¿hemos pensado alguna vez en los riesgos de una situación en la que lo digital nos está casi "drogando" haciéndonos pensar que puede reemplazar todo? (AFP or licensors)
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El servicio para el Apostolado digital de la arquidiócesis de Turín propone ocho Bienaventuranzas para vivir sabiamente una situación en la que la web se ha vuelto aún más indispensable en nuestros días. «La conexión no es una relación, mejor la felicidad de la clausura que la infelicidad del hikikomori», explica Don Luca Peyron
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Fabio Colagrande – Ciudad del Vaticano
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(vaticannews.va).- «Durante esta dramática pandemia, lo digital nos permite mantener algunos elementos fundamentales de nuestra vida diaria, como el trabajo, el estudio, la oración, todos los elementos que nos definen como personas. Sin embargo, ¿hemos pensado alguna vez en los riesgos de una situación en la que lo digital nos está casi «drogando» haciéndonos pensar que puede reemplazar todo? Es la reflexión del P. Luca Peyron, director de Pastoral Universitaria y coordinador del Servicio para el Apostolado Digital de la Diócesis de Turín.
«En el sitio web www.apostolatodigitale.it – explica el sacerdote – queríamos proponer un Vademécum, donde enumeramos ocho Bienaventuranzas digitales para este tiempo de emergencia, para seguir pensando en lo que estamos haciendo. Estamos en una sobreexposición digital completa pero corremos el riesgo de colapso de nuestra capacidad de elegir. Tenemos más tiempo disponible y un acceso más fácil a ciertas plataformas y esto ha multiplicado nuestras conexiones, hasta la saturación: ¿qué hacemos con nuestras relaciones?». «Creo que el tiempo que tenemos, y también estas herramientas, podemos usarlas para ‘quedarnos’ con otros, no para llenar el vacío que sentimos con cualquier otra cosa. Creo que no debemos aspirar a estar satisfechos, sino a ser fuertes, a ser bendecidos».
P. – Don Luca, invitas a buscar la bienaventuranza en lugar de una supuesta «alegría digital». ¿Cual es la diferencia?
R.- Este no debería ser el momento de buscar pasatiempos y luchar contra el aburrimiento, pero puede convertirse en un momento de ‘Gracia’ que nos permita reflexionar sobre nosotros mismos, estar con nosotros mismos, mirar dentro de nuestro corazón, precisamente porque no somos toda la confusión que suele existir. Podemos intentar repensar nuestras relaciones familiares, las relaciones externas que rompimos para intentar, cuando podamos volver a conectarlas. También pienso en las liturgias que hoy obviamente pasan exclusivamente a través de lo digital. No debemos hacer que se conviertan en ‘entretenimiento’ de nuestros días, sino quizás en un estímulo para intentar nuevamente, o intentar por primera vez, rezar juntos en nuestros hogares. Lo digital debe ayudarnos a ser más humanos, no dar una alternativa al ser humano que no somos capaz de ser.
P.- El documento invita a quedarse en casa en la belleza de la clausura y no en la infelicidad del hikikomori. ¿Cómo es esto posible?
R. – Los hikikomori son esos niños que inicialmente existían en Japón, pero es un fenómeno que se ha desarrollado un poco en todo el mundo, eligen encerrarse en casa y no tener más relaciones si no es a través de una pantalla digital. Aquí, quedarnos en casa de esta manera corremos el riesgo de volvernos así. Pero la tradición de la Iglesia en cambio nos da algo mucho más hermoso y luminoso: elegir permanecer cerrado en un espacio pero consciente de que en esto puedes vivir plenamente las relaciones de nuestra vida diaria. Hablo de monjas enclaustradas que viven en un espacio confinado con un corazón abierto al mundo. En este momento tal vez podamos hacer exactamente lo mismo.
P. – Confiar nuestro día a lo digital también significa confiarlo a quienes administran plataformas digitales, ¿con qué riesgos?
R. – Debemos reflexionar sobre el hecho de que todas las plataformas que estamos utilizando, desde las plataformas sociales hasta las de aprendizaje electrónico, son todas plataformas privadas a las que estamos transfiriendo parte de nuestros datos o todos nuestros datos. En este momento estamos cediendo efectivamente a la vigilancia de toda nuestra existencia. Y esto tiene consecuencias. El teletrabajo en sí mismo de alguna manera significa que alguien está comprobando dónde trabajamos, qué estamos haciendo, cómo lo estamos haciendo, a qué ritmo. Es un gran hermano universal que está en manos de empresas privadas que ni siquiera son empresas nacionales o europeas. Ni siquiera tenemos una ‘nube’ europea, una nube en la que poner nuestros datos. Estamos haciendo todo lo que compartimos con alguien que está al otro lado del océano y tiene intereses. Todo esto desde un punto de vista legal es legítimo, pero tarde o temprano deberíamos hacer una reflexión seria.