Necesidad de promover una formación integral
Alfonso
López Quintás
Hoy día se habla y discute mucho sobre lo que ha de entenderse
por una enseñanza de calidad. Indudablemente, ésta
debe tener como meta el logro de una formación integral.
Para que sea integral, ha de garantizar que los alumnos
1. asimilen los contenidos de las diversas áreas de conocimiento;
2. aprendan a pensar con rigor y a discernir lo que promueve nuestro
desarrollo personal y lo que lo bloquea;
3. configuren la propia personalidad de modo equilibrado y fecundo.
Hasta qué punto cumplen los alumnos la exigencia del punto
1 se advierte en las diferentes evaluaciones escolares. Las tareas
del punto 2 apenas son consideradas como materia de examen porque,
entre otras razones, se da por supuesto que, al enseñar contenidos,
ya se cultiva la inteligencia, el poder de discernimiento, la capacidad
de decisión... Esta falsa suposición es sumamente peligrosa,
pues, si no se aprende a pensar con rigor (tarea 2), no es
fácil orientar la vida hacia el auténtico ideal y darle,
así, el debido equilibrio y la necesaria fecundidad (tarea
3). Este doble fallo queda patente en las siguientes experiencias.
Durante años impartí clases de Estética en el
quinto curso de una facultad universitaria de filosofía. Para
analizar a fondo obras literarias, cinematográficas y operísticas
de calidad, necesitan los alumnos conocer las leyes del desarrollo
humano. Un día les comenté el pasaje de la genial película
Ben Hur en el cual el prepotente cónsul romano, al advertir
que el galeote Judá Ben Hur le había salvado la vida,
le dice: "Oye 41, ¿en realidad cómo te llamas?"
El remo de la galera al que había estado encadenado injustamente
este joven tenía el número 41. Rogué a los alumnos
que penetraran en el sentido profundo que tiene esa pregunta en ese
preciso momento. Sólo algunos supieron dar una respuesta atinada.
Sin duda por desconocer el verdadero valor del lenguaje, sus compañeros
estaban lejos de sospechar la gravedad que encierra no llamar a una
persona por su nombre propio.
Romano Guardini solía decir que "la mentira nos enferma
y la verdad nos sana" 1. ¿Sabe un joven explicar de
forma precisa qué función ejerce en la vida humana la
mentira, entendida como menosprecio de la verdad? En caso positivo,
conoce las leyes que regulan el desarrollo de una persona en cuanto
tal. Está básicamente formado. En caso negativo, ha
de reconocer que sufre un "analfabetismo de segundo grado".
Sabe leer, pero no capta el sentido profundo de lo que lee.
Este analfabetismo nos impide ser guías de nosotros mismos
y guiar debidamente a otros. Figúrate que viene a ti un joven
y te dice que "se siente inmensamente libre" porque sus
padres le mantienen una cuenta corriente suculenta y le permiten hacer
con ella lo que más le apetezca. ¿Sabrás explicarle
en breves palabras que hacer lo que apetece se reduce a mera "libertad
de maniobra", por encima de la cual se halla la verdadera libertad
humana, la "libertad creativa"? Si lo sabes, eres un guía,
un líder espiritual auténtico. De lo contrario, careces
de luz para orientarte en la vida y orientar a otros.
En debates radiofónicos y televisivos se observa que muchas
personas confunden la apetencia pasional y el amor. Uno se
alarma al advertir, una vez y otra, que tal confusión les parece
algo obvio. ¿Sabrías explicarles que se trata de experiencias
humanas muy diferentes, por estar situadas en niveles distintos de
realidad? Si no lo sabes, no podrás realizar con ellos la labor
de guía que nos compete a todas las personas, por el hecho
radical de que somos seres comunitarios y debemos colaborar a crear
vida comunitaria auténtica.
Dos novios estaban a punto de separarse. La joven reprochaba al joven
que sólo buscaba en sus relaciones el ejercicio escueto de
la sexualidad. El novio no comprendía la razón de tal
reproche, pues para él la vida amorosa se reducía a
la saciedad de un instinto. Yo les indiqué que, para ser auténtico,
el amor conyugal debe implicar cuatro elementos: la sexualidad,
la amistad, la proyección comunitaria del amor
—es decir, la creación de un hogar—, y la fecundidad del
amor —el incremento de la unidad entre los esposos y la donación
de vida a nuevos seres—.
" La sexualidad responde a impulsos instintivos y no implica,
de por sí, capacidad creativa en quien la ejercita. Don Juan,
el "Burlador de Sevilla", era un joven dominador, seductor,
capaz de arrastrar la voluntad de las mujeres que deseaba convertir
en presa erótica. Pero no mostró nunca una actitud creativa.
" Los otros tres elementos exigen el salto a un nivel superior
—el nivel de la creatividad—, pues suponen la voluntad de crear una
relación de amistad y un espacio comunitario de despliegue
de la misma.
