Introducción general al curso de Ética y Economía
Padre Rafael Carbonell de Masy, S.J. [1]
Ética, economía y ecología
En las naciones latinoamericanas, de población mayoritaria
católica, carece de sentido el contraste entre la fe y la pobreza
degradante. Evangelizar con indiferencia a los aspectos éticos
económicos, no sólo desconcierta: escandaliza.
Una pobreza que de rural, entre 1980 y 1990, pasó a ser urbana,
primordialmente en la capital de la nación y en otras capitales
de provincias o estados, con una población joven en mayoría
y fugitiva de áreas rurales sin infraestructura adecuada de servicios
ni con acceso a esos medios de transporte económico (fluvial
y ferroviario), que tanto fomentaron empresas e iniciativas hoy inexistentes
[2].
Ese contraste cuestiona a quienes, directa o indirectamente, influyen
en las decisiones de carácter económico con repercusión
en el territorio nacional: autoridades públicas y dirigentes
de empresas, sindicatos, grupos políticos y otros grupos, que
apoyando a concretos intereses económicos, acaban por supeditar
el bienestar nacional al de relativas minorías. También
cuestiona a cuantos, de algún modo, influyen en formar o en deformar
las conciencias.
La irracional ocupación del espacio geográfico (concentraciones
y espacios casi vacíos en territorios habitables) plantea un
problema ético-económico que iniciamos con tres palabras
etimológicamente complementarias:
La palabra ética, en plural según su lengua originaria
griega, indica comportamientos, y equivale a costumbres (en latín,
mores, de donde proviene moral). En este sentido, aún
en uso, cabe hablar de diversas éticas o costumbres sin incluir
en si mismas juicios de valor que califiquen un concreto comportamiento
de correcto o incorrecto. Así la ética manifiesta sólo
un comportamiento peculiar.
Esta interpretación no pierde importancia con la superficialidad
del relativismo ético, y motiva a que profundicemos en las bases
filosóficas de la ética. Sólo el ser humano, capaz
de planteamientos con juicios de valor y de una libre decisión,
difiere de cualquier otro animal meramente guiado por instintos y necesidades.
La libertad humana, peculiar del acto humano, con intención o
fin deseable, se nos presenta con una calidad particular o valor que
califica a quien lo respeta (justicia, hacer el bien a otros, decir
la verdad, etc.), sea una persona o una institución (como la
empresa, el gobierno, etc.) [3].
La economía, en su sentido originario griego, reúne
dos palabras: oikos o casa, y nomos o norma; es decir,
la puesta en orden en la casa, o su administración. De su originaria
referencia al hogar pasó la economía a otros ámbitos
progresivamente amplios, con criterios, normas, y técnicas de
evaluación de recursos limitados y de cómo usarlos en
función de necesidades y preferencias [4].
El tercer concepto, ecología, de oikos y logos
(palabra, razón, tratado) implica fundamentalmente tratar del
ambiente o de la casa, en este caso, global, de manera razonable: esos
recursos naturales donde vivimos son limitados y también vulnerables
a nuestros comportamientos inadecuados.
Las relaciones entre esos tres conceptos de ética, economía
y ecología, no justifican el simplismo de multiplicar normas
y juicios. ¿Acaso nos corresponde imponer insoportables cargas
sobre los otros, mientras desconocemos sus actividades económicas,
a veces complejas, y esas causas y condiciones principales influyentes
en ellas?
En frase acertada del Cardenal Ratzinger, "el enfoque ético
no prescinde del conocimiento objetivo económico de las empresas.
Y si prescinde, este enfoque no sería moral, sino más
bien moralizante, lo que es opuesto a la moral" [5].
Conocer cómo funciona la economía, sus conceptos básicos
y las relaciones entre quienes, de forma directa o indirecta, activa
o pasiva, de algún modo participan e influyen en ella es tarea
ineludible a la hora de referir ética a economía. No atañe
a la Iglesia juzgar lo que desconoce o no le incumbe.
Quizás venga al caso evocar un conocido pasaje del Evangelio
de S. Lucas, cuando alguien pidió a Jesús: Maestro,
di a mi hermano que reparta la herencia conmigo; y oyó una
pregunta contundente: ¡Hombre! ¿Quién me ha constituido
juez o repartidor entre vosotros? Con la advertencia: Miren y
guárdense de toda codicia porque aun en la abundancia, la vida
de uno no está asegurada por sus bienes (Lucas, XII, 13-15).
