Un método para humanizar la empresa IV
CONDICIONES DE LA EXCELENCIA EMPRESARIAL
Alfonso López Quintás
El reduccionismo se opone al logro de la excelencia
“Funcionar desde el nosotros” –como postula Edgard De Bono- significa ver a las personas como realidades abiertas que están llamadas al encuentro y despliegan en él sus mejores capacidades. Sabemos que las personas son “seres ambitales, ambitalizables y ambitalizadores”, es decir, son realidades abiertas, capaces de recibir posibilidades para incrementar su campo de juego y de dar posibilidades afines a otras personas. Este perfeccionamiento mutuo crea auténtica vida de comunidad, confianza mutua, estima, agradecimiento, participación en tareas fecundas.
Tal creación de vida comunitaria es imposible cuando reducimos a los otros a meros utensilios, “medios para unos fines ajenos”. Esta actitud reduccionista rebaja las personas al nivel 1. Incumple la norma básica del nivel 2: adoptar una “actitud de respeto, estima y colaboración”. Si esta injusticia básica se realiza en el ámbito de la empresa, ésta queda privada de la unidad necesaria para coordinar esfuerzos, seguir directrices, mirar juntos en una misma dirección; condiciones indispensables para la buena marcha de la empresa en todos los órdenes1.
Esta condición elevada de las personas y la vida de comunidad que ellas crean no se consigue con la imposición de ciertos códigos de conducta y determinadas directrices, que parecen provenir de fuera de cada colaborador. Se logra mediante la serie de transfiguraciones que experimenta, de forma libre y lúcida, el que vive las doce fases del proceso de desarrollo humano que hemos visto anteriormente3. Toda persona se desarrolla viviendo experiencias reversibles con las realidades abiertas de su entorno. Cuando estas realidades tienen el poder de iniciativa de las personas, esas experiencias reversibles dan lugar a la vida comunitaria.
Cabe, por tanto, decir con toda verdad que la vida comunitaria se encuentra enraizada en la constitución del ser del hombre. No se trata de un mero añadido a su existencia. Cuando una persona es consciente de ser una realidad abierta -capaz de recibir posibilidades de otras realidades abiertas y de ofrecerles las suyas-, crea con ellas relaciones de encuentro de todo orden, y teje con ellas una vida comunitaria. Al vivir dentro de una comunidad –así entendida-, no vive sólo junto a tales realidades –obras culturales, valores, personas, instituciones…-; vive entramado con ellas, vinculado de raíz, comprometido en la creación constante de todo género de relaciones4.
Esta forma profunda de vivir la vida comunitaria no puede ser objeto de coacción y regulación por vía legislativa. Si queremos que los colaboradores de una empresa compartan y asuman una cultura empresarial basada en valores elevados –encuentro, solidaridad, participación creativa…-, tenemos una vía eficaz, adecuada a la sensibilidad de los seres racionales y libres: la formación sugerida por el “método EPC”, la vía que propone la “Escuela de Pensamiento y Creatividad” de descubrir personalmente las 12 fases del desarrollo personal, con los conocimientos que facilita y las transfiguraciones que exige. Un código deontológico puede proponer ciertos valores como determinantes de la actividad de los colaboradores de una empresa. Pero estos colaboradores sólo pueden conocer tales valores y asumirlos como propios –transformándolos, así, en virtudes- si, mediante todo un proceso formativo, han descubierto por sí mismos que los valores son una fuente de posibilidades que nos apelan –o invitan- a asumirlos en nuestra vida. Sólo al responder positivamente a tal apelación descubrimos la importancia de tales valores para nuestra vida.
Entre esos valores figura, por ejemplo, la confianza. De nada sirve afirmar que este valor ha de ser determinante en la empresa si los trabajadores no han descubierto en su proceso de desarrollo la importancia de este valor –y esta virtud- y si en la empresa no se han establecido unas relaciones tan estrechas entre directivos y trabajadores que surja espontáneamente en ellos el sentimiento de confianza5.
[1] La finalidad de la empresa “consiste en promover la mejora humana de cuantos con ella se relacionan y de la sociedad en su conjunto, mediante la gestión económica de los bienes y servicios que genera y distribuye, y de los que naturalmente se siguen unos beneficios con los que logra también subsistir como empresa” (T. Melendo: Las claves de la eficacia empresarial, Rialp, Madrid 1990, p. 27).
[2] Sandy Cutler, directora general de Eaton Corporation –empresa industrial que figura en la lista de las WME de la Ethisphere- escribe:: “Se trata de hacer negocios correctos a través de una filosofía interna y de compromisos con los clientes. Preferimos perder negocios antes de comprometer nuestros valores”.
[3] Véase la obra de Alfonso López Quintás: Descubrir la grandeza de la vida, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2009.
[4] Recordemos que la persona se constituye como tal y se desarrolla creando vínculos de diverso orden con multitud de realidades - la familia, el colegio, el pueblo, la tradición, las amistades, las instituciones… En una obra ya clásica en psicoterapia: El proceso de convertirse en persona (Paidós, Barcelona 200717 ), escribe Carl R. Rogers: «Por cierto, la persona que se embarca en el proceso direccional que he denominado “vida plena” es una persona creativa. Su apertura sensible al mundo y su confianza en su propia capacidad de entablar relaciones nuevas con su medio la convierten en el tipo de persona de quien surgen productos creativos y cuya manera de vivir es igualmente original».
[5] En su ya citado libro, Estrategia de éxito empresarial –Pearson Educación, México, 2003-, Roberto Servitje, cofundador -con su hermano Lorenzo- del Grupo Internacional Bimbo, muestra, de forma bien articulada, cómo han de dosificar los directivos la participación de los trabajadores en la empresa a fin de que cobren confianza de modo progresivo.
(descargar artículo completo)