CULTURA DIGITAL

Tema de debate: Ética y valores en la red

(La Vanguardia Ediciones -).-
Análisis: La mentalidad digital

Todo el mundo habla de ética y valores: políticos, economistas, científicos, profesores, periodistas, tecnólogos… Pero hoy estos conceptos tienen mejor reputación que aplicación. Prácticas y actividades como la inteligencia emocional orientada a la empresa, la responsabilidad social corporativa, el comercio justo o el turismo solidario, entre otros, conforman esta tendencia.

 

La mayoría surge con buenas intenciones, sin embargo, es evidente que a menudo se valen de la ética como argumento de marketing. Este medio moral en ocasiones es el idóneo para llegar a un buen fin comercial. No obstante, hay oportunistas que quieren aparentar que trabajan con valores sólo para ahogar sus remordimientos o para despertar simpatías entre sus clientes y entre los consumidores potenciales. El significado más antiguo de ética (del griego ethos, es decir, “comportamiento”, “costumbre”) remite al carácter, a una propiedad que no se posee por naturaleza, sino que se logra mediante el hábito. Sabemos que los hábitos nacen de la repetición: a lo largo de la vida, llevamos a cabo acciones cuya reiteración genera costumbres, que, a su vez, determinan actitudes. De esta manera –viviendo– nos hacemos a nosotros mismos.

 

La ética ha acabado configurándose como la rama de la filosofía que indaga en las normas de la conducta para formular las reglas más convenientes para el máximo grado de evolución psicológica y social. El encargo que le corresponde como disciplina es aclarar la experiencia humana de la moral, además de reflexionar acerca de ella y fomentarla. Porque el alcance de la moral es mayor que el de la ética; supera lo físico, es lo que se somete a los valores. Estos valores están enraizados en la condición de la existencia, por lo que funcionan como una guía en la formación de la personalidad: individual, colectiva, empresarial, etcétera. Así pues, son pautas de conducta. La gente necesita obrar con un propósito claro, y la escala de valores le ayuda a elegir entre caminos. Esta referencia permite resolver conflictos y tomar decisiones.

 

La escala de valores será la que, en cada caso, active unos principios y reglas u otros. La ausencia de un sistema de creencias bien definidas abandona al sujeto en la duda y lo deja en manos –o en mentes– ajenas. Los valores, las creencias, los hábitos, las actitudes y las respuestas ante los retos de la vida cotidiana y de la gran historia se combinan en procesos dinámicos que se entrelazan de generación en generación, influidos por la tradición, los sueños, los deseos, la confianza, los miedos, las frustraciones… de cada persona y de la comunidad en la que se integra. Esta serie de factores origina la mentalidad. ¿Hay, por tanto, una mentalidad digital? Veámoslo.

 

La investigación sobre el conocimiento científico y su extensión a la tecnología son dos de las tareas más relevantes de la actualidad. Pero no son oasis morales. Ciencia y tecnología son sistemas intencionales de acción. Se desarrollan según valoraciones, por eso son susceptibles de evaluación moral. El progreso, por ejemplo, es el primer valor enarbolado cuando nos referimos a ellas. Sin embargo, estas disciplinas no están nunca desvinculadas de pasiones e intereses. No existe la ciencia por la ciencia ni la tecnología por la tecnología. Ambas constituyen un organismo dinámico en el que confluyen prácticas, acciones e instituciones que buscan alcanzar ciertos objetivos, que vienen marcados por deseos y valores. Por consiguiente, como su uso no es neutral, la tecnología puede ser alabada o condenada dependiendo de su finalidad, de los resultados que produzca y de sus consecuencias, en especial, sobre las personas. En efecto, lo digital es mucho más que un conglomerado de artefactos y técnicas. Sus problemas e inconvenientes –sí, no todo son ventajas– se reflejan en las clásicas oposiciones entre teoría y práctica, entre el ser y el deber ser.

 

En opinión de la catedrática de la Universidad de Valencia Adela Cortina, si el conocimiento de lo que está bien motivase automáticamente la acción ética, “Aristóteles no habría dedicado un libro entero de su Ética a Nicómaco a la akrasia –o sea, la debilidad de la voluntad– y Freud no se habría manifestado tan pesimista a propósito del malestar de la cultura”. La consideración de Cortina es válida para lo que se hace en casa o en la oficina, con la familia, los amigos o los desconocidos, pero también en las redes sociales, los chats o los dispositivos móviles. Hace falta algo que impulse esa acción ética. Y ahí es donde aparecen los valores, las creencias y los sentimientos, que son el nexo entre conocimiento y ejercicio.

JOSEP LUÍS MICÓ – catedrático de la Universita Ramon Llull


La Clave –  De redes, quesos y gusanos

En su estupendo libro El queso y los gusanos Carlo Ginzburg documenta la historia de Domenico Scandella, un molinero de Friuli (Italia) que, gracias a la imprenta, accede a unas lecturas que trastocan su imagen medieval del mundo. La concepción del cosmos que el molinero se forma a partir de sus lecturas tiene rasgos de ingenuidad infantil o locura –como nuestro primer lector empedernido, Alonso Quijano–.

 

Así lo refleja la metáfora que usa para explicarlo: un queso con gusanos. Pero aquí debía estar en juego algo más ya que conocemos su historia por el proceso que le abrió la Inquisición. A la hoguera no le llevó su prédica fantasiosa, sino otra cosa: su actitud entrañaba una quiebra del monopolio de la imagen del mundo y el acceso al conocimiento. En la trágica petite histoire del molinero emerge aún titubeante un valor clave de la modernidad que sólo triunfó gracias a la imprenta: la autonomía, la libertad de pueblos y personas para acceder y cuestionar el conocimiento y el orden existentes y también para expresar sus opiniones. Ese principio ya lo habían anticipado Sócrates y los sofistas, pero apenas pudo brillar en la antigüedad.

 

La imprenta lo hará ahora posible y en los siglos siguientes contribuirá a dar pie a la ciencia y la democracia modernas, convirtiéndose en un derecho humano más. Es difícil pronosticar qué cambiará internet, pero seguro que habrá mudanzas. No aparecerán valores totalmente nuevos, pero dará un sentido diferente a algunos de los existentes ahora, como la intimidad, la transparencia, la democracia participativa, las relaciones interpersonales o la visión misma del género humano.

 

Hay cambios ya evidentes: la sociedad de masas dominante desde hace un siglo y que conformó nuestra democracia de partidos parece dar paso a una sociedad de públicos, articulados en las redes que propician las nuevas tecnologías. Públicos que pueden parodiar un anuncio de la lotería pero también hacer temblar regímenes, incluido nuestro bipartidismo. Nada es totalmente nuevo bajo el sol, pero nada puede ser igual cuando se extiende una tecnología tan llena de potencial como internet. De ahí que también hayamos recurrido a metáforas para describir estos cambios: el cerebro de la especie o la sabiduría de las multitudes. Quizás, dentro de unos años, también se documenten con los casos de Julian Assange o Edward Snowden, nuestros molineros de hoy.

 

HUGO AZNAR – Universidad CEU Cardenal Herrera (Valencia)


Bibliografía

The networked self: Identity, community, and culture on social networking sites. Zizi Papacharissi, editor. Nueva York-Londres, Routledge, 2012. Ciberètica: TIC i canvi de valors.

Josep Lluís Micó. Barcelona, Barcino-Esade-Fundació Lluís Carulla, 2012. Alone togheter: Why we expect more from technology and less from each other. Sherry Turkle. Nueva York, Basic Books, 2011. Communication Power. Manuel Castells. Oxford, University Press Oxford. 2009.

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