(osservatoreromano.va/es).-«La tecnología no puede suplantar el contacto humano, lo virtual no puede sustituir lo real y tampoco las redes sociales en el ámbito social». Es la advertencia lanzada por el Papa en el discurso dirigido a los miembros de la Pontificia Academia para la vida recibidos en audiencia la mañana del lunes 20 de febrero, en la Sala del Consistorio, con ocasión de la 28ª asamblea general que se celebró en el Vaticano desde ese día hasta el miércoles 22 sobre el tema «Convergir en la persona. Tecnologías emergentes por el bien común».
¡Ilustres señores y señoras,
queridos hermanos y hermanas,
señores cardenales, queridos obispos!
¡Os doy una cordial bienvenida! Doy las gracias a monseñor Paglia por las palabras que me ha dirigido y a todos vosotros por el empeño que dedicáis a la promoción de la vida humana. ¡Gracias! En estos días reflexionaréis sobre la relación entre persona, tecnologías emergentes y bien común: es una frontera delicada, en la cual se encuentran progreso, ética y sociedad, y donde la fe, en su perenne actualidad, puede hacer una valiosa contribución. En este sentido la Iglesia no deja de animar el progreso de la ciencia y de la tecnología al servicio de la dignidad de la persona y para un desarrollo humano «integral e integradora» [1]. En la carta que os dirigí con ocasión del vigésimo quinto año de fundación de la Academia os invitaba a profundizar precisamente sobre este tema [2]; ahora quisiera detenerme a reflexionar con vosotros sobre tres desafíos que considero importantes al respecto: el cambio de las condiciones de vida del hombre en el mundo tecnológico; el impacto de las nuevas tecnologías sobre la definición misma de “hombre” y de “relación”, con particular referencia a la condición de los sujetos más vulnerables; el concepto de “conocimiento” y las consecuencias que se derivan.
Primer desafío: el cambio de las condiciones de vida del hombre en el mundo de la técnica. Sabemos que es propio del hombre actuar en el mundo de forma tecnológica, transformando el ambiente y mejorando las condiciones de vida. Lo recordó Benedicto XVI , afirmando que la técnica «responde a la misma vocación del trabajo humano» y que « en la técnica, vista como una obra del propio talento, el hombre se reconoce a sí mismo y realiza su propia humanidad» [3]. Esta, por tanto, nos ayuda a comprender cada vez mejor el valor y las potencialidades de la inteligencia humana, y al mismo tiempo nos habla de la gran responsabilidad que tenemos respecto a la creación.
En el pasado la conexión entre culturas, actividades sociales y ambiente, gracias a interacciones menos densas y efectos más lentos, tenía menos impacto. Hoy, sin embargo, el rápido desarrollo de los medios técnicos hace más intensa y evidente la interdependencia entre el hombre y la “casa común”, como ya reconocía san Pablo VI en la Populorum progressio [4]. Es más, la fuerza y la aceleración de las intervenciones es tal que produce mutaciones significativas – porque hay una aceleración geométrica, no matemática -, tanto en el ambiente como en las condiciones de vida del hombre, con efectos y desarrollos no siempre claros y predecibles. Lo están demostrando varias crisis, de la pandémica a la energética, de la climática a la migratoria, cuyas consecuencias se repercuten las unas sobre las otras, amplificándose mutuamente. Un sano desarrollo tecnológico no puede no tener en cuentas estas complejas relaciones.
Segundo desafío: el impacto de las nuevas tecnologías sobre la definición de “hombre” y de “relación”, sobre todo respecto a la condición de los sujetos vulnerables. Es evidente que la forma tecnológica de la experiencia humana se está volviendo cada día más penetrante: en las distinciones entre “natural” y “artificial”, “biológico” y “tecnológico”, los criterios con los que discernir lo propio del ser humano y de la técnica se vuelven cada vez más difíciles. Por eso es importante una seria reflexión sobre el valor mismo del hombre. Es necesario, en particular, reiterar con decisión la importancia del concepto de consciencia personal como experiencia relacional, que no puede prescindir ni de la corporeidad ni de la cultura. En otras palabras, en la red de las relaciones, tanto subjetivas como comunitarias, la tecnología no puede suplantar el contacto humano, lo virtual no puede sustituir lo real y tampoco las redes sociales el ámbito social. Y nosotros estamos en la tentación de hacer prevalecer lo virtual sobre lo real: es una tentación fea, esta.
