIAL es una herramienta de la Iglesia para su camino en el mundo, siguiendo al Señor y continuando su labor, en el campo de la comunicación con las tecnologías que ha tomado, o pueda tomar en adelante, para su labor.

 

Al entrar en la labor para la RIIAL, tratando de aplicar lo expresado en el marco referido, entramos, necesariamente, dentro de dos ámbitos que, por lo demás, están íntimamente unidos, uno es el de las personas o grupos que se comunican, o que deben entrar en comunicación, y el otro es el de los contenidos de esa comunicación con toda su referencia al sentido.

 

En cuanto a las personas nos vamos a preocupar, en este momento, de los excluidos, los que no pueden hacer que su voz se oiga, teniendo muy presente que la comunicación es un derecho y un deber de todos y considerando la comunicación como camino para la comunión, dentro del proceso que tiene su sentido último en la comunión del Reino.

 

Los contenidos han de ser los que correspondan a la realidad concreta de los excluidos pero siempre en dirección de la inclusión para la construir una convivencia armónica y fraterna abierta a la trascendencia de la comunión con Dios y con los hermanos como corresponde a quienes acojan el mensaje del Señor.

 

Finalmente expondremos el bosquejo de una experiencia que pretende llevar a cabo los planteamientos señalados.

 

 


 

Dentro de la Vida y Misión de la Iglesia

 

El Marco para la labor de la RIIAL es la vida y misión de la Iglesia. Por ello mismo la labor de la RIIAL debe estar totalmente integrada a la pastoral orgánica de la Iglesia. Aparecida nos entrega las grandes orientaciones.

 

La centralidad del Mandamiento del Amor

 

En lo íntimo de la vida de la Iglesia está la acción del Espíritu Santo que nos identifica con Cristo. Pero Aparecida nos advierte: Para configurarse verdaderamente con el Maestro, es necesario asumir la centralidad del Mandamiento del amor, que El quiso llamar suyo y nuevo: «Ámense los unos a los otros, como yo los he amado» (Jn 15, 12). Este amor, con la medida de Jesús, de total don de sí, además de ser el distintivo de cada cristiano, no puede dejar de ser la característica de su Iglesia, comunidad dis­cípula de Cristo, cuyo testimonio de caridad fraterna será el pri­mero y principal anuncio, «reconocerán todos que son discípulos míos» (Jn 13, 35).  (A. 138)

 

Al comenzar el nuevo milenio el Papa Juan Pablo II nos decía: “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo” (TMI  43).

 

Es necesario tener experiencia de Dios, que es comunión, y así actuar como testigos ante el mundo haciendo visible y audible la invitación a la vida del Reino. Hemos de seguir anunciando: Lo que hemos visto y oído, se lo anunciamos también a ustedes para que estén en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1–3).

 

Aparecida nos dice: La Iglesia, como «comunidad de amor» (DCE 19), está llamada a reflejar la gloria del amor de Dios que es comunión, y así atraer a las perso­nas y a los pueblos hacia Cristo. En el ejercicio de la unidad que­rida por Jesús, los hombres y mujeres de nuestro tiempo se sienten convocados y recorren la hermosa aventura de la fe. «Que también ellos vivan unidos a nosotros para que el mundo crea» (Jn 17, 21). La Iglesia crece no por proselitismo sino «por ‘atrac­ción’: como Cristo ‘atrae todo a sí’ con la fuerza de su amor» (Benedicto XVI, Homilía 13/5/07). La Iglesia «atrae» cuando vive en comunión, pues los discípulos de Jesús serán reconocidos si se aman los unos a los otros como El nos amó (cf. Rm 12, 4-13; Jn 13, 34). (A 159).

 

Nadie está dispensado de participar en la vida y misión de la Iglesia. Cada persona ha de actuar desde el lugar en el que se encuentre, dentro de las labores que le corresponda realizar. Siempre tiene el deber de realizar todas las cosas al servicio del amor a Dios y al prójimo. Es el amor que vitalizado por el Espíritu Santo nos introduce en las entrañas de Dios y que da sentido a todo, haciéndolo transcendente. Nuestra labor será siempre construir la convivencia fraterna en la que se viva la comunión. “En el pueblo de Dios, «la comunión y la misión están profundamente unidas entre sí… La comunión es misionera y la misión es para la comunión» (ChL 32). En las iglesias particulares, todos los miem­bros del pueblo de Dios, según sus vocaciones específicas, esta­mos convocados a la santidad en la comunión y la misión”. (A 163).