Tras mi explicación, el novio me confesó que nunca le
habían explicado que debemos movernos en distintos niveles
de conducta, pues las realidades que tratamos y las que deseamos crear
presentan exigencias diversas. "Ahora veo la razón
que tenía mi novia —confesó— para sentirse desazonada
ante mi conducta, pero la verdad es que ella no supo explicarme la
razón profunda de su descontento". He aquí
cómo una sencilla clave de orientación puede ser suficiente
para que un joven se abra a un nuevo horizonte y oriente su vida de
modo ajustado a su realidad personal. Ofrecer este tipo de claves
de orientación es la tarea propia de los guías o líderes.
Con frecuencia, los directores de centros escolares lamentan que no
pocos de los jóvenes que salen de sus aulas son pronto irreconocibles
en el aspecto espiritual. Les da la impresión de que su esforzada
labor formativa ha sido barrida bruscamente por el tornado de la manipulación.
Si se da ese deterioro precipitado, debieran pensar que la formación
que imparten —excelente, sin duda, en muchos aspectos— resulta hoy
insuficiente porque no dota a los alumnos del necesario antídoto
contra la manipulación, consistente en tomar estas tres
medidas: estar alerta, pensar con rigor, vivir creativamente. Un joven
dotado de tal antídoto se halla inmunizado en buena medida
contra los ardides de los manipuladores.
Ciertos periodistas proclaman su aversión a la droga y organizan
acontecimientos deportivos para ayudar económicamente a la
recuperación de los drogadictos. Es admirable esa actitud,
pero nos preocupa observar que a veces ellos mismos difunden en sus
programas una actitud hedonista ante la vida. Sabemos que el hedonismo
es la actitud que lo convierte todo egoístamente en
fuente de gratificaciones, y el egoísmo es el origen
de la entrega a los diferentes modos de fascinación o vértigo.
No conocer las leyes del desarrollo humano nos impide ejercer una
función de verdaderos líderes.
A menudo, los profesores y educadores se quejan de la tendencia actual
de los jóvenes a la indisciplina, pero no se cuidan
de poner las bases para que ya los niños descubran que la libertad
y las normas no se oponen cuando se adopta en la vida una actitud
creativa. Tal descubrimiento sólo es posible si aprenden
a distinguir dos niveles de realidad: la de los objetos —que podemos
manejar, dominar, canjear...— y la de ciertas realidades que, por
ser superiores a los objetos, piden de nosotros una actitud de respeto
y colaboración. Un poema me ofrece posibilidades para declamarlo
artísticamente, saborear su expresividad, comprender su mensaje
humanístico. Yo debo asumir activamente tales posibilidades
y dar cuerpo expresivo al poema. Al hacerlo, actúo creativamente,
y el poema —en principio, distinto y distante de mí, externo,
extraño y ajeno— se me vuelve íntimo sin dejar
de ser distinto. De modo semejante, una norma que sea juiciosa y me
ofrezca una orientación fecunda para la vida he de asumirla
como un principio de acción. Al hacerlo, la interiorizo, la
convierto en el impulso interior de mi obrar, de modo que ya no es
me externa sino íntima, aun siendo distinta de mí. En
cuanto impulso de mi actuar, tal norma pone límites a mi libertad
de maniobra, pero hace posible mi libertad creativa, que
es la forma de libertad auténtica.
Podemos considerar como bien formado a un joven que, al salir de las
aulas escolares, sabe distinguir estos dos modos de libertad y no
sólo no rehuye todo tipo de normas sino que las acepta gozoso
y agradecido porque las ve como cauces que le posibilitan una vida
reglada y fecunda. ¿Existen hoy, en las escuelas, guías
que sugieran a niños y jóvenes la forma de descubrir
por ellos mismos el verdadero sentido de las normas y la libertad?
Esos educadores son auténticos maestros, guías, líderes
espirituales, en el sentido más noble del término.
Actualmente, diversos Estados desean formar a los jóvenes y
exigen a los profesores que se conviertan en tutores o educadores,
mediante la dedicación de cierto tiempo de clase a "enseñar"
valores y creatividad. Esta medida no ha obtenido el efecto deseado,
entre otras razones porque los valores y la creatividad no se "enseñan";
se "descubren". La tarea del educador consiste en sugerir
a niños y jóvenes que hagan las experiencias necesarias
para descubrir por propia experiencia qué son los valores,
qué implica la creatividad y qué función ejercen
ambos —creatividad y valores— en el proceso de nuestro desarrollo
personal.
Este tipo de formación exige un estudio sistemático
del desarrollo de la personalidad humana. Es la tarea que he intentado
desarrollar en diversas obras —Inteligencia creativa2,
Descubrir la grandeza de la vida3, El secreto de una vida
lograda4, El conocimiento de los valores5
…— y en el proyecto formativo que estoy promoviendo en España
e Iberoamérica bajo la denominación de Escuela de
Pensamiento y creatividad6 . A la luz de ese estudio
sistemático, me propongo analizar en RIIAL diversos temas de
gran incidencia en la vida personal y social de las gentes de hoy.
[1] Véase El poder, Ediciones
Cristiandad, Madrid 1982, p. 77.
[2] Editorial BAC, Madrid 42003.
[3] Editorial Verbo Divino, Estella (Navarra), 2004.
[4] Palabra, Madrid 22004.
[5] Editorial Verbo Divino, Estella (Navarra) 31999.
[6] Sobre este proyecto puede obtenerse amplia información en su página WEB: www.escueladepensamientoycreatividad.org
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