Que el Maestro rechace la actuación judicial o de repartidor
de bienes, según hacían los rabinos, es buena admonición
a su Iglesia, liberada de esas tareas más pertinentes a la sociedad
civil en ámbitos propios de los laicos; y ese valor relativo
de la riqueza, incompatible con la codicia, apela a su uso más
correcto, alienta a emprender iniciativas bien pensadas y de este modo
contribuir a diversificar el empleo o ayudar a su relativa estabilidad,
creando empresas, favoreciendo el buen crecimiento o la transformación
de las mismas, con satisfacción de quienes son bien conscientes
de su dignidad y de su capacidad laboral, reacios a depender de ayuda
pública o de limosnas privadas.
Si en situaciones de emergencia, la ayuda es necesaria, a veces, ésta
encubre fracasos y errores en la misma economía; y surge esta
pregunta ¿por qué fracasan no pocos empresarios competentes,
bien intencionados, muy ajenos a cualquier tipo de improvisación,
y que distinguen entre participar en la propiedad de la empresa y asignar
cargos a personas capacitadas sin el menor favoritismo, incluidos los
propios familiares?
No cabe atribuir la estabilidad y la creación de empleo sólo
a los empresarios, cuando afrontan un conjunto de riesgos y dificultades,
quizás en gran parte reflejo de las decisiones o indecisiones
del gobierno nacional a la hora de concretar políticas macroeconómicas
(monetaria y fiscal), elegir los proyectos prioritarios para la inversión
pública, elaborar el presupuesto nacional a su tiempo y, una
vez aprobado, respetarlo, rindiendo oportunamente cuentas de lo que
ocurre.
Tampoco cabe achacar la baja productividad a los trabajadores, el mal
funcionamiento del mercado a los comerciantes; y así con otros
supuestos culpables. Méritos y culpas son asignables a personas
o grupos concretos, en cuanto podamos precisar sus responsabilidades.
Pero sin justificar las apatías: "…no se puede llegar fácilmente
a una comprensión profunda de la realidad que tenemos ante nuestros
ojos, sin dar un nombre a la raíz de los males que nos aquejan:
egoísmos, estrechez de miras, o cálculos políticos
errados y decisiones económicas imprudentes. Y en cada una de
estas calificaciones se percibe una resonancia de carácter ético-moral.
En efecto, la condición del hombre es tal que resulta difícil
analizar profundamente las acciones y omisiones de las personas sin
que implique, de una u otra forma, juicios o referencias de orden ético"
[6].
Ni en economía ni en política, la auténtica ética
justifica al incompetente, ni responde a intereses de un grupo o clase
social, discriminando arbitrariamente. Quienes al asumir cargos, proclaman
gran transparencia y honestidad mas defraudan, han perjudicado a los
ciudadanos, por dañar a este "bien común" en
su acepción amplia, que "encuentra su justificación
plena y su sentido y del que deriva su legitimidad primigenia y propia"
[7].
Bien común, si los ciudadanos "individual o colectivamente,
evitan atribuir a la autoridad política todo poder y no piden
al Estado, de manera inoportuna, ventajas o favores excesivos, con riesgo
de disminuir la responsabilidad de las personas, de las familias y de
las agrupaciones sociales" [8].
Cuando esta sociedad civil cuestiona a las autoridades públicas
(locales, provinciales o regionales y nacionales) respecto al incumplimiento
de promesas anunciadas antes de las campañas con miras a las
elecciones, es muy consciente de la responsabilidad asumida y exige
una información objetiva y oportuna sobre el uso de los recursos
disponibles por los gobiernos con la rendición de cuentas. Así
quienes deben ser ejemplo para la sociedad, pueden enseñar ética
económica.
La buena convivencia social acompaña a las autoridades públicas
conscientes de la responsabilidad prioritaria del Estado: la de apoyar
una administración oportuna y correcta de la justicia (integrada
por personas competentes y honestas, e independientes o sin injerencias
ajenas), y asegurar la oferta de servicios públicos necesarios
para el bienestar, participación activa de la misma sociedad,
unión y paz (por ej., seguridad ante los violentos, etc.). A
su vez, la sociedad civil alcanza mayor madurez en cuanto el Estado,
sin nunca abandonar su responsabilidad, respeta el principio de subsidiaridad
no entrometiéndose en actividades que la iniciativa privada puede
desenvolver mejor.
