LAS SINRAZONES DEL ABORTO X
Respetar la realidad
es la base de la vida democrática
Alfonso López Quintás
De la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas
Los abortos producidos en España durante quince días servirían
para cubrir nuestra demanda anual de adopciones internacionales
En los últimos años se viene subrayando la urgencia de cultivar los modos democráticos de convivencia: respetar las opiniones ajenas, fomentar el diálogo sereno y constructivo, edificar entre todos una sociedad más perfecta y justa. Pero, cuando surge una cuestión polémica, los mismos que se consideran abanderados de tal espíritu democrático pierden a veces el temple ante la menor objeción que se haga a sus tesis y descalifican precipitadamente a quienes se consideran en el derecho e, incluso, el deber de formularla. Los ataques personales ejercen un efecto intimidatorio y amenguan o anulan del todo la libertad de expresión. Para que haya diálogo auténtico, se requiere un clima de distensión y mutuo respeto, clima no crispado por posiciones belicosas de ataque y defensa.
En una publicación reciente se recuerda a los lectores que los componentes básicos que nutren los hábitos de la convivencia democrática en las naciones civilizadas son la tolerancia hacia los discrepantes, el gusto por la verdad y el respeto a la propia dignidad. Nada más cierto, pero no alcanzo a ver cómo se coordina esta afirmación con la actitud agresiva que se adopta en el mismo escrito hacia quienes no aceptan la tesis abortista.
Obviamente, este comportamiento no ayuda a aclarar las cosas y a crear el clima de reconciliación que todos, al parecer, deseamos fundar. El recurso estratégico de la mofa permite rehuir el debate serio y adquirir una superioridad ficticia sobre el adversario ideológico, pero constituye un obstáculo grave en la búsqueda de la verdad. Los excesos verbales -frecuentes en sectores sedicentes progresistas- deben ceder el paso rápidamente al análisis imparcial y concienzudo de los temas tratados. Si uno disiente de una tesis, puede y debe expresar su opinión, y articularla y fundamentarla de modo que aporte luz. Quienes, a su vez, disientan de tal crítica han de proceder a la defensa de sus ideas ahondando en las razones que las avalan, no atacando a la persona de sus adversarios. Esta confrontación razonada de opiniones crea un campo de iluminación e impulsa un proceso de búsqueda de la verdad, al final del cual no hay vencedores ni vencidos, sino personas respetuosas con la realidad. Ajustarse a las exigencias de lo real no supone nunca una derrota, sino una conquista: el alumbramiento de la verdad.
Si se actúa con amor a la verdad, no sólo se respeta la libertad de expresión del adversario; se está dispuesto a tomar en cuenta y sopesar las razones que ofrezca. Sin esta voluntad acogedora, el diálogo no avanza; se convierte en una guerra de desgaste mantenida desde posiciones inalterables...
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