LAS SINRAZONES DEL ABORTO XVI
La gravedad del síndrome postaborto
Alfonso López Quintás
De la Real Academia Española
de Ciencias Morales y Políticas
Una joven manifestó a un médico francés
su necesidad de abortar. El doctor le dijo:
“Es mucho menos pesado tener un niño en brazos
que cargarlo sobre la conciencia”.
Al tratar el tema del aborto, suele ponerse énfasis en la necesidad de resolver el problema de la madre y se llega, incluso, a atribuir a ésta el “derecho al aborto”. Hemos visto en el artículo XV de esta serie que este supuesto derecho al aborto supone una contradicción en sus mismos términos. Todo derecho humano se basa en nuestra necesidad de crecer, de desarrollarnos como personas. Tal desarrollo lo llevamos a cabo cuando creamos vida comunitaria, dando vida a nuevos seres y estableciendo con ellos relaciones afectuosas que forman la “urdimbre afectiva” necesaria para el despliegue de la vida humana. La práctica del aborto supone la quiebra en agraz de esa vida comunitaria. Es el antídoto de una vida de convivencia. Lo es hasta tal punto que no sólo anula una nueva vida -la del hijo- sino que muy a menudo bloquea hasta la asfixia la vida de la malograda madre.
Queda esto de manifiesto en los dramáticos testimonios de diversas mujeres que han desafiado su natural tendencia a la reserva y han expresado abiertamente el calvario que sufren desde el momento aciago en que se enrolaron en el proceso abortista y fueron espiritualmente trituradas por la rueda dentada de un mecanismo implacable.
Las consecuencias letales que tiene el aborto para las madres suelen ser celosamente ocultadas por los defensores de esta práctica. Tanto mayor es el mérito de quienes rompen este silencio ominoso para dejar patente que no se trata de extirpar una excrecencia biológica sino de anular una vida humana en estado de gestación. En la lista de tales personas valientes y nobles figuran Sara Martín García (editora del libro Yo aborté, Vozdepapel, Madrid 2005) y Carmina García-Valdés, presidenta de la Asociación de Víctimas del Aborto (AVA). De ésta son las palabras de presentación de la obra:
“Cuando una mujer da a luz a su hijo, todos le dan la enhorabuena, pero, cuando la decisión que toma es la de no tenerlo, los mismos que la han forzado, acompañado o dejado sola en el trance de abortar ¿qué le dicen...? Nada: el silencio es lo que acompaña a la mujer cuando sale del lugar donde se le ha practicado un aborto. Con este libro queremos hablar a las personas que han abortado, para que no se sientan solas; aquí estamos para tenderles una mano y ayudarles a superar el dolor, el sentimiento de culpa, la soledad”. (O. cit., p. 15).
Del engaño a la frustración
Fernando, un varón de 46 años, subraya en su testimonio la necesidad de afrontar la verdad de los propios actos:
“Mi vida ha sufrido un cambio total a raíz de todas mis experiencias con el aborto”. “Si he sido capaz de contar este testimonio, ha sido para evitar que pueda ocurrirle lo mismo a otras personas por desconocimiento, o por dejarse llevar, o por adoptar una posición progresista. También lo hago para pedir públicamente perdón a aquellas mujeres ante las que no tuve la valentía de portarme como un amigo y como una persona valiente en circunstancias difíciles. Yo no defendí la verdad, que es el único camino de liberación para el ser humano. Debemos empezar a llamar a las cosas por su nombre: el aborto es un asesinato, ante el que no queremos asumir el papel que nos ha tocado por naturaleza ni la responsabilidad por nuestros actos”.
“A los amigos que me dijeron que no pasaba nada, querría decirles que no es cierto: sí pasa. Llevaré esos abortos en la conciencia toda mi vida. Han repercutido en ella de manera negativa para siempre. Sé que, como hombre, he vivido estas situaciones un poco ´al margen´, ya que las mujeres lo siguen viendo como algo exclusivamene suyo, lo cual es un problema: el padre tiene todo el derecho a intentar que la mujer siga adelante con su embarazo, porque el niño es de ambos”.
“Reflexionando sobre lo que hubiera podido ayudarme a que esto no hubiera pasado en mi vida, he encontrado varias cosas. Primera, una educación sexual sana. Cuando comencé a tener relaciones sexuales, lo hice para pasármelo bien, sin pensar en las consecuencias. Como la píldora era ya muy usada, podía tener relaciones sexuales sin preocuparme. Me ha costado mucho tiempo darme cuenta de que el sexo no puede desligarse del alma. Está unido al espíritu del hombre y de la mujer. Aunque pretendan engañarnos, el hombre y la mujer sufren cuando viven el sexo sin amor, pues es una manera de violentarse”...
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