EL SENTIDO PROFUNDO DEL JUEGO Y LA FIESTA VI
Valores formativos del deporte
Alfonso López Quintás
Bien clarificadas las características del fútbol -virilidad, afrontamiento del riesgo, amplitud de movimientos, encuentro multitudinario, proyección social, carácter festivo...-, es fácil hacerse un juicio sobre los valores positivos o negativos de este deporte en orden a la formación humana. No es ésta una cuestión baladí, porque el juego del balompié constituye hoy una tribuna de excepción en la que todo gesto queda potenciado y obtiene amplia resonancia en áreas muy amplias del pueblo. Mantener la energía dentro de los límites de lo viril sin abocar a la violencia, saber aunar el entusiasmo por el triunfo con los buenos modos deportivos, identificarse con una causa como si fuera la única digna y reconocer, no obstante, el derecho de los demás a defender otros colores, tomar al adversario más bien como compañero que como enemigo, saber ganar con sencillez y perder con dignidad… son signos de alta ciudadanía que el fútbol puede contribuir a potenciar.
Poseer madurez humana es ser ardoroso sin pasión, reconocer la posible superioridad de los demás, soportar con serenidad los golpes adversos de la fortuna, no abatirse fácilmente ante la veleidad de las gentes que nos exaltan en los momentos de éxito y nos abaten en la hora del infortunio, tener arrojo para comprometerse en una dirección sin tomar a ofensa personal que otros adopten la posición contraria. Por su caudalosa versión social y la volcánica erupción de sentimientos apasionados que suscita, el fútbol -bien entendido- puede constituir una verdadera escuela de formación.
¿No es profundamente humano, formativo y bello hasta la emoción, contemplar a todo un campeón caer de su alto trono con dignidad y pasar la antorcha de una perfecta deportividad al nuevo triunfador? Cuando, en el momento de decidir una alineación, un jugador acepta deportivamente su exclusión del equipo, todo aficionado imparcial tiene ocasión de aprender lo que cumple evitar y lo que conviene hacer cuando las circunstancias de la vida obligan a ceder el paso a otro. Desde el jugador que devuelve nobleza por violencia hasta el equipo que acepta con ecuanimidad un resultado adverso, a veces obviamente injusto, el fútbol nos ofrece, desde la altiplanicie de su privilegiada situación social, todo un mundo de experiencias profundamente humanas que sería poco sensato desatender, pues, lejos de «masificar» al hombre -como a veces se afirma precipitadamente-, puede ayudarle a ganar en personalidad.
Valor pedagógico de los diversos deportes
Esta vertiente luminosa del fútbol se ensombrece un tanto si consideramos que su reglamento -sin duda mejorable- puede contribuir a eliminar de su práctica gran parte de las posibilidades de fomento de los auténticos valores humanos, pues la desproporción existente entre las ventajas que proporciona el empleo de la violencia y las desventajas que acarrean las sanciones previstas hace que dependa el triunfo en no pocas ocasiones de la agresividad y malas artes de los jugadores.
El reglamento del baloncesto, en cambio, prevé esta circunstancia, y hace que a lo largo del juego las faltas cometidas se acumulen sobre la espalda de cada jugador, en forma de exponente colgado al flanco de su número respectivo, de modo que, al ascender a la quinta potencia, el jugador debe abandonar el campo. Con frecuencia sucede que el triunfo del primer tiempo se trueca al final en fracaso debido a la ausencia de quienes, con sus faltas, hicieron posible el éxito inicial...
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