(diaridetarragona.com).-En la Edad Media, la mayoría de la gente no sabía leer. Los que conservaban el conocimiento eran los monjes. Almas que habitaban en aislados monasterios y maravillaban a los campesinos con su saber. En el siglo XXI, la gran mayoría de nosotros no sabemos leer lenguajes de programación y nos maravillamos con lo que nos enseñan los modernos monasterios de OpenAI, Google o Microsoft. Después de ocho siglos estamos de nuevo en una Edad Media (Digital), de nuevo como analfabetos.
Los Innovation Labs, esos modernos monasterios, son uno de los cinco factores que transforman la creatividad. Estos entornos de la innovación no son simplemente espacios de trabajo, sino reinos dinámicos donde los límites tradicionales de las oficinas se disuelven en modernos diseños abiertos y espacios de trabajo flexibles que estimulan la mente y provocan la colaboración espontánea; donde ingenieros, diseñadores, científicos y estrategas empresariales se unen para tejer sueños y convertirlos en realidad.
Es dentro de este rico tapiz de talentos y diversidad donde nace la verdadera creatividad, alimentada por una curiosidad incesante y una audaz aceptación del fracaso. De este solaz emerge la innovación.
Las personas que habitan estos laboratorios son profesionales, soñadores y creadores, unidos por una visión compartida de acercar los límites de lo imposible. La diversidad de estos equipos es su fortaleza, con tecnólogos trabajando junto a poetas, científicos sociales y emprendedores.
La convergencia de disciplinas asegura que las soluciones sean innovadoras e íntimamente alineadas con la vivencia humana. La alquimia de la curiosidad y el tesón que impulsa a estos individuos es la savia vital del laboratorio de innovación, donde cada traspié no se considera un revés, sino una lección valiosa, un desvío alternativo en el camino hacia avances catalogados como imposibles.
Cada día, la innovación comienza con la liturgia sagrada del Brainstorming, donde los pensamientos fluyen libremente, sin obstáculos de practicidad. Rituales modernos como los Hackatones y Design Sprints traen consigo una avalancha de creatividad, con diseño centrado en el ser humano como núcleo. En IDEO, por ejemplo, los diseñadores se sumergen en las vidas de sus usuarios, obteniendo las ideas fundamentales que garantiza que las soluciones desarrolladas no solo sean innovadoras, sino también profundamente relevantes para las personas para las que están diseñadas.
Una vez las ideas toman forma, son moldeadas y refinadas a través de la creación de prototipos. Herramientas avanzadas como la inteligencia artificial (AI), la realidad virtual (VR) y la impresión 3D aceleran el desarrollo. En SpaceX, por ejemplo, los ingenieros utilizan la realidad virtual para recorrer diseños de naves espaciales, realizando ajustes antes de comenzar la construcción, combinando herramientas físicas y digitales para expandir los límites de la exploración.
Ningún laboratorio de innovación subsiste aisladamente. Como en antaño cuando las congregaciones monásticas estaban conectadas, estos espacios son nodos en una vasta red de colaboraciones con universidades, startups y otras organizaciones.
Este ecosistema es una fuente vital de ideas frescas y nuevas tecnologías. La interacción entre diferentes entidades conduce a avances que serían imposibles de lograr en solitario. El viaje desde los comienzos visionarios hasta las realidades que cambian el mundo -como los visores 3D, los vehículos eléctricos y los cohetes reutilizables- atestigua el poder de estos laboratorios para transformar ideas en innovaciones.
No se pueden crear patentes del siglo XXI con entornos, herramientas o procedimientos del siglo XX. Los laboratorios de innovación son más que espacios físicos; son reconfiguraciones del entorno mental. Al estar en el umbral del mañana es, dentro de estos laboratorios, donde se plantan las semillas del futuro, donde se libera el potencial de la creatividad y desde donde se inicia la siguiente ola de innovación.