LA EXPERIENCIA ESTÉTICA, GLORIFICACIÓN DE LO SENSIBLE
"Nadie duda de que existe
una profundidad metafísica de lo sensible.
Ponerla de manifiesto es precisamente
la tarea de los más grandes artistas"
(Louis Lavelle)
Recordemos que el vocablo "Estética" se deriva del verbo griego "aisthanomai",
sentir. La sensibilidad es el lugar viviente de presencia de
la belleza, no el medio a través del cual accedemos a su conocimiento.
Cuando la experiencia estética es espontánea, da la impresión de ser
algo puramente sensible. Oigo un nocturno de Federico Chopin, y mi
sensibilidad queda saturada de agrado estético, pero mis sentidos,
al ser humanos, remiten más allá de ellos mismos y me permiten vivir
el mundo romántico del amor a la noche, lo sugerente, lo misterioso
e inacabado.
El Agnus Dei de la Missa solemnis de Beethoven sorprende
nuestro oído con la delicia de ciertos timbres y armonías. Pero estos
sonidos no nos embriagan con su encanto; nos instan a trascenderlos
-sin abandonarlos- y unirnos a la inquietante súplica por la paz,
sobrecogernos de temor ante la guerra y vibrar con el grito angustioso
de la soprano ante el redoble amenazador de los tambores lejanos.
La Estética no prescinde de la sensibilidad; la realza de forma impresionante,
al abrirla a los distintos horizontes de una vida humana plena. Por
eso, la experiencia estética supone el apogeo de lo sensible, su máxima
gloria, pero de lo sensible abierto a las realidades que capta
la inteligencia, añora la voluntad y valora el sentimiento. Los
sentidos no se limitan a dar materiales al entendimiento, abrirnos
la puerta de la belleza, dar apoyo a las elevadas operaciones del
espíritu. En lo sensible se hace presente lo suprasensible, de forma
transparente y sugestiva. Por eso captamos en él lo suprasensible
de modo inmediato-indirecto, lo cual hace posible una intuición intelectual
que vaya aliada con el discurso.
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