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Charla introductoria
Parece oportuno insertar aquí la charla que abría todo el Programa,
titulada “Dios todo en todos”
¿En qué pensamos a lo largo del día?... Siempre, en lo que llevamos en el corazón: la esposa adorada, el novio, los hijos... Siempre, en lo que nos preocupa: el negocio, la canasta familiar, la enfermedad... Siempre, en lo que nos ilusiona: la diversión, el deporte... El corazón está mandando en la cabeza. La cabeza se llena de lo que rebosa el corazón.
¿Y Dios? ¿Tiene Dios algún momento en nuestro recuerdo? Porque, si no lo tiene, habremos de decir que Dios está ausente del corazón. Y no es así. No debe ser así nunca.
Dios, del que leemos en la Biblia que al final “será todo en todos” (ICorintios 5 28), queremos que lo empiece a ser ya ahora en cada uno de nosotros.
Y porque llevamos a Dios en el corazón, podemos proclamar también con la bella canción, tan popularizada entre nosotros: Estoy pensando en Dios, estoy pensando en su amor.
Esto lo decimos tanto a nivel individual como social.
Mi vida valdrá en la medida que la llene Dios.
Si yo hago mío aquello de un gran santo: “Un solo pensamiento... Un solo cuidado... Un solo amor, DIOS” (Beato Diego José de Cádiz), he conseguido todo lo que me interesa en este mundo: conquistar a Dios, y hacérmelo mío para siempre.
Y nos importa mucho también hacer que Dios sea alguien a nivel social.
Frente a grandes masas que se están alejando cada vez más de Dios, nosotros nos hemos empeñado en meter a Dios en medio del mundo: en las naciones, en las familias, en las instituciones, en la escuela, en los medios de comunicación...
El ateísmo militante marxista ha caído de manera estrepitosa. Pero se nos está echando encima otro ateísmo quizá mucho peor: el ateísmo práctico, el del capitalismo y del bienestar, el que abandona a Dios porque Dios no interesa, ya que lo tenemos todo y no necesitamos de Dios.
Esta idea sobre el ateísmo la vamos a repetir nosotros muchas veces. Desde el principio de nuestros mensajes, desde ahora mismo, vamos a oponer con nuestra fe un muro de contención a esa oleada del indiferentismo religioso que nos amenaza.
Hemos oído mil veces el grito célebre de García Moreno, el Presidente mártir de Ecuador, que muere en plena calle cosido a puñaladas:
- ¡Dios no muere!
Nuestras tierras cristianas y católicas siguen repitiendo lo mismo, con ardor creciente:
- ¡Vive Dios! ¡Dios no muere!...
Nosotros, igual que el Presidente mártir, confesamos esto con nuestros labios y lo queremos confesar con nuestras vidas. Queremos que nuestra vida no se divorcie de nuestra fe. Que nuestro actuar no esté en contradicción con nuestro hablar. Si el ateísmo —como reconoció el Concilio— se debe en parte a la falta de consecuencia de muchos que se profesan creyentes, nosotros nos aprestamos a ofrecer al mundo el testimonio de nuestra fe vivida, para contribuir con todas nuestras fuerzas al progreso del Reino de Dios.
Nos toca a nosotros vivir en un momento grandioso de la Historia. Estamos en la aurora de un nuevo amanecer. Somos los protagonistas de un futuro grande para el mundo. Pero, como somos personas de fe, nos repetimos con el salmo de la Biblia:
- El Señor desbarata los planes de las naciones. Lo que permanece es su designio amoroso y los pensamientos de su corazón…
Las Naciones Unidas podrán programar laudablemente proyectos muy interesantes. Si no meten en ellos a Dios —y peor aún si lo excluyesen positivamente—, no hacen nada, ya que si Dios no construye la casa y no guarda la ciudad, en vano se fatigan los albañiles y se afanan los vigilantes (Sal. l206, l)
Porque Dios está metido en la Historia. Es El quien maneja todos los hilos de la trama. Es siempre Dios quien nos guía, y, por caminos tortuosos tal vez, pero al fin consigue lo que Él pretende, que es nuestra salvación, con tal que nosotros le dejemos hacer y no le opongamos resistencia (Sal. 32, 10-I I)
En los inicios del Tercer Milenio del Cristianismo, tenemos derecho a soñar más que nunca.
Se nos abre el camino para una Nueva Evangelización, y nosotros nos aprestamos a realizarla.
Queremos que todo el mundo conozca al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre también nuestro, que nos ama y nos ofrece la salvación.
Con nuestro Programa, queremos aportar un granito de arena al Reino de Dios.
Pensamos en Dios, porque lo llevamos en el corazón.
Pensamos en Dios, y tramamos el meterlo en todas partes, en nuestra vida, en todos los ambientes.
Pensamos en Dios, y vamos a trabajar por El, a fin de que no espere a la eternidad para ser todo en todos, sino que lo sea ya aquí, en este mundo que amamos y que deber ser de Dios.
El Dios de la eternidad en el Cielo ha de ser también el Dios del tiempo en el mundo. Dios ha de llenar nuestra existencia desde el principio hasta el fin, desde el amanecer del mundo hasta su ocaso.
Nuestro trabajo, inspirado y sostenido por Dios, comienza en Dios como en su fuente, y tiende a Dios como a su fin.
Dios, todo en todo el Programa, y todo también en todos ustedes, los radioyentes, ¡a quienes Dios bendiga!...