 

Esta forma de vida y de acción es el camino de la santidad que, al mismo tiempo que nos hace vivir en la intimidad de Dios, nos coloca, por eso mismo en la médula de la realidad humana en la que nos encontramos. Nuestra misión está en el mundo. La Iglesia ha sido enviada al mundo. “Al participar de esta misión, el discípulo camina hacia la santi­dad. Vivirla en la misión lo lleva al corazón del mundo. Por eso, la santidad no es una fuga hacia el intimismo o hacia el individualis­mo religioso, tampoco un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos de América Latina y del mundo y, mucho menos, una fuga de la realidad ha­cia un mundo exclusivamente espiritual (Cf. DI 3)”. (A 148).

 

 


En las comunidades de la Iglesia y con los pobres

 

La construcción de la convivencia fraterna en fidelidad al llamado del Señor lleva consigo una mirada muy especial por los pobres y excluidos. “La respuesta a su llamada exige entrar en la dinámica del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 29-37), que nos da el imperativo de hacernos prójimos, especialmente con el que sufre, y generar una sociedad sin excluidos siguiendo la práctica de Jesús que come con publicanos y pecadores (cf. Lc 5, 29-32) que acoge a los pequeños y a los niños (cf. Mc 10, 13-16), que sana a los leprosos (cf. Mc 1, 40-45) que perdona y libera a la mujer pecadora (cf. Lc 7, 36-49; Jn 8, 1-11), que habla con la Samaritana (cf. Jn 4, 1-26)” (A. 135).

 

Con toda coherencia a lo que venimos expresando, para vivir la fidelidad al seguimiento de Cristo, Aparecida ratifica la opción preferencial por los pobres. Dicen así los Obispos: “Nos comprometemos a trabajar para que nuestra Iglesia Latinoamericana y Caribeña siga siendo, con mayor ahínco, compañera de camino de nuestros hermanos más pobres, incluso hasta el martirio. Hoy queremos ratificar y potenciar la opción del amor preferencial por los pobres hecha en las Conferencias anteriores (Medellín 14, 4-11; DP 1134-1165; SD 178-181). Que sea preferencial implica que debe atravesar todas nuestras estructuras y prioridades pastorales. La Iglesia latinoamericana está llamada a ser sacramento de amor, solidaridad y justicia entre nuestros pueblos”. (A 396).

 

Esta opción como señaló el Papa Benedicto XVI y lo recuerda después Aparecida está implícita en la fe cristológica (cf A 392) y nos dice asimismo Aparecida:  “De nuestra fe en Cristo brota también la solidaridad como actitud permanente de  encuentro, hermandad y servicio, que ha de manifestarse en opciones y gestos visibles, principalmente en la defensa de la vida y de los derechos de los más vulnerables y excluidos, y en el permanente acompañamiento en sus esfuerzos por ser sujetos de cambio y transformación de su situación. El servicio de caridad de la Iglesia entre los pobres “es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral” (NMI 49)”. (A 394).

 

Esta indicación sobre la solidaridad con los más vulnerables y excluidos como “permanente acompañamiento en sus esfuerzos por ser sujetos de cambio y transformación de su situación” no la podemos perder nunca de vista. Esto significa, por un lado, que hemos de tener especial cuidado de “acompañar” sin pretender robar el protagonismo que les corresponde a quienes han de actuar como sujetos de su propio camino, y, por otro lado, significa que en los casos en los que “los más vulnerables y excluidos” estén impedidos de caminar o, quizás, adormecidos, lo que corresponderá hacer es ser estímulo para que se levanten y caminen. (Cf. Hch. 3, 1-8).