Las relaciones entre el Estado y la economía de mercado no implican
necesaria oposición; todo lo contrario, requiere una conveniente
complementariedad. Por ej.: en la información verídica
acerca de la oferta (calidad de productos, cantidades y peso en recipientes
(envases, etc.) y participación en el mercado sin monopolios
de hecho, gracias a seleccionar personas competentes para garantizar
las funciones fundamentales del mercado sin que grupo alguno lo manipule
o impida.
En ciertas circunstancias y abusos, injustificables y frecuentes, resulta
comprensible tanta reacción violenta contra la economía
del mercado. Quizás mejor apodarla "economía del
mal mercado", pues no tiene en cuenta las condiciones y exigencias
para el buen funcionamiento del mercado, y aceptar los límites
del mismo mercado, incapaz de resolver los problemas económicos
que en sí mismos no atañen al mercado (como el tráfico
o la administración de justicia), pero están relacionados
con él.
Por esta razón, antes de tratar temas de microeconomía,
como el de la empresa, hemos de abordar temas que incumben al gobierno
en sus políticas macroeconómicas, con una perspectiva
amplia que favorezca el bien común, indispensable en la convivencia
y complementariedad de cuantos integran la sociedad civil, y puedan
contribuir, directa o indirectamente, a políticas satisfactorias
y a revisar sus resultados. Y, mejor aún, según tradición
en países democráticos, el gobierno antes de concretar
las tareas (como la de fijar el tipo de interés oficial) y anticipar
efectos, juzga conveniente sondear periódicamente las opiniones
de dirigentes de empresas y de sindicatos en las regiones y sectores
económicos. Tal consulta, aparte de evitar improvisaciones, fomenta
en los ciudadanos una mayor responsabilidad ante las propuestas de quienes
ejercen autoridad para bien de la misma sociedad.
La complementariedad entre la sociedad civil y la autoridad política
tiene su paralelismo similar en la economía en cuanto a la oferta
de bienes y servicios a través de organizaciones como empresas
y distintas asociaciones (de productores, etc.) y así, en cuanto
a la demanda, desde los consumidores. Vendedores y compradores con todas
respectivas organizaciones contribuyen al funcionamiento del mercado
bajo una supervisión de la autoridad pública, capaz sancionar
comportamientos contra correcto funcionamiento del mercado, y de introducir
innovaciones para mejorarlo; por ejemplo, la difusión oportuna
de datos o facilitando conexiones entre mercados en una región
y nación, o entre varias naciones, si fuera conveniente.
La apertura al mercado internacional merece particular atención
por su amplitud y complejidad, al igual que las políticas macroeconómicas
de las naciones participantes. Ocupará oportuno espacio en este
curso sobre ética y economía.
[1] Profesor en la especialidad de Desarrollo Económico en la
Facultad de Ciencias Sociales (Pontificia Universidad Gregoriana, Roma).
[2] R. CARBONELL DE MASY, Políticas económicas y ética
en la región de América Latina y el Caribe, en Revista
de Fomento Social, 50 (1995), p. 473-492.
[3] Umberto ECO- Carlo María MARTINI, ¿En qué
creen los que no creen? Un diálogo sobre la Ética en el
fin del Milenio (Buenos Aires, 1997). Y S. BASTANIEL, Il carattere
specifico della morale cristiana (Roma, 1975), pag.71-75
[4] Algo semejante ocurre con la palabra alemana wirt (dueño
de hospedería, casa) y wirtschaft (economía).
[5] Cfr. Hans TIETMEYER, Director de la Banca Federal Alemana, The
social market economy and monetary stability, (London, Economica,
1999), pag. 128, donde cita unas declaraciones del Cardenal Ratzinger
a la prensa alemana, de las que mencionamos las frases entre comillas.
[6] Juan Pablo II, enciclica Sollicitudo Rei Socialis, número
36, del que he abreviado algunas frases.
[7] "..El bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones
de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones
pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección".Véase
Constitución Gaudium et Spes, capítulo IV( documentos
del Concilio Vaticano II), donde incorpora ese texto de la encíclica
Mater et Magistra de S. S. Juan XXIII.
[7] Ibiden.
[8] Ibiden