(Alfa y Omega – España).- Siempre se ha dicho que la oficina de prensa del Vaticano era la mejor del mundo por su importancia, eficiencia y proyección mediática.
A partir de la renovación que el Papa Francisco ha establecido en la estructura comunicativa de la Santa Sede, creo que esa afirmación ya no es nada exagerada. Porque a partir de esta reestructuración la Sala Stampa pasa a formar parte de la Secretaría de la Comunicación de la Santa Sede, bajo la misma dirección y en estrecha conexión con los medios de comunicación del Papa y con la pastoral del Papa con los medios y sus profesionales.
El paso que se ha dado no solo mejora la organización del trabajo interno de la Santa Sede en relación a la comunicación, sino que responde a un criterio que ya desde hace 20 años preside desde las ciencias de la comunicación el modo de comunicarse de todo tipo de instituciones según el principio de la comunicación integral: ninguna institución puede en la sociedad de la información y de los nuevos medios distinguir en departamentos estancos, funciones y dinámicas inconexas, su publicidad, su imagen corporativa, su comunicación interna, y su comunicación externa directa con los públicos o a través de los medios, ya sean estos propios o ajenos.
Esto vale para las congregaciones religiosas, los movimientos, las diócesis, etc. Si sus iniciativas en prensa, radio o televisión van cada una por su cuenta, y sin conexión con sus oficinas de prensa, o con su cercanía pastoral a los comunicadores, o con sus redes sociales, ya no vale la excusa (doy fe de que la he oído muchas veces) de que así funciona en el Vaticano.
En la cultura mediática en la que vivimos, las fronteras entre comunicación e información, relación con los medios o con los públicos, y mensaje editorial e imagen externa, ya no existen. Solo hay un canal de comunicación, que toma cientos de formas derivadas. La red multimedia lo unifica todo, y la percepción social también lo reunifica todo en una única imagen, la última o la más incisiva, que es la que a la postre queda en la opinión pública.
La comunicación de la Iglesia puede y debe ser plural, en sus estilos, en sus acentos, en su creatividad carismática y en su múltiple capacidad de inculturación. Pero nunca dispersa ni contradictoria, ni confusa, ni lenta, ni falta de transparencia. Como la misma red de redes, la Iglesia esta llamada a enlazar, a vincular, a integrar. No solo porque las ciencias de la comunicación se lo reclamen, sino porque antes se lo reclama su mismo ser, su comunión y misión imparables e inseparables.
Manuel María Bru