Llegó al Monasterio de la Santa Cruz de Sahagún desde Ciudad Real, su tierra natal, hace ya seis años para convertirse en la más joven de las hermanas benedictinas de la localidad. Llegó con vocación pero también con un ordenador debajo del brazo para convertirse, sin quererlo, en la monja más popular de las redes
(lanuevacronica.com).-El calor en Tierra de Campos aplana durante el verano, aunque sea a la sombra. Lo saben los peregrinos que han hecho parada en la plaza Mayor de Sahagún donde se resguardan sentados en el suelo de un portalón por el que corre algo de fresco. Lo hacen a la espera del alivio que supondrá que se desate la tormenta que amenazan unas nubes negras cuyas primeras gotas se evaporan antes de llegar siquiera a tocar el suelo. Suficientes para dejar en el ambiente ese olor tan característico de las tormentas de verano. Unas calles más allá, del otro lado del Arco de San Benito, las temperaturas bajan considerablemente entre los muros del Monasterio de la Santa Cruz. Se percibe nada más traspasarlos y dejando en la calle el rugidero de las nubes a las que ahora acompaña un viento pegajoso. Dentro rugen las llaves en el bombín de una puerta tras la que aparece Sor Marta: «¡Buenas tardes!». La mascarilla, el velo que lleva en la cabeza y la escasa luz que entra por los ventanales encortinados no evitan que uno se percate enseguida de su juventud. Dispone rápidamente unas sillas para invitar a la conversación y empieza a relatar su historia desde el principio, desde el momento en el que empezó todo lo que hoy la convierte en la hermana más joven del Monasterio en el que convive con otras nueve monjas benedictinas en régimen de clausura. Sor Marta tiene 24 años y llegó al Monasterio con 18 desde Ciudad Real, su tierra natal.
«Con 16 años fui a Leyre (Navarra) con mi familia y visitamos un monasterio benedictino. Sentí mucha paz, como que hubiese encontrado mi sitio pero ese era un monasterio de hombres. En mitad de esa sensación extraña que tenía de tanta tranquilidad encontré un librito muy pequeño, la ‘Regla de San Benito’, que es por la que se rige nuestra vida. Me llamó la atención, lo compré y no dejé de leerlo en todas las vacaciones. Entonces empecé a preguntarme si esa era mi vocación porque me llamaba la atención que me llamase precisamente tanto la atención. Al cabo de unos meses empecé a buscar monasterios benedictinos por internet hasta que escribí un correo electrónico a la abadesa de aquí, de Sahagún. Todo por internet. Ahí empecé un discernimiento vocacional con ella mientras estudiaba dos años de bachiller». Así empieza la joven Sor Marta a contar su historia de cómo llegó al Monasterio facundino, una decisión que no fue fruto de un segundo sino de «un proceso». Reconoce que sus padres quedaron «en shock» al conocer su iniciativa pero que en todo momento le apoyaron. «A los amigos no se lo conté hasta una semana antes de venir a Sahagún para evitar presiones», señala Sor Marta.
Lo hace incidiendo de manera especial en que internet tuvo mucho que ver ya que cuando buscó en Google monjas benedictinas las primeras que salieron fueron las de Sahagún. También internet ha sido el medio gracias al cual ha alcanzado una notable popularidad con miles de seguidores a los que llega a través de la plataforma YouTube donde cuelga vídeos relacionados con la religión católica. Sor Marta enseña en ellos a rezar, comparte el evangelio, explica qué es el Opus, analiza cómo evitar la culpabilidad, cuenta curiosidades sobre su vocación o cómo funciona la orden benedictina. Todo ello le ha convertido en la ‘monja youtuber’, aunque ella cree que eso de ser ‘influencer’ «es quizá exagerado pues no tengo tantos seguidores». Nunca se imaginó ni siquiera llegar a tantas personas como ha llegado, algo que sin duda le anima a seguir con su actividad virtual. Pero llevar las redes del monasterio y la web así como sus propios perfiles (tiene Facebook, Twitter, YouTube e Instagram) no es su único quehacer. «Busco dar una cara de la iglesia más joven y que se entienda mejor con la sociedad. Busco contactar con los jóvenes y comentar el evangelio así como dar a conocer nuestra vida», destaca. Su experiencia en la red no ha tenido hasta el momento ningún encontronazo con los ‘trolls’. «Tenía miedo de ser el blanco de YouTube pero no, afortunadamente no me ha pasado nada de eso y la experiencia está siendo muy positiva», asegura.
Más allá de las redes sociales, Sor Marta estudia Ciencias Religiosas en la Universidad de Burgos, lo hace a distancia. También se encarga de la biblioteca del Monasterio y todo ello lo combina con un horario estricto en el que la oración ocupa una parte importante de una rutina que empieza a las 6:30 horas de la madrugada con los maitines. «No somos de vida activa pero eso no quita que los sábados no salgamos a hacer alguna compra al mercado, por ejemplo», incide. Por eso también acude a clases de piano en Sahagún y da catequesis a un grupo de jóvenes del municipio. «Un grupo de entre 14 y 15 años vino un día aquí a charlar con nosotras y a preguntarnos curiosidades. Imagínate con esa edad… Nos preguntaban desde cuáles son nuestros horarios y demás… hasta si habíamos tenido novio fuera de aquí», cuenta riéndose detrás de la mascarilla con gran expresividad.
Pero ese contacto con el exterior se esfumó con el confinamiento por la pandemia sanitaria provocada por el Covid-19. «Lo vivimos con preocupación, también nos afectó aunque parezca que siempre estamos confinadas. La cocinera es de fuera y otra persona viene para ayudarnos con los mayores… Tampoco pudimos vender dulces en la portería hasta que no hicimos un página web en la que ya podemos ofrecer lo que elaboramos en nuestro obrador. Se ha notado que el contacto con el exterior se volvió cero», explica Sor Marta. Otro daño colateral de la pandemia será que este año no podrá acudir a Ciudad Real para poder pasar unos días con su familia.
Marta asegura que no echa de menos nada de su vida anterior a la clausura y está convencida de que «la Iglesia tiene que acompañar y estar ahí como una piedra firme en la que la gente se pueda apoyar». Casos como el suyo, convocaciones tan claras y tempranas, no son lo habitual y los censos de los monasterios tienen una media de edad muy superior a la suya. «Si supiésemos qué hacer para que haya más vocaciones ya nos hubiéramos puesto a ello…», dice Sor Marta riéndose nuevamente.
Su carácter jovial y su juventud han sido «muy bien recibidas» en la congregación facundina por sus compañeras con quienes forma «una familia» y a las que ha descubierto la ventana al mundo digital. «Por lo general se lo tomaron bien, las más veteranas no entienden lo que es eso y alguna tenía miedo de que estropease la vocación por las redes sociales pero al final es cuestión de regular el tiempo que se pasa en ellas», cuenta.
Sus planes ahora pasan por acabar su formación universitaria para ponerse a trabajar en el Monasterio donde ya pasó la fase de noviciado y afronta ahora la del juniorado, proceso en la que aún le quedan un par de años y que cuando acabe cambiará su velo blanco por uno negro. «Es como acabar toda la fase de preparación», explica. Sor Marta no se quiere despedir sin abrir las puertas del monasterio a todo aquel que quiera acercarse mejor a su modo de vida a través de convivencias que organizan. Quién sabe si alguien encuentra allí la paz que ella halló en Leyre, la tranquilidad que le llevó a Sahagún.
– ¿Hay que ser valiente para tomar la decisión de ser monja de clausura?
– Sí, hay que ser valiente pero también hay que fiarse de Dios y dar el salto.