VALOR EXPRESIVO DEL CANTO
Alfonso López Quintás
Una tarde de Navidad, el gran poeta y diplomático francés Paul Claudel acudió a la catedral de Notre Dame de París por el simple deseo de contemplar una ceremonia noble, dotada de cierto sentido estético. Apoyado en una de las columnas de la nave lateral de la derecha, escuchó atento el canto de las Vísperas. Al oír el Magníficat, se vio inmerso en un ámbito de luz y belleza, que pareció transportarle a lo mejor de sí mismo. En su mente se iluminó, como por un relámpago, la idea clara de que ese estado de autenticidad personal era propio de quienes viven en la Iglesia. Ésta dejó de ser para él una institución rígida y lejana, para convertirse en el espacio de vida en el que se producen esas eclosiones de belleza y vida desbordante. La transformación espiritual estaba hecha. Había realizado la experiencia de lo divino, y de su riqueza iba a nutrir su espíritu durante el resto de su vida.
¿Qué enigmático poder tiene la música para servir de vehículo a la gracia divina y suscitar una conmoción espiritual tan profunda?
El canto eleva nuestro ánimo
De por sí, el canto eleva nuestro ánimo porque es una forma intensa de expresión. El genial Richard Wagner confiesa que para componer sus óperas escribía primero el folleto; luego lo leía reiteradamente, y de la lectura intensa brotaban espontáneamente las melodías y las armonías. La música es una forma de expresión de gran voltaje.
San Agustín, espíritu muy abierto a los sentimientos nobles, vivió con tal intensidad la emoción que produce el canto que llegó a verlo como un ídolo que se interponía entre él y el Creador. Más adelante, reconoció gustoso el papel de mediador que puede ejercer el canto entre el creyente y el Dios al que adora:
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