LA BELLEZA DE LA ARMONÍA
ENTRE NATURALEZA Y CULTURA
Alfonso
López Quintás
Ante la naturaleza podemos adoptar dos actitudes: 1) intentar dominarla, para sacarle el máximo partido posible, 2) contemplarla con respeto, estima y espíritu de colaboración.
El Clasicismo admira la naturaleza y se complace imprimiéndole formas geométricas. Esta vinculación al orden geométrico no responde tanto al afán de someter las realidades naturales al imperio de la razón cuanto al deseo de embellecerlas, potenciando su atractivo con el encanto indefinible de las categorías estéticas griegas: la armonía -generada por la integración de la proporción y la medida o mesura-, la simetría, la integridad de partes, la luminosidad... Se afirma, a menudo, que el jardín francés expresa el dominio de la razón sobre las formas, se alimenta del "soberbio placer de forzar a la naturaleza" (en frase de Saint Simon, a propósito de Versalles), quiere "trascender la simple verdad natural en busca de la belleza", para complacerse en "la pompa ordenada de las avenidas", que constituyen una especie de "domesticación de la naturaleza".
Inspirado en las corrientes románticas, Friedrich Schiller criticó ese sometimiento de la vegetación viva a la tiranía de las formas geométricas y confesó que prefería el desorden pleno del espíritu de un paisaje natural a la regularidad sin espíritu de un coqueto jardín francés. Pero ¿es justo olvidar o depreciar la presencia dinamizadora del espíritu en el jardín francés? No podemos negar que el jardín inglés nos ofrece una naturaleza bullente, con sus ríos y estanques, su espontánea variedad de árboles, dispuestos de forma aleatoria, sus contrastes de luces y sombras…, mientras, en el jardín francés, el dinamismo de los ríos se reduce al rumor ordenado y discreto de las fuentes, y los árboles son reducidos a arbustos bien recortados y alineados. La mano experta del hombre enamorado del orden geométrico se hace sentir aquí de forma patente, pero es innegable que el encanto de las flores no queda anulado en los parterres franceses sino potenciado, ni el del agua al llenar de vida las fuentes, ni los árboles al flanquear las enarenadas sendas.
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