La PASIÓN SEGÚN SAN MATEO,
de Juan Sebastián Bach (1685-1750),
una experiencia estética y religiosa decisiva
La segunda esposa de Bach, Ana Magdalena, confiesa en su Diario
que su admirado Sebastián -así le llamaba- fue la persona más sensible
a los valores religiosos que conoció en su vida, en la que pudo tratar
a personas de alta espiritualidad. De esa profunda y sincera piedad
surgieron sus dos inigualables Pasiones: la Pasión según San Juan
(1724) y la Pasión según San Mateo (1729).
Este tipo de música debe ser oída y vivida en el contexto para el
que fue compuesta: los actos litúrgicos del Viernes Santo. Tuve el
privilegio de experimentarlo por mí mismo en una tarde de Viernes
Santo, en una iglesia evangélica de Munich. La Pasión según San
Mateo fue considerada como una oración de contemplación y de súplica.
No hubo aplausos, sino profundo silencio en todo momento, incluso
durante el descanso. El añorado Karl Richter, con su los espléndidos
Coro y Orquesta Bach, dotó a cada uno de los 78 pasajes de la obra
de su espíritu propio, su tempo justo, su capacidad emotiva peculiar.
Desde el sugestivo coro inicial, que crea un clima sombrío -presagio
del drama inminente-, hasta el oleaje inmenso del emotivo coro final,
se desplegó ante nosotros este gran poema dramático, en el cual el
pueblo fiel y cada uno de los creyentes asumen activamente el magno
acontecimiento de la Pasión.
Antes de iniciar el relato evangélico, Bach -secundado por el poeta
Picander- nos presenta una escena íntima, en la que un grupo de creyentes
invita a otro a compartir el lamento: "Venid, hijas, ayudadme a
lamentarme..." Y dialogan, con afecto y zozobra a la vez: "Mirad.
-¿A quién? - Al esposo. -Vedlo. -¿Cómo? -Como un cordero". Un
coro de niños se une aquí a la comitiva para subrayar la inocencia
del Salvador con un melodía tradicional, bien conocida de todos los
fieles: "¡Oh cordero inocente...!" Los tres coros repiten,
con insistencia barroca, sus lamentos y sus diálogos para crear un
ámbito de dolor contenido.
Una vez inmerso en la acción salvadora, el pueblo reacciona vivamente
en los pasajes más destacados. Cuando Jesús anuncia su muerte, el
coro le pregunta con el acento entrañable de los corales litúrgicos:
"Amadísimo Jesús, ¿qué has hecho para merecer semejante juicio?".
Al anunciar el tenor que Jesús ha expirado, el coro -en nombre de
cada uno de los fieles- exclama con un ritmo sereno y una armonía
plácida: "Cuando yo tenga que partir, no te separes de mí...".
Ante los signos sobrecogedores que siguen a la muerte de Jesús, los
presentes proclaman, emocionados, su fe en Jesús: "¡Verdaderamente,
Éste era el Hijo de Dios!". En la interpretación modélica de Karl
Richter, esta frase la canta el coro muy lentamente, abriéndose e
intensificando el volumen, como si los cielos encapotados se rasgaran
para llenarnos de luz y hacernos patente la verdad de Jesús,
su verdadera condición de Mesías. Sentimos el efecto de una revelación,
de una realidad que estaba oculta entre nosotros y de súbito se nos
muestra de forma deslumbradora.
Las hostiles intervenciones de los adversarios de Jesús herían sin duda la exquisita sensibilidad religiosa de Bach, pero éste las envuelve con el halo transfigurador de la belleza, que lo eleva todo. Incluso la palabra "Barrabás", pronunciada por el pueblo exaltado como una sentencia de muerte contra el Salvador, adquiere en los espacios interiores de Juan Sebastián un aire solemne que se traduce en un acorde sobrecogedor.
La benevolencia de este ferviente cristiano que fue Bach consiguió mostrar el arrepentimiento de Pedro con una expresividad altísima en el Aria "Erbarme dich" (Compadécete, Señor), que nos habla por igual de la hondura del amor del apóstol a Jesús y de la inmensa belleza que late en toda opción por un nuevo comienzo.
La obra se cierra con dos escenas: una íntima y otra grandiosa, a
la par que entrañable. Ante el sepulcro del Señor, cada uno de los
solistas -bajo, tenor, contralto y soprano- expresan el agradecimiento
de las distintas personas del pueblo al Señor que descansa, y sus
intervenciones inspiran al coro, a modo de estribillo, esta sencilla
frase: "¡Jesús mío, buenas noches!". Esta escena de intimidad
casera viene inspirada por el espíritu devoto y un tanto ingenuo del
pietismo alemán de la época.
En la misma línea, todo el pueblo creyente se aúna en dos coros para mostrar de modo solemne su afecto al Salvador, deseándole un dulce descanso. Las potentes frases polifónicas que entonan se repiten una y otra vez para crear un ámbito de paz dolorida y acogedora. Cuando esta admirable marea de sonido y vivos sentimientos se aquieta finalmente en el dramático acorde de do menor, tenemos la sensación firme de haber alcanzado una cumbre en nuestra vida: la alta cota desde la cual descubrimos que el dolor, bien entendido y vivido, tiene un profundo sentido y es fuente de una sobrehumana felicidad. Con ello adquirimos luz, en diversos aspectos, para toda la vida.
Juan Sebastián Bach es una figura de encrucijada. Está bien asentado en el orden clásico y se abre decididamente a la expresividad moderna; irradia serenidad y sorprende por su imponente energía; procede con el rigor de un matemático y ahonda en la realidad humana con la penetración de un espíritu místico; ama ardientemente la vida y considera la excelencia del Ser Infinito como canon de autenticidad.
No sin razón volvemos siempre a Bach, y en la edad madura encontramos
en su obra un lugar de reposo espiritual, un hogar. Hogar -"focus"-
era para los latinos el lugar donde arde el fuego. En la escuela del
Cantor de Leipzig aprendemos a unir el amor sincero a la obra de arte
bien lograda y el ardoroso cultivo de la más alta belleza.
Alfonso López Quintás
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