LA EXPERIENCIA ESTÉTICA,
PUERTA DE ACCESO A LAS EXPERIENCIAS FILOSÓFICAS
Alfonso López Quintás
Poco antes de morir, el gran violoncelista, compositor y director de orquesta Pablo Casals advirtió que la humanidad no sabe todavía lo que tiene al poseer el don de la música. Entre otras relevantes cualidades, la música de calidad alberga un poder formativo extraordinario. Figurémonos que a través del lenguaje accedo –siquiera de forma elemental- a una realidad estética. Alguien me habla, por ejemplo, de la maravilla de los preludios de Bach, y siento ansia de conocerlos. Si sé tocar el piano o el clave, empiezo a configurar sus formas sobre el teclado de modo tanteante. ¿Quién me otorga energía para realizar el esfuerzo de dar vida a una obra cuyo valor adivino al leer por primera vez la partitura? Es la obra misma, cuya grandeza vislumbro por lo que alguien me ha dicho y por lo que ahora entreveo en la partitura.
Acabamos de descubrir un rasgo básico de la experiencia estética: vamos buscando una realidad valiosa merced a la energía que recibimos de ella misma. Este rasgo se da, asimismo, en las otras tres experiencias: la ética, la metafísica y la religiosa.
a) Oigo proclamar la excelencia del valor de la piedad, la actitud benevolente con los desvalidos. Este primer contacto con dicho valor ético me insta a acercarme a su área de influencia mediante la realización de un acto piadoso. Esta actividad la realizo mediante la fuerza interior que me otorga el valor mismo.
b) Me preocupo, en clase de Metafísica, por estudiar las cuestiones relativas al ser, el sentido de la existencia, su origen y su meta. Ese estudio lo inicio y continúo un día y otro porque desde siempre estoy inmerso en el ser, soy un ser, me veo rodeado activamente de seres que constituyen la trama de mi vida. El hecho de existir y participar de la existencia me estimula y dinamiza para analizar a fondo todas las implicaciones de mi vida, la vida de los demás, los diversos seres, incluso los más diminutos. Me preocupo del ser porque soy un ser; voy buscando el conocimiento profundo del ser porque debo mi vida a otros seres y la desarrollo en vinculación con ellos.
c) En un nivel todavía más elevado, buscamos a Dios porque de alguna manera ya estamos en Él, y Él viene a nuestro encuentro y nos invita a una relación de amistad y un compromiso de alianza. Si asumimos activamente esta posibilidad que Dios nos ofrece, tiene lugar el encuentro. Sin nuestra actitud de apertura y acogimiento, Dios no se nos revela. En buena medida, la revelación de Dios depende de nosotros, pero nosotros no somos dueños de esa revelación. En general, podemos decir que todo lo valioso se nos manifiesta cuando lo acogemos con amor, pero su valor no depende de nuestro arbitrio. En definitiva, su existencia es para nosotros un don, no un producto de nuestra imaginación creadora.
Si analizamos a fondo la afinidad estructural de las cuatro experiencias antedichas, lograremos conocerlas por dentro, las veremos en estado naciente, en su proceso mismo de gestación. Ya sabemos que lo decisivo en la formación no es tanto aprender contenidos –por ejemplo, los valores- y enseñarlos a los demás, cuanto descubrirlos y ayudar a los demás a vivir esa experiencia de búsqueda...
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