Incluso dentro de los procesos de investigación científica, la relación entre la persona y la comunidad señala implicaciones éticas cada vez más complejas. Por ejemplo, en ámbito sanitario, donde la calidad de la información y asistencia al individuo depende en gran medida de la recolección y estudio de los datos disponibles. Aquí debemos afrontar el problema de combinar la confidencialidad de los datos personales con el intercambio de información que les concierne en interés de todos. De hecho, sería egoísta pedir ser tratado con los mejores recursos y habilidades disponibles para la sociedad sin ayudar a aumentarlos. Más en general, estoy pensando en la urgencia de que la distribución de los recursos y el acceso a la atención beneficien a todos, de manera que se reduzcan las desigualdades y se garantice el apoyo necesario, especialmente para los sujetos más frágiles, como los discapacitados, los enfermos y los pobres.
Por eso es necesario monitorear la velocidad de las transformaciones, la interacción entre los cambios y la posibilidad de garantizar un equilibrio global. Además, no necesariamente este equilibrio es el mismo en las diferentes culturas, como parece asumir la perspectiva tecnológica cuando se impone como lenguaje y cultura universal y homogénea -esto es un error-; en cambio, el compromiso debe ir dirigido a «procurar que cada uno crezca con su estilo propio, para que desarrolle sus capacidades de innovar desde los valores de su cultura» [5].
Tercer desafío: la definición del concepto de conocimiento y las consecuencias que se derivan. El conjunto de los elementos hasta aquí consideramos nos lleva a preguntarnos sobre nuestras formas de conocer, conscientes del hecho que ya el tipo de conocimiento que ponemos en acto tiene en sí implicaciones morales. Por ejemplo, es reductivo buscar la explicación de los fenómenos sólo en las características de los elementos individuales que los componen. Se necesitan modelos más articulados, que consideren el entrelazamiento de relaciones de las que se tejen los hechos singulares. Es paradójico, por ejemplo, al referirse a tecnologías de potenciamiento de las funciones biológicas de un sujeto, hablar de un hombre «aumentado» si se olvida que el cuerpo humano remite al bien integral de la persona y por tanto no puede identificarse solo con el biológico. Un enfoque erróneo en este campo en realidad no termina con “aumentar” sino con “comprimir” al hombre.
En la Evangelii gaudium y sobre todo en la Laudato si’ he revelado la importancia de un conocimiento a medida del hombre, orgánico, por ejemplo subrayando que «el todo es superior a la parte» y que «en el mundo todo está conectado» [6]. Creo que tales ideas pueden favorecer un pensamiento renovado también en ámbito teológico [7]; en efecto, es bueno que la teología siga superando enfoques eminentemente apologéticos, para contribuir a la definición de un nuevo humanismo y favorecer la escucha recíproca y el entendimiento recíproco entre ciencia, tecnología y sociedad. La falta de un diálogo constructivo entre estas realidades, de hecho, empobrece la confianza mutua que está en la base de toda convivencia humana y de toda forma de «amistad social» [8]. También me gustaría mencionar la importancia de la contribución que ofrece a este fin el diálogo entre las grandes tradiciones religiosas. Tienen una sabiduría milenaria que puede ayudar en estos procesos. Habéis demostrado que sabéis captar el valor, por ejemplo, promoviendo, incluso en los últimos tiempos, encuentros interreligiosos sobre los temas del «fin de la vida» [9] y la inteligencia artificial [10].
Queridos hermanos y hermanas, ante los desafíos actuales tan complejos, la tarea que tenéis por delante es enorme. Se trata de partir de las experiencias que todos compartimos como seres humanos y estudiarlas, asumiendo las perspectivas de la complejidad, del diálogo transdisciplinario y la colaboración entre diferentes sujetos. Pero nunca debemos desanimarnos: sabemos que el Señor no nos abandona y que lo que hacemos está enraizado en la confianza que depositamos en Él, Señor “que amas la vida” (Sb 11, 26). Vosotros habéis trabajado mucho en estos años para que el crecimiento científico y tecnológico se concilie cada vez más con un paralelo “desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia” [11]: os invito a continuar por este camino, mientras os bendigo y os pido, por favor, que recéis por mí. Gracias.
Notas
[1] Cart. enc. Laudato si’, n. 141.
[2] Cfr Humana communitas, 6 de enero 2019, nn. 12-13.
[3] Benedicto XVI , Cart. enc. Caritas in veritate, n. 69.
[4] Cfr n. 65.
[5] Cart. enc. Fratelli tutti, n. 51.
[6] Exhort. ap. Evangelii gaudium, nn. 234-237; Cart. enc. Laudato si’, n. 16.
[7] Cfr Constit. apost. Veritatis gaudium, nn. 4-5.
[8] Cfr Cart. enc. Fratelli tutti, n. 168.
[9] Cfr Declaración conjunta de las religiones monoteístas abrahámicas sobre la problemática del final de la vida, 28 de octubre 2019.
[10] Cfr Firma de la Rome Call for AI Ethics, 10 de enero 2023.
[11] Cart. enc. Laudato si’, n. 105 .