 

“Asumiendo con nueva fuerza esta opción por los pobres, ponemos de manifiesto que todo proceso evangelizador implica la promoción humana y la auténtica liberación “sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad” (DI 3). Entendemos además que la verdadera promoción humana no puede reducirse a aspectos particulares: “Debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre” (GS 76), desde la vida nueva en Cristo que transforma a la persona de tal manera que “la hace sujeto de su propio desarrollo” (PP 15). Para la Iglesia, el servicio de la caridad, igual que el anuncio de la Palabra y la celebración de los Sacramentos, “es expresión irrenunciable de la propia esencia” (DCE 25)”  (A399).

 

El acompañamiento ha de ser nuestra labor. “En esta tarea y con creatividad pastoral, se deben diseñar acciones concretas que tengan incidencia en los Estados para la aprobación de políticas sociales y económicas que atiendan las variadas necesidades de la población y que conduzcan hacia un desarrollo sostenible. Con la ayuda de distintas instancias y organizaciones, la Iglesia puede hacer una permanente lectura cristiana y una aproximación pastoral a la realidad de nuestro continente, aprovechando el rico patrimonio de la Doctrina Social de la Iglesia. De esta manera, tendrá elementos concretos para exigir que aquellos que tienen la responsabilidad de diseñar y aprobar las políticas que afectan a nuestros pueblos, lo hagan desde una perspectiva ética, solidaria y auténticamente humanista. En ello juegan un papel fundamental los laicos y las laicas, asumiendo tareas pertinentes en la sociedad”. (A 403)

 

Un lugar de especial importancia para la vida y misión de cuanto venimos diciendo es el que corresponde a las Comunidades Eclesiales de Base. Nos dice así Aparecida: “Las comunidades eclesiales de base, en el seguimiento misionero de Jesús, tienen la Palabra de Dios como fuente de su espiri­tualidad y la orientación de sus Pastores como guía que asegura la comunión eclesial. Despliegan su compromiso evangelizador y misionero entre los más sencillos y alejados, y son expresión visi­ble de la opción preferencial por los pobres. Son fuente y semilla de variados servicios y ministerios a favor de la vida en la sociedad y en la Iglesia. Manteniéndose en comunión con su obispo e insertándose al proyecto de pastoral diocesana, las CEBs se convierten en un signo de vitalidad en la Iglesia particular. Actuando así, juntamente con los grupos parroquiales, asociaciones y mo­vimientos eclesiales, pueden contribuir a revitalizar las parroquias haciendo de las mismas una comunidad de comunidades. En su esfuerzo de corresponder a los desafíos de los tiempos actuales, las comunidades eclesiales de base cuidarán de no alterar el te­soro precioso de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia”. (A 179)

 

 


 

En el campo de la comunicación

 

Todo lo dicho sobre la comunión, la misión, la opción preferencial por los pobres, las comunidades eclesiales de base, etc., queda ratificado y corroborado con lo que se nos presenta como una de las tareas fuertes dentro del campo de la comunicación. En efecto, Aparecida nos recalca explícitamente: “Dado que la exclusión digital es evidente, las parroquias, comunidades, centros culturales e instituciones educacionales católicas podrían ser estimuladoras de la creación de puntos de red y salas digitales para promover la inclusión, desarrollando nuevas iniciativas y aprovechando, con una mirada positiva, aquellas que ya existen. En América Latina y El Caribe existen revistas, periódicos, sitios, portales y servicios on line que llevan contenidos informativos y formativos, además de orientaciones religiosas y sociales diversas, tales como “sacerdote”, “orientador espiritual”, “orientador vocacional”, “profesor”, “médico”, entre otros. Hay innumerables  escuelas e instituciones católicas que ofrecen cursos a distancia de teología y cultura bíblica”. (A 490).

 

Para todos es muy valiosa, y siempre necesaria, la labor de información, pero nuestra meta va mucho más allá. Se trata de hacer realidad la comunicación como camino para la comunión, lo que lleva consigo el proceso de entrega y acogida mutua en forma creciente, sin dejar lugar para excluidos. Sabemos que la comunicación es un proceso escatológico pero que ya podemos avanzar en él según nuestras posibilidades. Un proceso que, acogiendo la fuerza del Espíritu Santo, se hace trascendente. Este horizonte nos señala el sentido de nuestros esfuerzos que hemos de desarrollar sin detenernos, por difícil que nos parezca el camino.

 

 


 

La labor para la RIIAL.

