LAS SINRAZONES DEL ABORTO XI
La democracia se asienta en la colaboración y el juego limpio
Alfonso López Quintás
De la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas
El año pasado aumentó en un 29% el número de las mujeres extranjeras que
vinieron a España a abortar. Fueron unas 3.383 (Instituto de Política Familiar)
La búsqueda de soluciones a los problemas humanos debe hacerse, lógicamente, dentro de los límites del hombre. Buscar solución a los problemas planteados por embarazos no deseados mediante la eliminación de la vida es una desmesura, o dicho en términos griegos, una «barbarie». Está fuera de nuestros límites, y hacerlo es una medida inspirada por la altanería (en griego, «hybris», actitud cuya peligrosidad ha sido delatada por eminentes pensadores en las últimas décadas).
Los hombres adivinaron de antiguo la gravedad de cuanto significa traspasar los límites puestos a su modo de ser. Ya en el lenguaje de las leyendas se plasma esta conciencia de los riesgos que implica tal desmesura. Piénsese, por ejemplo, en la leyenda del «Holandés errante», que inmortalizó Richard Wagner en su ópera homónima. Es cierto que la humanidad ha progresado a golpes de audacia, traspasando fronteras que durante tiempo fueron consideradas como límites infranqueables. Ahora bien, la humanidad ha llegado a un consenso prácticamente unánime acerca de la condición inviolable de la vida humana, y esta convicción está conduciendo a la supresión gradual de la pena de muerte, incluso en los casos más graves de delincuencia. Ni siquiera al que atenta contra la vida de los demás se le priva de la suya. Y la razón no es otra, en el fondo, sino ésta: El hombre, incluso el representante de la sociedad que debe velar por el bien común, no se siente autorizado a disponer de la vida de otro hombre, por mucho que éste se haya mostrado indigno de vivir en sociedad. Consiguientemente, se lo segrega de la vida social, pero se respeta su vida, esperando una recuperación que a menudo no se da.
Una humanidad que ha llegado a este consenso tiene que considerar como un límite infranqueable la vida ajena, comenzando por la del no nacido. No puede esto compararse a meterse mar adentro y surcar los mares -como en el caso de «El holandés errante»-, a diseccionar cadáveres, a vencer el ámbito de gravedad de la tierra. Estas formas de superar límites se hicieron arriesgadamente en aras del progreso de la humanidad. En virtud de este mismo progreso, la humanidad llegó a hacerse una conciencia clara del carácter sagrado de la vida, y se autoimpuso el límite de respetarla incondicionalmente a medida que creció en sabiduría. Obviamente, sobrepasar este límite no es, por ello, una medida progresiva, sino gravemente regresiva.
Al advertir que no se toman en consideración algunas alternativas que resuelven el problema planteado por ciertos embarazos y no plantean problemas nuevos, uno se ve instado a sospechar que se toma la práctica del aborto como algo independiente del problema de las mujeres gestantes. Se sirve, con ella, a otros fines, y las razones que se alegan son pura táctica al servicio de una estrategia, es decir, un plan de conjunto...
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