 

Decíamos al comienzo que para referirnos a la RIIAL en su labor de comunicación en esta oportunidad teníamos que detenernos en reflexionar sobre  las personas o grupos que se comunican  y sobre los contenidos de esa comunicación.

Decíamos también que, en cuanto a las personas, nuestra preocupación aquí la colocamos en los excluidos, sin desestimar, claro está, la comunicación entre las personas que están en pleno ejercicio de la comunicación, utilizando las diversas posibilidades y tecnologías.

Sobre los contenidos decíamos que han de ser los referentes a la realidad que viven los excluidos clamando por la inclusión en la mesa de la convivencia.

 

 


Los excluidos.

 

La comunicación es un derecho y un deber de todos. Cuando planteamos la comunicación como camino para la comunión, estamos señalando una realidad muy profunda de la persona humana, hecha a imagen de Dios que es comunión.

Cada persona es única e irrepetible y nace con todas las cualidades que Dios le ha dado y que debe usarlas poniéndolas al servicio del amor. De este modo cada persona se hace entrega para las otras y, a su vez, se hace acogida de lo que las demás le entregan. En este proceso se vive la comunicación que da lugar a la comunión.

Esta comunicación es un derecho de cada persona puesto que tiene derecho a integrarse con las demás. Nadie está hecho para la soledad. Pero al mismo tiempo se trata de una obligación, puesto que si nadie está hecho para la soledad, cada uno tiene el deber de colocar sus cualidades y sus cosas al servicio del encuentro con los demás. Es vivir el amor al prójimo. Para los creyentes que hemos acogido el mensaje de la Palabra de Dios y seguimos el ejemplo de Jesús, esto lo vemos con evidencia, aunque nos cueste mucho el cumplirlo.

Pero esta comunicación no es sólo derecho y obligación de los creyentes sino de toda persona, por el sólo hecho de ser persona. Además es con esta comunicación cómo cada persona puede crecer como persona y caminar hacia su propia realización que, como hemos dicho, está en la comunión y no en la soledad. Los creyentes sabemos que esta comunicación se puede vivir con apertura al Señor, acogiendo el Espíritu Santo, y así vivir una dimensión transcendente, la de comunión con Dios y con los hermanos dentro de la Vida misma de Dios.

Deber, por tanto, de todos es ayudarnos mutuamente en esta comunicación camino de comunión de modo que todos podamos utilizar todos los medios que sirven y facilitan la comunicación. Lamentablemente, la realidad no es así. Las nuevas tecnologías están en manos de los privilegiados que pueden usarlas pero son muchos los que quedan excluidos.

Los pobres y quienes no tienen acceso a estas tecnologías, todos los “excluidos”, quedan privados de participar en la construcción de la convivencia que hoy día se está construyendo, precisamente, sobre la base de las tecnologías y, de un modo especial, con las tecnologías de la comunicación. La voz de los excluidos no se escucha, aunque son ellos  los que constituyen la gran mayoría de nuestra sociedad.

 

 


¿Qué podemos hacer como RIIAL?

 

No vamos a entrar aquí en el tema de la injusticia que la exclusión significa, sino que lo que nos interesa es ver qué es lo que podemos hacer como RIIAL en esta situación.

Teniendo presente el marco arriba señalado que nos presenta Aparecida. Hemos de “asumir la centralidad del Mandamiento del amor” y con esa dinámica entrar en el mundo, siguiendo a Jesús anunciando el Reino invitando a la comunión con Él y con los hermanos. Buscando a los alejados y a los que están heridos al lado del camino, los excluidos, como el Buen Samaritano, que nos da el imperativo de hacernos prójimos, especialmente con el que sufre, y generar una sociedad sin excluidos” (A 135), ratificando y potenciando la opción del amor preferencial.

Todo esto sin robar el protagonismo de los excluidos, sino, por el contrario, haciendo que la Iglesia Latinoamericana y Caribeña siga siendo, con mayor ahínco, compañera de camino de nuestros hermanos más pobres, incluso hasta el martirio” (A 396), lo que nos hace tener una mirada especial a las Comunidades Eclesiales de Base ya que Despliegan su compromiso evangelizador y misionero entre los más sencillos y alejados, y son expresión visi­ble de la opción preferencial por los pobres” (A 179).

Manteniendo las orientaciones de Aparecida, la RIIAL puede y debe prestar un gran aporte actuando al servicio para la inclusión con la labor que le es propia, ya que “Dado que la exclusión digital es evidente, las parroquias, comunidades, centros culturales e instituciones educacionales católicas podrían ser estimuladoras de la creación de puntos de red y salas digitales para promover la inclusión, desarrollando nuevas iniciativas y aprovechando, con una mirada positiva, aquellas que ya existen.” (A 490)

 

 


Los contenidos

 

Decíamos al comienzo que los contenidos han de ser los que correspondan a la realidad concreta de los excluidos. La realidad de los excluidos que clama por la inclusión. Nadie puede quedar debajo de la mesa de la vida.

 

Es la realidad material y social, ciertamente, pero es desde la dimensión de la justicia y de la ética, es la realidad de la dignidad de la persona y de la convivencia armónica y fraterna. Y más profundamente es la realidad del Dios Vivo que se hace presente y que llama para vivir en la alianza de la comunión con Él y con los hermanos.

 

Si queremos ser fieles al mensaje del Evangelio y a lo que nos han presentado los Obispos de Aparecida, no podemos desatender los problemas que viven los pobres. Tenemos que solidarizar con ellos, asociándonos a su camino y acompañándolos con creatividad en sus esfuerzos, tratando de incidir en la sociedad.

Me parece clara la cita de Aparecida en este sentido ya presentada arriba pero que quiero repetir y resaltar: “En esta tarea y con creatividad pastoral, se deben diseñar acciones concretas que tengan incidencia en los Estados para la aprobación de políticas sociales y económicas que atiendan las variadas necesidades de la población y que conduzcan hacia un desarrollo sostenible. Con la ayuda de distintas instancias y organizaciones, la Iglesia puede hacer una permanente lectura cristiana y una aproximación pastoral a la realidad de nuestro continente, aprovechando el rico patrimonio de la Doctrina Social de la Iglesia. De esta manera, tendrá elementos concretos para exigir que aquellos que tienen la responsabilidad de diseñar y aprobar las políticas que afectan a nuestros pueblos, lo hagan desde una perspectiva ética, solidaria y auténticamente humanista. En ello juegan un papel fundamental los laicos y las laicas, asumiendo tareas pertinentes en la sociedad”. (A 403)

Es oportuno tener presente el aspecto de la creatividad ya que estamos iniciando una etapa nueva con problemas nuevos pero es que, además, es muy posible que sea normal asumir proyectos con mucha fuerza y que poco tiempo después ya estén obsoletos, no sólo porque se estén imponiendo otras tecnologías de punta que se tengan que asumir para no quedar excluidos, sino porque los problemas pueden ser distintos y con otros grupos. Siempre podemos caer en el peligro de quedarnos fijos e instalados con determinados proyectos que, quizás, hayan sido muy valiosos en un momento determinado, pero que, pasado el momento, ya no tienen razón de ser.

 

El contenido esencial de la labor de comunicación ha de ser el anuncio del Reino, pero que no se puede anunciar solamente con palabras sino que necesariamente ha de ir expresado, fundamentalmente, con el testimonio. El testimonio del testigo que descubre con el Pueblo de Dios los signos de su presencia en medio del acontecer de cada día. Como dice el Concilio Vaticano II, “El pueblo de Dios, movido por la fe, en virtud de la cual cree ser conducido por el Espíritu del Señor, que llena el universo, intenta discernir en los acontecimientos, en las exigencias y en las aspiraciones de las que participan junto con los demás hombres de nuestra época, cuáles son los verdaderos signos de la presencia y del plan de Dios. La fe, en efecto, ilumina todas las cosas con una luz nueva” (GS 11).

 

Para anunciar la comunión del Reino, que no admite excluidos, la RIIAL, actuando con la Iglesia entera, tiene que asumir la realidad de los excluidos para poder hacer visible el mismo signo que Jesús: “los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva” (Mt. 11, 5).

 

Es necesario saber colocar la ciencia y la tecnología al servicio del amor haciendo visible la opción preferencial por los pobres, manteniendo la unión de la verdad, el bien y la belleza. Cuando la verdad, el bien y la belleza se separan; cuando la persona humana y sus exigencias fundamen­tales no constituyen el criterio ético, la ciencia y la tecnología se vuelven contra el hombre que las ha creado” (A 123).

 

Siempre tendremos que expresar con nuestras palabras y con nuestras obras que el llamado de Dios es para todos. La misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo tiene una destinación universal. Su mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los am­bientes de la convivencia y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño. La Iglesia sabe, por revelación de Dios y por la experiencia humana de la fe, que Jesucristo es la respuesta total, sobreabundante y satisfactoria a las preguntas humanas sobre la verdad, el sentido de la vida y de la realidad, la felicidad, la justicia y la belleza. Son las inquietudes que están arraigadas en el corazón de toda persona y que laten en lo más humano de la cultura de los pueblos. Por eso, todo signo auténtico de verdad, bien y belleza en la aventura humana viene de Dios y dama por Dios”. (A 380)

 

Según esto, la RIIAL ha de mantenerse siempre como un signo auténtico de verdad, bien y belleza en la aventura humana”, haciendo que se vea que tal signo “viene de Dios y dama por Dios”.

 

 


Un proyecto.

 

La finalidad pretendida al presentar un proyecto es simplemente expresar que todo lo dicho anteriormente no puede quedar en la teoría sino que es necesario animarse a ponerlo en práctica. Sin duda es bastante atrevimiento presentar un proyecto que está comenzando y que no sabemos cómo irá evolucionando a medida de las evaluaciones que necesariamente hemos de hacer en cada paso que vayamos dando.

 

El proyecto es un programa: Acompañamiento de Caritas a los excluidos en su diálogo para la inclusión.

 

Se trata de un proyecto para el cual estamos comenzando por crear las condiciones. Nos damos cuenta de que necesariamente tenemos que ir con calma. Sobre la base de una alianza de Caritas Chile con una radio on line llamada “Findemundo” y que mantiene los mismos principios para la comunicación como camino para la comunión, considerando, por lo tanto, la comunicación como un derecho y una obligación de cada persona. Dicha radio está en red con una serie de radios AM y FM a lo largo de todo Chile.

 

Caritas Chile en su servicio a las Diócesis presta una atención especial a las organizaciones de Adultos Mayores que las Diócesis tienen en las Parroquias y se pretende que estos centros se comuniquen entre sí y que después su voz se oiga. Esto supone establecer redes con toda la labor no sólo organizar sino asesorar, capacitar y acompañar.

 

Según la organización y metodología que se establece, los miembros de  cada grupo realizan un diálogo intergeneracional en cada uno de esos grupos cuyos resultados dan lugar al diálogo entre unos grupos y otros y que después entregan a la radio on line para que difunda o para que entreviste a las autoridades o personas competentes sobre el tema y lo entregue posteriormente para la difusión a través de la red de radios vinculadas a este servicio.

 

Todo es una forma de promover el diálogo y de hacer que la voz de los pobres se escuche. Si esta experiencia resulta positiva se pretende que se vayan integrando los clubes de adultos mayores u otros organismos de dicha pastoral, procediendo siempre a través de la respectiva Caritas diocesana.

 

Otra finalidad del proyecto es la de organizar a través de conferencias electrónicas una labor de formación para los agentes de pastoral de Caritas aprovechando los diversos esfuerzos que varias Diócesis están realizando en este campo.

 

La tercera finalidad es la del intercambio fluido y permanente de informaciones entre las Caritas diocesanas.

Como pueden darse cuenta lo que se presenta de este proyecto no es más que un esbozo de lo que estamos iniciando queriendo poner en práctica lo que anteriormente hemos señalado. No queremos que lo dicho quede simplemente como una exposición teórica. Ya veremos hasta dónde somos capaces de llegar.

 

Que la Virgen de Guadalupe nos ayude a todos para que sepamos vivir y anunciar el Reino de Dios.

Tegucigalpa, 20 de Septiembre de 2007

 

+Juan Luis Ysern de Arce

Obispo Emérito de Ancud

Presidente de Caritas Chile

 

 

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